Capítulo Cuatro

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Toda mi vida he evitado ser psicoanalizada de verdad. Como pueden imaginar, no ha sido fácil. Alguien con mi estética y sensibilidad parece un objetivo fácil para los buitres de esta profesión.

Por lo general, el plan es simple y efectivo: controlar la narrativa desde el principio, aprovechar las heridas obvias que ofrecen junto con la charla introductoria, sorprender y asombrar para que estén demasiado ocupados reaccionando defensivamente como para ver que estoy bloqueando sus intentos de desenterrar algún trauma infantil para ganar su sueldo inflado.

Pero esta vez, las cosas tendrán que ser ligeramente diferentes. No puedo imaginar que alguien cuya lista de clientes está llena de estudiantes de Nevermore sea tan fácil de intimidar como los consejeros escolares con los que lo he intentado en el pasado. No puedo contar con que salga corriendo de la habitación gritando, así que tendré que ser yo quien se vaya.

La oficina de la Dra. Kinbott es un espacio clásico y neutro, probablemente diseñado por algún decorador de interiores. Me pregunto si estos "toques personales" son realmente personales para ella o solo objetos colocados estratégicamente para provocar comentarios.

"Entonces, Wednesday", dice, entrando y cerrando la puerta detrás de ella. "Leí las notas de tu consejera escolar".

"La Sra. Bronstein", ofrezco. "Tuvo un colapso nervioso después de nuestra última sesión. Tuvo que tomar una licencia de seis meses".

La Dra. Kinbott parece impasible ante esto. Me hace un gesto para que me siente, y lo hago. Solo para atraerla a una falsa sensación de seguridad. Es parte de la fase uno. "¿Cómo te sentiste al respecto?", pregunta.

Una pregunta realmente innovadora, pienso. "Reivindicada", digo. "Pero no es como si alguien que hace crochet como hobby fuera realmente un adversario digno".

Ella se sienta frente a mí. Rubia, delgada, vestida con comodidad empresarial. Bonita, pero su mirada es un poco demasiado intensa.

"Bueno, Wednesday, espero que no pienses en mí como tu adversaria", dice. "Espero que podamos forjar una relación basada en la confianza y el respeto mutuo".

Me burlo. Como si pudiera respetar a alguien que coordina a propósito su pulsera y zapatos.

"Este es un espacio seguro, Wednesday", me comenta, entusiasta. "Un santuario donde podemos discutir cualquier cosa. Lo que estás pensando, sintiendo, tus vistas sobre el mundo, tu filosofía personal". Sonríe después de esto, como si me hubiera ofrecido un verdadero regalo.

"Es fácil", le digo. "Pienso que esto es una pérdida de tiempo. El mundo es un lugar que debe ser soportado. Y mi filosofía personal es ser cazador o presa".

Para mi extrema irritación, sus ojos se iluminan con esto. "Sí, por ejemplo, cuando alguien acosa a tu hermano — tu respuesta es echar pirañas en la piscina", dice.

¿Cómo se atreve? Estoy consciente de que mi tendencia a proteger a Pugsley y otros ineptos sudorosos que me recuerdan a él es mi debilidad más identificable. Pero mencionarlo en los primeros cinco minutos es de mal gusto, incluso para un psiquiatra.

"El punto que al que trato de llegar es que atacaste a un chico", dice, "y no mostraste arrepentimiento por tus acciones. Eso es por lo que estás aquí. Porque creo que tienes sentimientos más profundos de los que entiende el juez. Que tal vez los estés escondiendo. Del mundo. De ti misma".

Esta evaluación me hace estremecer. "Éste era un abusivo estúpido y cruel", digo. "Si te preguntas por mis emociones ocultas sobre el tema, permíteme iluminarte. Perdió un testículo. Estoy decepcionada de que no perdiera ambos. Habría sido un favor al mundo. Personas como Dalton no deberían procrear. He respondido todas tus preguntas". Me pongo de pie.

"Todavía no hemos terminado", dice la Dra. Kinbott. Hay un ligero tono de firmeza en su voz que me pone alerta. Esto será más difícil de lo que creí.

Vuelvo a tomar asiento, mientras realizo un diagrama mental de algún nuevo acercamiento.

"La terapia es una herramienta valiosa para ayudar a entenderte a ti misma", dice, volviendo a su voz de maestra de jardín de niños. "Puede ayudarte a construir la vida que deseas".

"Ya sé la vida que deseo", digo, sacudiendo la cabeza.

"Entonces, háblame de ella", ofrece, inclinándose hacia adelante. Sonriendo de nuevo. "Todo lo que se dice en estas sesiones es estrictamente confidencial. ¿Tal vez tus planes involucran convertirte en escritora? Me enviaron tus manuscritos como parte de tu evaluación. ¿Quieres hablar sobre ellos? ¿Sobre Viper de la Muerte?"

La intrusión de esta extraña que conoce sobre mis libros, sobre Viper, es suficiente para hacerme acelerar mi plan. Le doy los puntos clave mientras busco la salida.

"¿Qué hay sobre la relación entre Viper y su madre, Dominica? Tal vez ese sería un buen lugar para empezar", sugiere.

"Tal vez lo sea", digo con una sonrisa. "¿Le importaría si uso el baño antes?", pregunto.

En el baño tapizado papel de azul claro, abro mi bolso.

"Lima de uñas", le digo a Thing, que me la pasa obedientemente. Abro la ventana casi sin hacer ruido y me deslizo hacia el techo. Para cuando la Dra. Kinbott llama para preguntar si estoy bien, ya estoy bajando por la tubería hasta la acera. Le deseo a Morticia que se quede arriba con la doctora. Llevarla conmigo nunca me ha hecho bien.

Sé que la directora Weems me espera afuera. Me ofreció llevarme a tomar chocolate caliente después de mi sesión. La única razón por la que alguien de su nivel salarial me acompañaría personalmente a la terapia es para prevenir un intento de fuga. Ni siquiera ella esperaría que saliera en ocho minutos. Eso me da una ventaja — aunque sea pequeña.

Afortunadamente, Jericho es del tamaño de un sello postal. Veo el café que mencionó justo enfrente. El Weathervane. Compraré un café y haré que algún lugareño me llame un taxi. No importa adónde vaya en este momento.

Cruzando la calle, perdida en mis planes, choco con un granjero que lleva una caja de manzanas.

Ocurre inmediatamente. De la misma manera en que ocurrió con Pugsley y el casillero. De repente, ya no estoy en mi cuerpo. Estoy en otro lugar. Viendo algo que no pedí ver. Esta vez son las manzanas, esparcidas por el lado de la carretera. La camioneta del granjero está destrozada. Su cuello está doblado en un ángulo nauseabundo.

Antes de que pueda ver más detalles, termina. El granjero en cuestión, con sus vértebras apiladas, me mira como si acabara de confirmar todas sus sospechas sobre los estudiantes de Nevermore simplemente por chocar con su brazo.

Vas a morir, pienso en decirle.

"¿Quién te dejó salir?", rezonga. "Endemoniada chiflada."

Camino sin decir una palabra.

La campana sobre la puerta del café suena cuando la abro, y de inmediato tres pares de ojos están sobre mí. Como predije, hay un lugareño detrás del mostrador.

Para probarlo, miro sobre la máquina de espresso hasta que me nota. Casi se muere del susto cuando me ve, pero eso no le impide enfrentarme después. Servirá, pienso. Para la fase dos, al menos.

"Necesito un cuádruple con hielo", digo. "Es una emergencia".

Notablemente recuperado, señala hacia la enorme máquina que produce vapor entre nosotros. "Lo siento, la máquina de espresso está teniendo un ataque. No puedo hacerte tu cuádruple hasta que la arregle."

"¿Qué le pasa?", pregunto, ya catalogando las piezas y la ubicación de la emisión de vapor.

"Es una bestia temperamental con mente propia", dice el chico. "Sin contar con que las instrucciones están en italiano".

Me observa mientras me deslizo detrás del mostrador para colocarme a su lado. Como si una barra que se levanta fuera realmente tan difícil de abrir con prisa. "Necesito un destornillador tri-ala y una llave Allen de cuatro milímetros", le digo, ya quitando la parte frontal para acceder a la maquinaria interior.

El chico solo se queda con la boca abierta. Típico.

"Escucha", digo lentamente. "Voy a arreglar tu máquina de café. Luego tú vas a hacer mi café y llamarme un taxi".

Sacude la cabeza, pero al menos trae las herramientas. "No hay taxis en Jericho", dice. "Prueba con Uber".

Lo despido con la mano. "No tengo teléfono. Me niego a dejar que los despóticos dueños de la tecnología me exploten para obtener beneficios económicos. ¿Y qué hay de los trenes?"

"La estación está en Burlington, a unos treinta minutos de aquí", responde.

¡Bingo! El problema con la máquina es lo suficientemente fácil de arreglar. Tardo un poco más de lo necesario, solo para hacer que parezca que le estoy haciendo un gran favor. La gente no valora la eficiencia tanto como debería.Especialmente cuando viene en paquetes diminutos con trenzas.

"Es un problema con la válvula", digo finalmente. "Es el mismo que tenía mi guillotina de vapor. Mis pobres muñecas estaban condenadas a una decapitación parcial hasta que lo resolví".

El vapor se detiene. La mención de muñecas decapitadas no parece afectar al chico, que sacude la cabeza en gratitud. "Normalmente, a los chicos de Nevermore no les gusta ensuciarse las manos", dice. "Soy Tyler, por cierto".

"Wednesday".

"¿Qué tal si te doy un aventón a la estación de trenes para mostrar mi agradecimiento? Soy libre en una hora".

Mi intento de sobornar al Tyler local para que salga del trabajo temprano — antes de que Weems pueda encontrarme en este lugar tan predecible — no me lleva a ninguna parte. Estoy en una desventaja inconveniente, pero impresionada por su determinación. Algo lo suficientemente raro en los adolescentes varones como para merecer ser mencionado.

Me siento con mi café en una cabina junto a la ventana. Estoy tan atenta a la posibilidad de que Weems aparezca que apenas noto a los chicos amish agresivos que han rodeado mi mesa.

"¿Qué hace una freak de Nevermore en la naturaleza?" pregunta uno de ellos. "Esta es nuestra cabina".

Está claro que intentan intimidarme, pero no puedo dejar de fijarme en los disfraces. Pantalones negros, camisas con cuellos anchos y planchados. Gorras de capitán planas. "¿Por qué van vestidos como fanáticos religiosos?", pregunto. Sé que probablemente lamentaré morder el cebo, pero me sobra tiempo de todos modos.

"Somos peregrinos", dice uno de ellos. Me encojo de hombros indicando que veo poca diferencia entre ambos conceptos.

"Trabajamos en Pilgrim World", dice otro, volteando el menú del café para mostrarme un anuncio del establecimiento. Personas con disfraces de peregrinos similares, sonriendo ampliamente frente a tiendas temáticas de la frontera colonial con un aspecto desgastado. Es publicidad local. Las fotos son granuladas, las sonrisas forzadas.

"Guau", digo, examinándolo cuidadosamente. "Se necesita un tipo especial de estupidez para dedicar un parque temático completo a fanáticos responsables de genocidio masivo". Lo digo lo suficientemente alto para que todos me oigan. Como dije, me sobra tiempo. Y si estos idiotas no me están acosando a mí, podrían encontrar a alguien menos capaz de defenderse.

"¡Hey!", grita el tercero. "¡Mi padre es el dueño de Pilgrim World ¿A quién llamas estúpido?"

"Si el zapato con hebilla le queda", digo con tono monocorde; luego me pongo de pie, sintiendo que intercambiar ataques verbales no es todo lo que estos tres buscan. Y para ser honesta, después de mi fracaso en esgrima con Bianca, no me importaría vencer a alguien para variar.

"Entonces, dime, freak", dice el junior de Pilgrim World, su rostro muy cerca del mío. "¿Alguna vez has estado con un normie?"

Ignorando la implicación repugnante de sus palabras, sostengo su mirada. Su miedo es tangible en el aire. Sólo está montando este espectáculo para sus amiguitos, que están detrás de mí por si acaso saco una varita mágica y los convierto en ranas.

"No he encontrado a uno que pueda manejarme aún", respondo. Luego doy un paso adelante, justo dentro de su burbuja personal. "Bu."

Esto es todo lo que se necesita para que el que está detrás de mí se lance hacia mi brazo. Cierro los ojos brevemente, encuentro mi centro; luego utilizo su propio impulso para lanzarlo sobre mi hombro hacia el suelo sin siquiera mirarlo. El segundo se abalanza. Ahora los veo a todos en cámara lenta, con todo el tiempo del mundo para reaccionar. No hay necesidad de usar mi propia fuerza cuando tu oponente hace que la suya sea tan fácil de aprovechar.

Cuando el segundo golpea el suelo, decido divertirme un poco. Quiero decir, no soy pacifista de verdad, después de todo. Mi patada giratoria golpea al tercero en la barbilla. Cae antes de que pueda incluso conectar su propio torpe ataque.

Varios de los clientes reunidos murmuran preocupados. La mayoría nos miran conmocionados. Probablemente sea el entretenimiento más emocionante que han tenido en años, si Pilgrim World es indicativo de algo.

Sonrío a medias cuando veo a Tyler de pie a unos pies de distancia, con las manos extendidas como si esperara que necesitara ser rescatada. "No te preocupes", le digo. "La guillotina a vapor para muñecas no fue la única arma de mi infancia".

"Ya veo que no", murmura.

Estoy a punto de convertir esta pequeña escena en un viaje hacia la estación de trenes cuando una complicación entra por la puerta en la forma del sheriff de Jericho.

"Papá", dice Tyler, y mis ojos se mueven entre ellos. El hijo de un sheriff, pienso. La trama se complica.

"¿Qué demonios está pasando aquí, Tyler?", pregunta su padre. Esta vez, creo que es sabio dejar que Tyler salte en mi defensa.

"Estaban acosando a un cliente", dice, señalando a los peregrinos quejumbrosos y postrados que se recuperan el suelo del café. "Ella les puso en su lugar".

Por lo general, trato de evitar la mirada de un policía a cualquier costo, pero no tengo más remedio que dejar que el sheriff me evalúe. Cuando habla, lo hace con Tyler como si yo no estuviera en la habitación. "¿Esta pequeña cosa derribó a tres chicos?"

Una segunda complicación sigue al sheriff a través de la puerta.

La directora Weems entra enrojecida, su cabello despeinado. Supongo que el verdadero alivio en su rostro está directamente relacionado con lo que pueda llegar a la junta de Nevermore. "Disculpas, sheriff", dice con frescura. "Esta se me escapó. Vamos, señorita Addams. Es hora de irse".

Le doy a Tyler una mirada de quizás en otra vida mientras me preparo para ser llevada de regreso al manicomio. Pero el sheriff nos detiene.

"¿Dijo Addams?", pregunta. Ahora sí puede verme. "No me digas que Gomez Addams es tu padre."

Me pidió que no se lo dijera, así que no lo hago. Tengo derecho a permanecer en silencio, después de todo.

"Ese hombre pertenece detrás de las rejas por asesinato", dice el sheriff acusadoramente. "Supongo que la manzana no cae lejos del árbol. Estaré vigilándote".

Fijo la mirada en él, lista para soltar una réplica, pero maldita la directora Weems y su fuerza superior que me sacan por la puerta antes de que pueda decir una palabra.

En el negro y elegante SUV, la distinguida directora-chofer me está regañando por ser incapaz de mantener un perfil bajo con la policía local.

La interrumpo, recordando que estuvo en la escuela con mis padres. "¿Qué quería decir?", pregunto. "¿Sobre mi padre?"

"No tengo idea", dice — aunque no sé si creo. "Pero un consejo si me permite, señorita Addams."

Levanto una ceja, esperando a que caiga esta perla de sabiduría.

"Deje de hacer enemigos y comience a hacer algunos amigos. Los va a necesitar".

Antes de que pueda seguir hablando, veo una camioneta que me resulta familiar volcada en la carretera. Hay manzanas esparcidas por los carriles. El granjero frente a mí. Su aliento ácido en mi rostro. Endemoniada chiflada.

"Espero que el conductor esté bien", dice Weems, reduciendo la velocidad al pasar.

"Está muerto", digo sin pensar. "Se rompió el cuello". Alcanzo discretamente el talismán de obsidiana que mi madre me dio. El que he estado escondiendo debajo de mi camisa.

"¿Cómo puedes saberlo desde este ángulo?", pregunta Weems.

Pero no respondo. Ya he dicho demasiado.

Wednesday | Una novelización de la primera temporada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora