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Jimin

Me colgué la mochila al hombro, cogí el trasportín de mi perrita del asiento trasero y cerré la puerta del coche. Me quedé quieto un minuto, escuchando el canto de los grillos que resonaba a mi alrededor, casi ahogando el suave silbido del viento en los árboles. Por encima de mí, el cielo era de un azul profundo, y se veía a lo lejos el reflejo brillante del agua del lago entre las casas que tenía delante. Entrecerré los ojos para estudiar el letrero que todavía permanecía pegado en la ventana, frente a mí, anunciando que la cabaña estaba en alquiler. Era antigua y parecía un poco descuidada, pero poseía un encanto especial que me atrajo de inmediato. Podía imaginarme sentado en el pequeño porche por las noches, viendo cómo los árboles que la rodeaban eran mecidos por la brisa mientras la luna se reflejaba en el lago, a mi espalda, con el aroma a pino y a agua flotando en el aire. Sonreí para mis adentros. Esperaba que el interior ofreciera también aquel encanto, o que al menos estuviera limpio.
—¿Qué te parece, Kimi? —pregunté en voz baja. Kimi soltó un pequeño ladrido desde el trasportín.
—Sí, yo también lo creo —aseguré.
Un viejo sedán se detuvo junto a mi pequeño escarabajo Volkswagen, y el hombre maduro y calvo que salió del sedán se acercó a mí.
—¿Park Jimin?
—El mismo. —Sonreí y di un paso hacia él tendiéndole la mano
—. Gracias por arreglarlo todo en tan poco tiempo, señor Jung.
—Por favor, llámame Hykyung —me invitó con una sonrisa al tiempo que avanzaba hacia la casa, levantando polvo y haciendo crujir a cada paso las agujas de pino caídas por el suelo—. No ha supuesto ningún problema. Ya me he jubilado, así que no es como si tuviera que cumplir un horario. Ha sido fácil.
Subimos los tres escalones de madera que conducían al porche mientras sacaba un manojo de llaves del bolsillo y se ponía a buscar la correcta.
—Vamos allá —me invitó, metiendo la llave en la cerradura y abriendo la puerta. Un leve olor a polvo y humedad me saludó en cuanto entramos. Miré a mi alrededor.
—Mi esposa viene tan a menudo como puede para limpiar lo básico, pero, como puedes ver, necesita una buena limpieza general. Inna ya no se mueve tan bien como antes, tiene artritis en la cadera. La casa lleva todo el verano vacía.
—No pasa nada. —Sonreí y dejé el trasportín de Kimi junto a la puerta antes de avanzar hacia lo que parecía la cocina. El interior necesitaba algo más que una limpieza general básica, pero eso no impidió que me gustara. Era pintoresca y poseía mucho encanto. Cuando levanté las sábanas que cubrían los muebles vi que se trataba de elementos antiguos, pero de buen gusto. Los suelos estaban formados por amplios tablones de madera de aspecto rústico, y el color de la pintura resultaba sutil y tranquilizador.
Los electrodomésticos no eran nuevos, pero tampoco precisaba más. No estaba seguro de si querría volver a cocinar alguna vez.
—El dormitorio y el cuarto de baño están atrás —comentó el señor Jung.
—Me la quedo —lo interrumpí. Luego me reí y sacudí la cabeza
—. Es decir, si todavía está disponible y llegamos a un acuerdo, me la quedo.
Él se rio entre dientes.
—Pues estupendo. Voy a buscar el contrato de alquiler al coche y podemos dejar resuelto el asunto. Están estipulados un par de meses de fianza, pero podemos hablarlo si supone un problema.
Dije que no con la cabeza.
—No, no es un problema. Me parece bien.
—De acuerdo. Vuelvo ahora mismo —indicó al tiempo que se dirigía hacia la puerta.
Mientras él estaba fuera, aproveché para recorrer el pasillo y echar un vistazo al dormitorio y al cuarto de baño. Los dos eran pequeños, pero, como había imaginado, servirían. Lo que más me llamó la atención fue el enorme ventanal que había en el dormitorio, con vistas al lago. No pude evitar una sonrisa cuando vi el pequeño muelle que se adentraba en el agua en calma y cristalina, que reflejaba de manera impresionante el intenso azul de la mañana.
Había dos barcos a lo lejos, apenas pequeños puntos en el horizonte.
De repente, mirando al agua, me embargó una extraña sensación. Tenía ganas de llorar, pero no de tristeza, sino de felicidad. Fue sentirla y desaparecer, dejándome con una extraña nostalgia que no fui capaz de explicar.
—Ya estoy aquí —dijo el señor Jung. Escuché que la puerta se abría y se cerraba y salí del dormitorio para firmar los papeles que me proporcionarían un espacio al que llamar hogar al menos durante los próximos meses. Aguardé contra toda esperanza que pudiera encontrar un poco de paz en aquel lugar.
Jung Inna había dejado en la casa todos los productos de limpieza, por lo que, después de haber arrastrado la maleta desde el coche al dormitorio, me puse a trabajar. Tres horas después, me aparté un mechón de pelo húmedo de los ojos y me incorporé para admirar mi trabajo. Los suelos de madera estaban brillantes, ya sin una mota de polvo, y había destapado los muebles y limpiado a fondo hasta el último rincón. En el armario del pasillo había encontrado ropa de cama y toallas, así que las puse a lavar en la lavadora que encontré junto a la cocina, las sequé en la secadora e hice la cama. Fregué también la cocina y el baño, y abrí todas las ventanas para dejar entrar la cálida brisa de verano que provenía del lago. No me había acostumbrado todavía a este lugar, pero por ahora me sentía satisfecho.
Saqué los pocos artículos de tocador que había metido en la maleta y los llevé al cuarto de baño antes de darme una larga ducha para lavar las horas de limpieza y de viaje que llevaba encima. Había recorrido las dieciséis horas de trayecto que me separaban de mi ciudad natal en Ohio, Cincinnati, en dos intervalos de ocho horas, pasando la noche en un pequeño motel de carretera para llegar esta mañana. Me había detenido en una pequeña cafetería con Internet en Nueva York el día anterior para examinar online las propiedades en alquiler en la zona a la que me dirigía. El condado de Maine que había elegido como destino era muy popular para los turistas, así que después de más de una hora buscando algo a mi medida y cerca del lago, elegí un pequeño pueblo llamado Pelion.
Después de secarme, me puse unos pantalones cortos y una camiseta y cogí el móvil para llamar a mi mejor amiga, Songyi. Había intentado ponerse en contacto conmigo varias veces desde que le envié el mensaje diciéndole que me marchaba, y solo le había respondido con otro mensaje. Le debía una llamada.
—¿Jimin? —respondió Songyi, con sonido de voces al fondo.
—Hola, Songyi, ¿te pillo en mal momento?
—Espera, que voy fuera. —Noté que cubría el teléfono con la mano y le decía algo a alguien antes de volver a responder—. No, no es un mal momento. Me moría por hablar contigo. Estoy almorzando con mi madre y mi tía, pero pueden esperar unos minutos. Estaba preocupada por ti —dijo en un tono algo acusador.
Suspiré.
—Lo sé. Lo siento. Estoy en Maine. —Le había dicho anteriormente a dónde me dirigía.
—Jimin, has huido. ¡Dios! ¿Llegaste a hacer equipaje?
—Cogí un par de cosas. Lo necesario. La escuché resoplar.
—Está bien. Bueno, ¿cuándo vas regresar a casa?
—No lo sé. He pensado quedarme por aquí un tiempo. De todas maneras, Songyi, no te lo he mencionado, pero estoy quedándome sin dinero. Acabo de entregar una buena cantidad como fianza para un alquiler. Tengo que conseguir un trabajo durante al menos un par de meses y ahorrar lo suficiente para poder pagarme el regreso a casa y los gastos de unos cuantos meses.
Songyi permaneció en silencio.
—No sabía que estabas en una situación tan apurada. Jimin, cariño, tienes una titulación universitaria. Regresa a casa y utilízala. No es necesario que vivas como una especie de vagabundo en un pueblo donde no te conoce nadie. Te echo de menos. Adam y Dae te echan de menos. Deja que los amigos que te queremos te ayudemos. Podemos enviarte dinero si así puedes volver a casa con más rapidez.
—No, no, Songyi. De verdad. Necesito un… poco de tiempo, ¿de acuerdo? Sé que me quieres…, yo también… —dije en bajito—. Yo también te quiero. Pero tengo que hacer esto.
Permaneció un par de segundos en silencio.
—¿Es por culpa de Dae? Me mordí el labio.
—No, no del todo. Es decir, quizá eso fue la gota que colmó el vaso, pero no estoy huyendo de Dae. Quizá era lo último que necesitaba, ¿sabes?, y todo se convirtió en… demasiado.
—Oh, cielo, no es justo que una persona tenga que pasar por tanto… —añadió con la voz suave. Por fin suspiró—. En parte te envidio… ¿El viaje te ha ayudado? —Percibí una sonrisa en su voz.
Solté una risita.
—Quizá…, de alguna manera, sí. Para otras cosas, todavía no.
—Así que no han desaparecido todavía —comentó Songyi por lo bajo.
—No, Songyi, todavía no. Pero me siento bien en este lugar. Te lo digo en serio. —Traté de imprimir firmeza a mi voz.
Songyi permaneció otro momento en silencio.
—Cielo, no creo que sea cuestión del lugar.
—No es eso lo que quería decir. Intentaba decir que parece un buen lugar para escapar… ¡Oh, Dios! Tienes que irte. Te están esperando tu madre y tu tía. Hablaremos en otro momento.
—De acuerdo —convine, vacilante—. ¿Seguro que estás bien?
Hice una pausa. Nunca me sentía completamente seguro. ¿Lo estaba ahora?
—Sí, esto es muy bonito. He alquilado una casita junto al lago.
—Lancé un vistazo por la ventana que tenía a la espalda, recreándome de nuevo en la hermosa vista del agua.
—¿Puedo ir a visitarte? Sonreí.
—Espera a que esté instalado. Quizá antes de que vuelva.
—Está bien. Te echo mucho de menos.
—Yo también te echo de menos. Te llamaré de nuevo muy pronto, ¿vale?
—Está bien. Adiós, cielo.
—Adiós, Songyi.
Di por finalizada la llamada y me acerqué al ventanal. Después me sumergí en las sombras de mi nueva habitación y me metí en la cama recién hecha. Kimi se instaló a mis pies. Me quedé dormido en el mismo momento en que mi cabeza tocó la almohada.
Me desperté con el sonido del canto de los pájaros y el murmullo lejano del agua contra la orilla. Me giré en la cama y miré el reloj. Eran las seis de la tarde. Me estiré y me senté, tratando de orientarme.
Me levanté, con Kimi trotando detrás de mí, y me lavé los dientes en el minúsculo cuarto de baño. Después me estudié en el espejo. Las oscuras ojeras seguían allí, aunque resultaban menos pronunciadas después de cinco horas de sueño. Me pellizqué las mejillas para poner en ellas un poco de color y esbocé una enorme sonrisa fingida ante mi reflejo antes de sacudir la cabeza.
—Vas a estar bien, Jimin —me dije a mí mismo—. Eres fuerte y serás feliz de nuevo. ¿Lo has entendido? En este lugar hay algo bueno, ¿no lo notas? —Ladeé la cabeza y me observé en el espejo durante un minuto más. Era mucha la gente que conversaba con su reflejo en el baño, ¿verdad? Era algo normal. Respiré hondo y sacudí de nuevo la cabeza. Me lavé la cara después de arreglar con rapidez mi cabello castaño claro.
Fui a la cocina y abrí el congelador, donde había dejado la comida precocinada que había metido en la nevera del coche. No había traído demasiados alimentos, solo lo que tenía en la nevera de casa, algunos platos para microondas, leche, mantequilla de cacahuete, pan y algo de fruta. También había incluido una bolsa de comida para Kimi. Sería suficiente para un par de días, pero luego tendría que acudir a una tienda de comestibles.
Abrí un envase de pasta congelada para microondas y esperé sentado ante la encimera a que se hiciera. Me la comí con un tenedor de plástico mientras miraba por la ventana de la cocina. Vi a una anciana vestida de azul, con el pelo corto y canoso, salir de la casa contigua y recorrer el camino hasta mi porche con una cesta en las manos. Cuando llamó a la puerta, tiré la caja de cartón, ya vacía, a la basura y me acerqué a contestar.
Al abrir, la mujer me brindó una cálida sonrisa.
—Hola, querido, me llamo Anne. Parece que eres mi nuevo vecino. Bienvenido.
Le brindé una sonrisa y cogí la cesta que me ofrecía.
—Yo soy Park Jimin. Gracias. ¡Qué bien huele! —exclamé cuando levanté una esquina del paño que cubría la cesta y flotó hasta mí el dulce olor a muffins de arándanos—. Parecen deliciosos.
¿Le apetece pasar?
—En realidad, venía a proponerte si te gustaría venir a compartir un vaso de té helado conmigo en mi porche. Acabo de prepararlo.
—Oh —dudé—. Claro, estupendo. Deme un segundo para coger unos zapatos.
Volví a la cocina, dejé los muffins en la mesa y me dirigí al dormitorio para ponerme unas sandalias.
Cuando regresé, Anne me esperaba en el porche.
—Hace una noche preciosa. Me gusta sentarme al aire libre por las tardes para disfrutar del clima. Dentro de nada estaré quejándome del frío que hace.
Caminamos hacia su casa.
—¿Vive aquí todo el año? —pregunté, mirándola de reojo. Ella asintió.
—Casi todos los habitantes de esta orilla del lago somos residentes permanentes. A los turistas no les interesa este pueblo, solo aquella zona —indicó, señalando con la cabeza hacia el otro lado del lago, apenas visible en la distancia—. Es donde hay más atractivos turísticos. A los vecinos no les importa, aunque eso va a cambiar. La dueña del pueblo, Jeon Hyekyo, planea un proyecto para expandir la zona y atraer a los turistas. —Suspiró mientras subíamos las escaleras de su porche y se sentó en una silla de mimbre. Yo me acomodé en un balancín para dos y me recosté en los cojines.
Su porche era hogareño y acogedor, lleno de muebles de mimbre blanco y cojines azules y amarillos. Había macetas con flores por todas partes, y las petunias caían en cascada por las barandillas.
—¿Qué opina usted sobre esa idea de atraer a más turistas? Ella frunció el ceño.
—Oh, bueno… Me gusta la tranquilidad que respiramos en el pueblo. Prefiero que sigan yendo a la otra orilla… Tenemos algún transeúnte de vez en cuando, y eso es suficiente. Además, me gusta que el pueblo sea pequeño. Hyekyo quiere construir bloques de apartamentos, por lo que irán desapareciendo las cabañas junto al lago.
Fruncí el ceño.
—¡Oh, lo siento! —dije, al darme cuenta de que acabaría teniendo que mudarse.
Agitó la mano en un gesto de desdén.
—Yo estaré bien. Lo que más me preocupa son las empresas del pueblo que acabarán teniendo que cerrar debido a la expansión.
Asentí, todavía con el ceño fruncido. Permanecimos en silencio un rato después del cual dije: —Estuve de vacaciones al otro lado del lago con mi familia cuando era niño.
Cogió la jarra de té que había sobre la mesita y vertió el líquido en dos vasos.
—¿De verdad? —preguntó mientras me ofrecía uno—. ¿Qué te ha traído ahora por aquí?
Tomé un sorbo de té con la idea de ganar un par de segundos.
—Me decidí a venir un tiempo porque fui muy feliz allí ese verano —expliqué, encogiéndome de hombros. Traté de sonreír, pero hablar de mi familia todavía me provocaba una opresión en el pecho. Forcé lo que esperaba que fuera una expresión agradable.
Me estudió durante un segundo mientras tomaba su té. Luego asintió.
—Bien, querido, creo que es un buen plan. Si este lugar te hizo sentir feliz antes, puede volver a traerte felicidad. Algunos lugares son adecuados para la gente, creo. —Me sonrió con calidez. No añadí que la otra razón por la que había venido era que fue el último lugar donde mi familia había sido realmente feliz y despreocupada. A mi madre le habían diagnosticado un cáncer de mama cuando regresamos de ese viaje. Murió seis meses después. A partir de entonces, mi padre y yo habíamos estado solos.
—¿Cuánto tiempo piensas quedarte? —me preguntó Anne, arrancándome de mis pensamientos.
—No estoy seguro. En realidad, no tengo marcado un itinerario. Sin embargo, voy a necesitar un empleo. ¿Conoce a alguien que solicite gente?
Anne dejó el vaso sobre la mesa.
—Pues sí. La cafetería de la ciudad precisa un camarero para las mañanas. Dan desayunos y almuerzos. Fui el otro día y había un cartel. La chica que trabajaba allí acaba de tener un bebé y ha decidido quedarse en casa para criarlo. El local está en la calle principal del pueblo, se llama Norm’s. No tiene pérdida. Es un lugar agradable y siempre está lleno. Diles que te envía Anne. —Me guiñó un ojo.
—Gracias —sonreí—. Lo haré.
Permanecimos sentados en silencio durante un minuto, bebiendo el té y escuchando de fondo el sonido de los grillos y el zumbido de los mosquitos, que ocasionalmente se acercaban a mis orejas. Se escuchaban gritos lejanos de navegantes en el lago, seguramente recogiendo velas para dirigirse a tierra, y el suave ruido de las olas rompiendo en la orilla.
—Se está muy tranquilo aquí…
—Espero que no lo encuentres aburrido más adelante, querido, pero pareces necesitar una buena dosis de paz.
Dejé escapar un suspiro.
—Se le da bien leer a las personas —comenté—. Ha acertado bastante.
Ella se rio por lo bajo.
—Siempre he tenido don de gentes. Mi Bill solía decir que no podría ocultarme nada ni siquiera intentándolo. La vida, el amor y el tiempo también contaban. Acabas convirtiéndote en parte de otra persona, y no puedes esconderle nada de ti mismo. Aunque supongo que a algunos se les da mejor que a otros intentarlo.
La miré de lado.
—Lo siento. ¿Cuánto tiempo hace que falleció su marido?
—Oh, han pasado ya diez años. Sin embargo, sigo echándolo de menos. —La melancolía cubrió sus rasgos brevemente antes de que enderezara los hombros y señalara mi vaso con la cabeza—. Le gustaba añadir bourbon al té. Le ponía juguetón. A mí no me importaba. Lo mantenía contento, y a mí solo me llevaba un par de minutos tenerlo a punto.
Estaba en mitad de un sorbo y tuve que cubrirme la boca con la mano para no escupirlo. Después de tragar, me reí, y ella también.
Asentí con la cabeza un minuto después.
—Imagino que, en ese aspecto, algunos hombres son bastante simples.
Ella me sonrió.
—Algunas personas nos damos cuenta pronto, ¿verdad? ¿Te espera alguna chica o chico en casa?
Hice un gesto de negación.
—No. Tengo buenos amigos, pero nadie me espera en casa. — Cuando las palabras abandonaron mis labios, la verdadera naturaleza de mi soledad en el mundo fue como un puñetazo en el estómago. No era nuevo para mí y, sin embargo, decirlo en voz alta me hacía ser consciente de ello de una manera diferente. Vacié el vaso de té, tratando de tragarme la emoción que se había apoderado de mí repentinamente.
—Debería marcharme —dije—. Muchas gracias por el té y por la compañía. —Esbocé una sonrisa que ella me devolvió, y se puso en pie al mismo tiempo que yo.
—Ya sabes dónde estoy, Jimin. Si necesitas algo, ven a verme.
—Gracias, Anne. Es usted muy amable. ¡Ah! Necesito ir al supermercado, ¿hay alguno en el pueblo?
—Sí. Haskell’s. Solo tienes que volver por donde has venido y lo verás a la izquierda. Justo antes del semáforo. No tiene pérdida.
—Muy bien…, gracias de nuevo —dije, bajando los escalones y haciéndole una pequeña reverencia.
Anne asintió, sonriendo, y me dijo adiós.
Mientras volvía a casa a través de mi propio jardín para coger el bolso, vi un solitario diente de león con todos sus pelillos. Me incliné y lo arranqué de la tierra para sostenerlo a la altura de mis labios. Cerré los ojos y recordé las palabras de Anne.
—Paz… —susurré un minuto después, antes de soplar y observar cómo la pelusa flotaba lejos de mi vista. Esperé que, de alguna forma, una de aquellas semillas llevara mi susurro a alguien capaz de conseguir que los deseos se hicieran realidad.

Jungkook 's Voice Adapt. Kookmin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora