14 | Una luz al final del túnel

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Con el pasar de los días, una sensación de tristeza y confusión se fue asentando en mi pecho, creciendo con cada amanecer. Lo que antes parecía una conexión única con Ulrich, ahora se sentía como una sombra, un eco de algo que ya no era igual. No podía dejar de pensar en Amelia, en lo que ella representaba para él, y cómo yo, sin quererlo, había entrado en ese espacio vacío, en ese lugar que tal vez nunca me perteneció.

Empecé a evitarlo. Al principio, lo hacía de manera sutil: me levantaba más temprano para no coincidir en los entrenamientos, buscaba excusas para quedarme en mi habitación mientras él atendía los asuntos de la manada, o simplemente, me perdía en los bosques durante horas, caminando entre los árboles en busca de respuestas que nunca llegaban. Pero, a pesar de mis intentos de mantener la distancia, siempre había un momento, una pausa en la rutina, donde sentía el peso de su mirada. Era como si sus ojos me buscaran entre la multitud, como si yo fuera la única cosa capaz de distraerlo de sus responsabilidades.

Durante las comidas, era imposible no sentir su presencia. Cada vez que entraba en la sala, el aire cambiaba. Mi corazón latía más rápido, la tensión se instalaba en mi cuerpo y, aunque evitaba mirarlo directamente, sabía que él me observaba. Era una sensación abrumadora. Notar su mirada fija en mí, profunda y penetrante, como si intentara descifrar mis pensamientos, descomponía cualquier intento de calma que lograba reunir.

Pero, al mismo tiempo, esa constante atención me incomodaba. Me hacía preguntarme si Ulrich realmente me veía a mí, o si solo era un reflejo de lo que había perdido. ¿Era yo solo un reemplazo? ¿Alguien que podía llenar el vacío que Amelia había dejado? La idea me atormentaba. Cada vez que sus ojos se encontraban con los míos, una pequeña voz en mi cabeza gritaba que no era yo a quien buscaba, que solo estaba utilizando lo que yo sentía por él como un bálsamo temporal para su dolor.

Ese pensamiento me aterraba.

Y, sin embargo, no me atrevía a encararlo. No podía reunir el valor para preguntarle qué significaba todo esto, para enfrentarlo con la verdad que me asfixiaba. Había un miedo constante de que, al hacerlo, confirmaría mis peores temores. Que él solo me veía como una sombra de lo que había perdido, un consuelo pasajero. El miedo de que mi amor, o lo que fuera esto que sentía por él, fuera simplemente un juego, una herramienta para calmar su propio dolor, me paralizaba.

Por las noches, me recostaba en mi cama, mirando el techo, mientras esos pensamientos me consumían. Recordaba nuestros momentos juntos, los instantes en los que había creído que realmente me quería, que yo importaba. Pero cada vez que la sombra de Amelia se interponía en mis pensamientos, esa certeza se desmoronaba. Sentía una presión constante en el pecho, un nudo en la garganta que no podía deshacer.

Me sentía atrapada en una encrucijada. Si me enfrentaba a él, si le pedía la verdad, ¿qué pasaría después? ¿Podría soportar la idea de que solo era un reemplazo, un consuelo para su corazón roto? Pero también sabía que no podía seguir así, que no podía evitarlo para siempre. Había un límite en cuánto podía soportar antes de que este miedo me consumiera por completo.

Sin embargo, cada vez que lo veía, cada vez que sentía su mirada sobre mí, mi cuerpo se paralizaba. El miedo a descubrir que mis sentimientos eran insignificantes para él, que yo no era más que un reemplazo, me mantenía en silencio, incapaz de actuar. Y así, día tras día, la distancia entre nosotros crecía, alimentada por mi temor y su constante presencia.

Estaba sentada en un viejo banco de madera en el patio, el frío del invierno me envolvía, pero los escasos rayos de sol que lograban atravesar las nubes grises me proporcionaban un alivio cálido, aunque fuera breve. Cerré los ojos por un momento, permitiéndome disfrutar de esa paz fugaz, tan rara en estos días. Necesitaba este instante, un pequeño respiro para mí, lejos de la confusión que dominaba mi mente, lejos de las miradas que me perseguían en cada rincón de la casa.

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