21 | El nuevo inquilino

39 5 1
                                    

Amanecí temprano, mucho antes de lo habitual. El sol apenas asomaba en el horizonte, y mis ojos se abrieron de golpe, como si mi cuerpo supiera que algo en este día sería diferente. Me quedé tendida en la cama por unos minutos, sintiendo el leve calor de las sábanas, pero también la incomodidad que me había invadido desde que mis pensamientos volvieron a él. Ulrich. La memoria de lo que había ocurrido la noche anterior me golpeó de nuevo, haciéndome estremecer.

Me mordí el labio, el leve escozor aún presente en mis labios hinchados. La intensidad de ese beso seguía grabada en mi piel, en cada parte de mí, pero ahora, con la luz del día filtrándose por las cortinas, una sensación diferente me invadía: vergüenza. ¿Cómo podía enfrentar a Ulrich después de lo que habíamos hecho? Después de que todo se había desbordado de esa manera, de que habíamos cruzado una línea que no podía ignorar, ¿cómo podía mirarlo a los ojos sin sentirme expuesta?

Suspiré, levantándome lentamente de la cama. Mis piernas se sentían pesadas, como si mi cuerpo estuviera tan atrapado en esa confusión como mi mente. No quería enfrentarlo hoy. No sabía cómo hacerlo. Las emociones que se arremolinaban dentro de mí eran demasiadas, una mezcla de deseo, timidez y una nueva vulnerabilidad que no había sentido antes.

Decidí que mi única opción era evitarlo. Al menos por hoy. Necesitaba tiempo, espacio para poner mis pensamientos en orden, para entender qué significaba todo lo que había pasado. Me vestí rápidamente, optando por algo cómodo para entrenar, como si el movimiento físico pudiera despejarme la mente. Pero incluso mientras ataba mis zapatos, una parte de mí sabía que no era solo el entrenamiento lo que buscaba, sino una manera de evitar el inevitable encuentro con Ulrich.

Bajé a desayunar más temprano de lo habitual, con la esperanza de que él aún estuviera en su oficina o atendiendo asuntos de la manada. El comedor estaba casi vacío, lo que me dio un respiro de alivio. Me serví un poco de café y algo de fruta, pero apenas podía comer. Mi estómago estaba hecho un nudo, y cada vez que alguien entraba por la puerta, mi corazón se aceleraba, temiendo que fuera él.

"Relájate", me dije a mí misma, tratando de concentrarme en algo tan simple como masticar un trozo de manzana. Pero mis pensamientos volvían una y otra vez a la noche anterior. A su boca sobre la mía, a la forma en que había tomado mi rostro con tanta fuerza, pero también con tanto cuidado. A cómo se había detenido, apartándose cuando yo no podía pensar en otra cosa que en seguir.

El tiempo pasó más rápido de lo que esperaba, y cuando vi que más personas empezaban a llegar al comedor, decidí que era momento de retirarme. No podía quedarme aquí mucho más sin arriesgarme a cruzarme con él. Me levanté de la mesa y, con pasos rápidos, me dirigí al gimnasio de la manada para comenzar mi entrenamiento.

A pesar de mis intentos por evitarlo, sabía que tarde o temprano llegaría el momento en que tendría que enfrentar a Ulrich. Y ese momento llegó antes de lo que esperaba.

Durante la mañana, logré mantenerme ocupada con el entrenamiento. Me concentré en cada movimiento, en cada respiración, con la esperanza de que el esfuerzo físico sofocara los pensamientos que no dejaban de acosarme. Pero, en el fondo, sabía que era inútil. No importaba cuántas veces me exigiera un poco más, cuántas flexiones o estocadas hiciera, mis pensamientos volvían a él. A Ulrich. A la intensidad de la noche anterior y a esa sensación que no podía borrar.

Para cuando llegó la hora del almuerzo, mi estómago ya no estaba solo anudado por los nervios, sino por el hambre. Me dirigí al comedor, sabiendo que sería inevitable cruzarme con él, pero deseando que, por alguna razón, no estuviera allí. Al entrar, mis ojos lo encontraron al instante. Estaba sentado en la esquina de la mesa que solíamos compartir. Parecía tan imponente como siempre, con una postura relajada, pero alerta, como si estuviera listo para enfrentarse a cualquier cosa que se le pusiera delante. Me mordí el labio al verlo, un gesto involuntario que me recordó la hinchazón de mis labios. La vergüenza me golpeó como una ola, pero había algo más detrás de esa incomodidad: una chispa de deseo que no podía apagar, no importaba cuánto lo intentara.

ULRICH Donde viven las historias. Descúbrelo ahora