Capitulo 2: La Reina
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.Adán sintió el peso de los milenios, el legado de sus ancestros y el destino del universo entero reposando sobre sus hombros mientras se mantenía firme frente a Lilith. La reina del Infierno, con sus ojos oscuros como pozos infinitos, lo observaba con una calma inquietante. Una sonrisa torcida y llena de confianza curvaba sus labios, tan fría que parecía congelar el aire a su alrededor. Había algo en su presencia que parecía retorcer la realidad misma, como si el tiempo y el espacio estuvieran siendo distorsionados por la inmensa energía que emanaba de su ser.
El aire alrededor de ellos era denso, vibrante, casi tangible, como si estuviera ardiendo con un fuego invisible. Era como si el mismísimo tejido de la realidad temblara, incapaz de soportar la magnitud de lo que estaba a punto de ocurrir. El cielo y el infierno se unían en aquel momento, en aquel lugar, en un punto de no retorno. El eco de incontables batallas, de guerras libradas por generaciones, resonaba en el ambiente.
—No me subestimes —respondió finalmente Adán, después de lo que pareció una eternidad de silencio, su voz profunda y llena de la carga de generaciones enteras de sufrimiento, esperanza y lucha. Cada palabra resonaba con un poder antiguo, como si las voces de todos los hijos de Adán y Eva hablasen a través de él. Sus ojos brillaban con una intensidad cegadora, una luz celestial que contrastaba con la oscuridad que rodeaba a Lilith. En sus manos, la magia serafín chisporroteaba, vibrando con una energía contenida, como una tormenta a punto de desatarse.
Lilith, en respuesta, soltó una carcajada que resonó en las profundidades del campo de batalla. Su risa era oscura, cargada de un desprecio que perforaba el alma. Era el sonido de alguien que había vivido durante eones, que había visto caer imperios y nacer civilizaciones, alguien que ya no encontraba amenaza en nada ni en nadie. Sus ojos brillaban con una malicia eterna, y su cuerpo irradiaba poder antiguo, el tipo de poder que había corrompido a la humanidad desde los albores de su existencia.
Con un movimiento elegante, Lilith extendió sus brazos hacia los cielos, y como si respondieran a una llamada silenciosa, las sombras del Infierno comenzaron a retorcerse y agitarse a su alrededor. De esas sombras surgieron criaturas infernales, demonios alados de formas grotescas, sus cuerpos envueltos en llamas negras que parecían consumir la luz misma. Eran sus generales, los señores del caos, los titanes que habían devastado la Tierra y que habían debilitado al Cielo con su furia imparable.
—¿De verdad crees que tú, un simple descendiente de Adán, puedes hacer lo que tus ancestros no lograron? —preguntó Lilith, su voz cargada de desprecio y una confianza absoluta en su victoria. Los demonios a su alrededor rugieron, desplegándose en formación, listos para defender a su reina, como si la misma oscuridad del Infierno hubiera tomado forma para protegerla. —Mi linaje ha triunfado sobre los hijos de Adán desde el principio de los tiempos. Tú no serás la excepción. Tu historia no será diferente. Al final, caerás, como lo hicieron tus antepasados. Mi victoria está predestinada.
Adán sintió la verdad y el peso de sus palabras, pero en lugar de amedrentarse, una furia profunda comenzó a crecer en su pecho. No era solo la ira de un hombre; era la furia acumulada de todas las generaciones que habían caído ante el poder de Lilith y los suyos. Era el grito silencioso de los muertos, la desesperación de los que habían sido traicionados, y la esperanza de aquellos que aún confiaban en la redención. El poder de la magia serafín brillaba aún más fuerte en sus manos, respondiendo a su determinación.
—No. —Su voz fue firme, resonando como un trueno en medio de la tempestad. —No soy como ellos. Yo soy el último descendiente, y con eso viene un poder que ni siquiera tú puedes comprender. Yo soy el legado final de Adán y Eva, y es en mí que su historia terminará, pero no como tú crees. Esta vez, la balanza se inclinará en favor de la creación.