Capitulo 1: El Ascendido II
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El conflicto entre el Cielo y el Infierno estalló con una violencia inimaginable. Durante los primeros años, el Cielo logró resistir los embates de las hordas infernales, manteniendo sus fronteras con una combinación de fuerza celestial y fe inquebrantable. Los ángeles más poderosos luchaban día y noche, desplegando su luz divina contra las sombras que amenazaban con consumirlo todo. El arcángel Miguel lideraba a las huestes celestiales con su espada de fuego, mientras que los serafines ancianos, con sus vastos poderes, defendían los pilares del Cielo.
Sin embargo, Lilith, la madre de los demonios y la primera mujer, fue más astuta de lo que los ángeles imaginaron. No buscó enfrentarse directamente al poder abrumador del Cielo, sino que comenzó a jugar un juego más largo, uno que involucraba la corrupción sutil pero efectiva de los humanos. La Tierra, siempre el campo de batalla de ángeles y demonios, se convirtió en el escenario principal de su estrategia. Desde su trono en el Infierno, Lilith usó su magia ancestral para susurrar en los corazones de los mortales, seduciendo a reyes, líderes y ciudadanos comunes por igual. Les prometió poder, inmortalidad y riquezas, a cambio de su lealtad a las fuerzas infernales.
Cada humano que caía bajo su hechizo era una nueva semilla de corrupción plantada en la Tierra. Con el tiempo, más y más almas se entregaron al Infierno, fortaleciendo los ejércitos de Lilith. Con cada alma condenada, un nuevo demonio surgía, y con cada demonio, el poder del Infierno se expandía. No solo surgían demonios menores, sino que comenzaron a alzarse overlords, seres de poder inmenso que rivalizaban con los ángeles más antiguos. Estos overlords, bajo el mando de Lilith y Lucifer, comandaban legiones de demonios, extendiendo la influencia del Infierno a todos los rincones de la Tierra.
A medida que la guerra se prolongaba, la Tierra comenzó a cambiar. Las ciudades humanas, antaño prósperas y llenas de vida, se convirtieron en ruinas cubiertas por una oscuridad palpable. Los cielos se oscurecieron con nubes negras, y los ríos se volvieron rojos como la sangre. Las montañas se alzaron como colmillos, y los océanos se agitaron bajo tormentas eternas. Los humanos que no cayeron bajo el control de Lilith vivían en constante terror, escondiéndose en cavernas y ciudades subterráneas, temerosos de los demonios que vagaban por la superficie.
Lilith, sabiendo que el control total de la Tierra estaba al alcance, comenzó a corromper los linajes humanos. Su objetivo era eliminar para siempre la línea pura de Adán y Eva, los primeros humanos, que habían sido creados directamente por Dios. Sabía que si lograba extinguir su descendencia, no habría más conexión entre los humanos y el Cielo, sellando así el destino de la humanidad bajo su dominio. Para ello, usó a sus propios descendientes, híbridos entre demonios y humanos, para cazar a los últimos miembros de la sangre pura.
Los descendientes de Adán y Eva fueron perseguidos sin tregua. Uno por uno, los linajes antiguos cayeron. Algunos intentaron resistir, otros se escondieron, pero todos fueron eventualmente atrapados o corrompidos. Con cada muerte, el poder del Cielo disminuía, y la influencia del Infierno crecía. Para cuando la guerra alcanzó su punto más oscuro, solo quedaba un descendiente directo de Adán: un joven castaño que llevaba el mismo nombre que su ancestro, Adán.
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Este último Adán vivió una vida de sufrimiento y lucha. Desde niño, fue consciente de su herencia, aunque jamás comprendió del todo el peso que cargaba. Su madre, la última guardiana de la sangre de Adán y Eva, le había enseñado a ocultarse y a luchar desde pequeño. Sin embargo, la guerra y la oscuridad que envolvían la Tierra se llevaban todo lo que amaba. Creció en un mundo donde los demonios gobernaban, donde los cielos ya no mostraban la luz divina, y donde cada día era una lucha por la supervivencia.