Capítulo 04.

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—Bueno, Segovia, ya estás anotada. Te extrañábamos por acá.

—Si, ya quedan solo dos finales que estuve pateando estos años, pero volví. ¿Enserio no hay alguna regularización que tenga que rendir para poder hacer el final?

—No, el temario sigue siendo el mismo, así que quédate tranquila. Igualmente consúltales la bibliografía a las profesoras para estar al tanto. Ya sabes cómo son. —asentí y me despedí de Silvina quien era nuestra encargada de curso.

Salí con una sonrisa gigante de la facultad y recibí justo una llamada de Barbi.

—¿Y, hermana? ¿Ya te pudiste anotar?

—¡Si! Tengo la mesa del quince de diciembre y la del veintiocho. Así que me tengo que poner las pilas. —del otro lado escuche como mi amiga festejaba.

—Me encanta, avísame si necesitas algún resumen, tengo todo guardado. Fíjate que sean los mismos temas.

—Si, mañana tengo que venir y hablar con las dos profesoras que hoy no estaban.

—Dale, después te paso los actos para que puedas anotarte.

—Tranquila, amiga, paso a paso. Tengo que recibirme primero.

—Y lo vas a lograr, vas a ver que vas a poder.

Las semanas siguientes fueron eso. Estudio y más estudio, entre ayudar a Joa con la mudanza. Mi vieja me abrazó emocionada y contenta porque siga con mi carrera. Iba a ser la primera de la familia con un terciario. Mi hermano tenía una tecnicatura pero por haber ido a una escuela técnica con salida en informática y electromecánica. A veces me enervaba que las mujeres nos tengamos que romper más el orto para poder conseguir ese tipo de trabajos, o ser un toque más dignas. Si no tenías entre veinte y treinta y cinco años no servías ni para repuesto de loco. Era increíble. Pero a mi me gustaba la vocación de enseñar a los más chiquitos y eso era lo que iba a hacer.

Estaba aprovechando que el día estaba lindo y que todo el quilombo de la mudanza ya había pasado, puse música en la compu, y salí al patio con los apuntes mientras los pasaba a mano. Bar me había dado una mano con sus apuntes, pero yo tenía memoria visual y necesitaba pasarlos a mano, escribirlos, resaltarlos, hacerlo tangible; para poder aprenderlo bien. Y mientras tarareaba algo vi una sombra que irrumpía en el resplandor del sol. Ya sabía quien era.

—¿Aprovechando el día? —hablo desde ahí y me di vuelta tapándome con un brazo el sol ya que no podía verlo bien.

—Tal cual, hay que sacar el país adelante.

—¿Qué estudias?

—Educación inicial, o sea...

—Maestra jardinera. —aclaró con una gran sonrisa.— Me caen muy bien las señoritas.

—No se por qué noto algo de picardía en esa aclaración, pero no quiero saber. —respondí en joda logrando sacarle una risa.

—Me reservo los comentarios, pero afirmas mi teoría. —dijo metiéndose adentro mientras se seguía riendo.

Me dejo con la intriga, pero no tenía tiempo para distraerme pensando en eso, en cinco días tenía que rendir el primer final de los dos que me quedaban.

El sol se había escondido y en la casa reinaba el silencio. Un silencio que a veces me asustaba y al que estaba intentando acostumbrarme. Cené una sopa que disfrute como si no hicieran treinta grados de noche, y lave todo con una calma y tranquilidad que creía extintas. Me senté en el comedor una vez que termine de secar y guardar todo, estaba leyendo los apuntes, intentando formar una idea propia, buscando las palabras justas, lo estaba logrando hasta que empecé a escuchar ruidos arriba, algo constante y rítmico, raro. Estaban corriendo algún mueble o algo por el estilo. Salí al patio a ver qué onda y nada, volví adentro y me quede escuchando con cara rara hasta que me bajo una idea a la cabeza.

—Este debe estar garchando. —y me reí como una boluda.

Me fui a la pieza, me sentía un poco incómoda al saber eso, pero que le iba a decir nada, el asunto iba a ser volver a verle la cara después de esto, no solo se sentía el ruido de la cama, sino que desde mi pieza se podían distinguir algunos gemidos ya que, si las casas eran todas iguales, encima tenía la habitación de Guido.

Bueno, que suerte tienen algunos, el que puede puede y la que no se queda en la cama escuchando. Cuando por fin terminaron de hacer ruido pude conciliar el sueño, me despedí de Barbi que estábamos hablando por WhatsApp sobre el final y un par de cosas más llegando a que si aprobaba veníamos a comer unas pizzas y tomar unas birras, y si no también. Era hora de ir a dormir pero no podía dejar de pensar, tenía un lío en la cabeza, mucha ansiedad e incertidumbre. Decidí levantarme e ir a patio a fumarme un pucho. Estaba lo más tranquila cuando escuché ruido en el balcón de arriba. Como siempre, yo estaba sentada en la mesa, con las rodillas abrazadas y con la remera que usaba de pijama nomas. Levante la mirada y Guido estaba apoyado en el borde de su balcón mirándome.

—¿Terminaron? —se me escapó decir y lo escuché reírse mientras negaba, solamente veía su silueta, no habíamos prendido las luces de afuera y estaba solo la luz de la luna dibujándolo.

—¿Te desperté?

—Directamente no me dejaron dormir, querido. La próxima tápale la boca, no se, algo. —seguí con un tono entre joda y enserio.

—Perdón, tenes toda la razón del mundo, la próxima tiro el colchón al piso y la amordazo. —le levante el pulgar mientras le daba una pitada al cigarro.

—Estoy totalmente de acuerdo. —solté el humo mientras ambos nos carcajeábamos por lo bajo.— ¿van a seguir o puedo dormir?

—Ya la mande a su casa.

—Apa, rápido el asunto.

—No se si ofenderme o no... ¿rápido que?

—Bueno, para coger no sos rápido, habré escuchado ruidos por media hora, cuarenta minutos, buen tiempo; me refiero al descarte. ¿No sos de los que se quedan cuchareando?

—Mmmm... no me desagrada la idea, pero no... cuando es un garche nada más es eso: garchar y chau.

—Auch...

—Nah, está todo charlado por suerte. ¿Vos sos de las que comparte la cama y despiertan con el desayuno?

—Han pasado ochenta y cuatro años... —dije haciendo voz de vieja rememorando esa escena del titanic haciendo que mi vecino vuelva a reírse.— Y es que también depende, como vos decís, a mi me gusta enredar las patitas después, pero si es sacarse las ganas no me gusta mucho que me jodan. Así que se podría decir que mitad y mitad.

—Claro, entiendo. —se quedó en silencio un rato hasta que apague la colilla del cigarro, me levante. Ya sabía que estaba en tanga y remeron, pero el chabon ya me había visto tomando sol en el patio y no me incomodaba en lo absoluto.— Bueno, si me dejas esas vistas lo de los ochenta y cuatro años se puede solucionar enseguida, te aviso...

—¿Ye estás ofertando para salvar mi vida sexual, Sardelli chiquito? —así le decía cuando jodiamos.

—Un poco de eso, un poco de aquello... no te negaste igual.

—Buenas noches, chiquito, anda a descansar que la máquina debe estar agotada. —fui caminando hasta la puerta y volví, ya fue.— y voy a tener en cuenta la oferta. —interrumpí su risa que había arrancado con mi saludo de buenas noches.

—Te tomo la palabra. —dijo asomándose un poco más y con la luz de la luna vi que tenía el pelo desatado y estaba sin remera. Me tiro un beso y se metió adentro.

Asiduo | Guido SardelliWhere stories live. Discover now