𝐄𝐥 𝐜𝐨𝐦𝐢𝐞𝐧𝐳𝐨 𝐝𝐞 𝐭𝐨𝐝𝐨: 𝟎𝟏

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En el extraño y colorido vecindario de Sprunkis, vivían dos criaturas que destacaban incluso entre las más insólitas figuras que lo habitaban. OWAKCX, cubierto por terciopelo color lima y siempre con una expresión neutra, solía vagar por las calles sin rumbo, perdido en su propio caos mental desde que perdió su trabajo y dedicarse a las drogas. Era conocido por gritar en lugar de hablar, su única forma de lidiar con el mundo que lo rodeaba. Brud, en cambio, era su exacto opuesto. Más pequeño, cubierto de terciopelo marrón y con un balde de metal sobresaliendo de su cabeza, siempre se veía distraído, con sus ojos mirando en direcciones opuestas y una sonrisa boba en su rostro.

Aunque el resto de sus compañeros —Raddy, Oren, Simon, Vineria, Sky, Jevin, Durple, Pinki, Wenda, Gray, Tunner, Funbot, Clukr, Garnold, etc— siempre estaban ocupados en sus propios proyectos, OWAKCX y Brud eran inseparables. Para el resto del vecindario, era un misterio cómo alguien tan caótico como OWAKCX y alguien tan despistado como Brud podían llevarse bien, pero la verdad era que su relación iba más allá de las apariencias.

Un día, después de haber recorrido el Parque y haber gritado sobre la injusticia del mundo por horas, OWAKCX se detuvo frente a un río donde Tunner y Durple van a pescar todos los sábados. Allí, su reflejo en el agua parecía devolverle una mirada vacía y desconcertante. Gritó una vez más, fuerte y al viento, esperando que eso calmara el torbellino en su mente. Pero nada cambió. De repente, una mano pequeña y cálida tocó su brazo.

—¿Por qué gritas, OWAKCX? —preguntó Brud con su usual tono distraído, sus ojos desenfocados mirando al cielo y al suelo al mismo tiempo.

OWAKCX lo miró por unos instantes, los ojos muy abiertos, pero por una vez no gritó. No supo bien por qué, pero la presencia de Brud a su lado, su torpeza y su constante felicidad, le dio una extraña sensación de calma. Era como si todo el caos en su mente se apagara, aunque solo por un momento.

—No lo sé...—murmuró OWAKCX, sorprendiendo a Brud, que jamás lo había escuchado hablar sin gritar.

Brud sonrió, su sonrisa siempre simple, siempre sincera, y se sentó en la orilla del río. Sacó una piedra y la lanzó al agua, observando cómo rebotaba varias veces antes de hundirse.

—Es divertido —dijo Brud, sin mucha lógica aparente—. Las cosas que lanzas al río desaparecen, pero siempre vuelven en el agua, solo que diferentes.

OWAKCX se quedó mirando a Brud, sin saber cómo responder. Brud siempre hablaba en acertijos tontos, pero por alguna razón, ese comentario resonó en su cabeza. Tal vez todo lo que había perdido y lo que lo había vuelto loco estaba ahí, en el río de la suerte, solo que había cambiado tanto que ya no lo reconocía.

Después de un largo silencio, OWAKCX se sentó junto a Brud. No dijo nada más, pero en su mente, sentía algo extraño. Algo cálido. Brud, con su pequeño cerebro y su extraña manera de ver el mundo, era el único ser que no lo hacía sentir completamente solo. A pesar de sus propios gritos y confusión, Brud lo aceptaba tal como era. Y, por primera vez, OWAKCX se preguntó si lo que sentía por su amigo no era solo una extraña amistad, sino algo más profundo.

Los días pasaron y el vínculo entre ellos se hizo más fuerte. Cada vez que OWAKCX empezaba a perderse en sus pensamientos oscuros, Brud aparecía con una broma tonta o simplemente con su presencia reconfortante, trayendo algo de luz a su vida. Una tarde, mientras ambos paseaban por la granja de Tunner, donde solían ir para disfrutar de la tranquilidad, OWAKCX hizo algo que jamás había hecho antes. Sin previo aviso, extendió su mano y tomó la de Brud.

Brud, sorprendido, lo miró con sus pupilas divergentes, pero sonrió como siempre, sin cuestionar nada.

—¿Sabes, OWAKCX? —dijo Brud—. Cuando estoy contigo, siempre me siento feliz. Aunque no sé por qué.

OWAKCX, que normalmente habría respondido con un grito o un comentario extraño, solo apretó la mano de Brud un poco más fuerte.

—Yo también —susurró, casi inaudible, pero lo suficiente para que Brud lo escuchara.

Mientras el sol se ponía sobre los campos dorados de la granja, los dos amigos se quedaron en silencio, simplemente disfrutando de la compañía del otro. No importaba lo que el mundo pensara de ellos, ni sus excentricidades. En ese pequeño rincón del vecindario de Sprunkis, OWAKCX y Brud habían encontrado algo que no sabían que buscaban: un amor extraño y puro, el tipo de amor que no necesitaba ser explicado, solo sentido.

Tras aquel momento junto al río de la suerte, OWAKCX y Brud comenzaron a pasar más tiempo juntos, buscando cada vez más esa sensación de paz que encontraban en la compañía del otro. Mientras tanto, en el vecindario de Sprunkis, los otros habitantes empezaban a notar algo diferente entre ellos. No era que OWAKCX hubiese dejado de gritar o que Brud se hubiera vuelto menos distraído, sino que había una suavidad, una comprensión mutua que antes no estaba tan presente.

Un día, mientras caminaban por el bosque de camping, Brud se detuvo frente a un árbol grande y robusto. Sus pupilas divergentes parecían concentrarse en algo.

—Mira —dijo, señalando una figura tallada en la corteza del árbol.

OWAKCX frunció el ceño, acercándose. Era una marca vieja, una especie de símbolo que no había notado antes. Se inclinó hacia adelante, sus ojos abiertos de par en par, intentando descifrarlo. Pero Brud solo se rió.

—Parece un corazón —dijo Brud, soltando una carcajada suave—. ¿Crees que alguien lo hizo para recordarle a otro cuánto lo quiere?

La pregunta, simple como siempre, quedó colgando en el aire. OWAKCX se quedó mirando el símbolo tallado. No sabía cómo responder. El amor era algo que apenas podía comprender, algo lejano y confuso. Pero cuando miró a Brud, con esa expresión despreocupada y feliz, algo en su corazón comenzó a cambiar.

—¿Y si… lo hicimos nosotros? —preguntó OWAKCX de repente, con su tono áspero pero sin gritar.

Brud lo miró, sin entender del todo, pero asintió. Sin cuestionar, sacó una piedra afilada de su bolsillo y comenzó a tallar un símbolo similar justo al lado del anterior. OWAKCX lo observaba, y algo extraño comenzó a florecer en su pecho. Cuando Brud terminó, había dos corazones en el árbol, uno junto al otro.

—Así siempre estará aquí —dijo Brud con una sonrisa—. Como nosotros.

OWAKCX, sin saber muy bien por qué, extendió su mano hacia Brud, tocando su mejilla cubierta de terciopelo marrón. Fue un gesto tímido, casi torpe, pero Brud sonrió como siempre, disfrutando del contacto. Ambos se quedaron ahí, bajo el árbol, rodeados por la tranquilidad del bosque, con un nuevo entendimiento entre ellos.

No sabían qué era el futuro ni si el mundo alguna vez los entendería. Pero, en ese instante, con dos corazones tallados en la corteza de un árbol viejo, sabían que no estaban solos. Habían encontrado algo único y bello, algo que no necesitaba explicarse ni ser comprendido por los demás.

Ellos lo sabían, y con eso bastaba.

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