IX. Flores

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Debido a una misión de improvisto, Inumaki tuvo que ausentarse de la escuela durante tres semanas, obligándose a dejar desprotegido al pequeño jardín que había creado en la escuela; allá, cerca de los campos de entrenamiento. Por suerte para él, se encontró con Itadori antes de partir, así que delegó la importantísima misión de cuidar sus flores a su kouhai de segundo año.

Fushiguro se dio cuenta de que Itadori estaba cuidando el jardín de Inumaki a mitad de la primera semana, cuando Itadori le pidió que lo acompañara a regar las flores para que pudiera ver los botones que empezaban a brotar, adelantados quizá a su tiempo, pues la primavera aún se hallaba lejos en pleno enero. Antes, Fushiguro no había visto con detalle aquel jardín, por eso, cuando vio los arbustos de hortensias, los crisantemos y los matorrales de camelias extenderse ordenadamente sin llegar a invadir el bosque, se sorprendió de que fuera un jardín tan amplio y no solo una pequeña jardinera como las que se encuentran junto a los edificios de la escuela.

—A que es impresionante, ¿verdad? —dijo Itadori, mientras avanzaba entre las plantas por un camino bien formado.

—Sí, no tenía ni idea de que era tan grande —respondió siguiendo a su novio, quien lo estaba guiando a donde los primeros botones de flores estaban brotando.

En el centro del jardín, se hallaba un matorral de camelias que era más verde y frondoso que el resto. Destacaba porque de entre sus ramas se asomaban pequeños capullos esféricos, como frutos, pero que más tarde serían flores.

—Camelias rosas —señaló Fushiguro, acercándose con delicadeza a ver los botones bebés—. ¿No es muy pronto para que florezcan?

—No lo sé. Yo creo que es porque soy muy buen jardinero, ¿no te parece? —bromeó y Fushiguro resopló risible.

—Tal vez es solo que su temporada se adelantó —propuso antes de descubrir un botón a medio abrir—. Mira, aquí hay una casi abierta.

—¡¿Dónde?! —Itadori se acercó a al lugar que señalaba Fushiguro, y ahí estaba: una diminuta, joven y muy bella flor de camelia se abría paso para poder ser acariciada por el sol. Apenas estaba despertando. Sus pétalos eran casi blancos, pero el suave rosa, como desteñido, se podía apreciar en la delicadeza de su forma—. Qué bonita —dijo con una sonrisa; luego se sonrojó por lo que iba a decir—: Una vez leí que los crisantemos rosas representan la seducción, el amor eterno, la devoción y el anhelo por estar con la persona amada. Es curioso, ¿no?

Las mejillas de Fushiguro imitaron a las de Itadori. ¿Qué pretendía Itadori al decir algo así?

—¿En serio leíste algo así? —cuestionó con escepticismo.

—¿Eh, no me crees? Yo también puedo leer cosas cursis, Megumi —se defendió, pero solo consiguió sacar un par de risitas a su novio; de esas risas suaves y cálidas que pocas veces se ven, como una flor de camelia en pleno invierno. Itadori sonrió complacido con su hazaña—. Algún día tú y yo cultivaremos un jardín de camelias.

Las risas de Fushiguro se detuvieron, pero no así su sonrisa.

—Sí, algún día.

—Sí, algún día

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Pedacitos de una historia de amor • ItaFushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora