XIII. Cultivar un jardín

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Itadori le había prometido que algún día cultivarían un jardín de camelias juntos. Pero recientemente, Fushiguro había descubierto lo malo que se le daba la jardinería.

En una de sus misiones, el amable señor que los había contratado para exorcizar al fantasma de su invernadero, les regaló a Itadori, Nobara y a él un par de cactus erizo. En el primer mes, el cactus de Nobara había dado una flor blanca, y al mes y medio, el cactus de Itadori se había llenado con tres flores rosas. Pero el de Fushiguro no parecía verse bien; a pesar de que lo ponía al sol y le daba poca agua para no ahogarlo, el cactus parecía más pequeño y frágil de lo que era cuando se lo habían regalado.

—No sé, yo solo lo dejé ahí en mi habitación y le di agua solo cuando me acordaba —dijo Nobara cuando Fushiguro le preguntó que estaba haciendo para que su cactus diera flores.

—Yo le hablo bonito. Como me recuerda a ti, siempre le doy los buenos días o las buenas noches, ¡ah, y a veces le canto! —le había dicho Itadori cuando le preguntó a él.

Pero Fushiguro no quería hablarle a un cactus, porque se sentiría bastante tonto si lo hiciera; por eso decidió que sería mejor ignorar su existencia, igual que hizo Nobara con el suyo. Pero eso tampoco funcionó, y cuando las espinas se le comenzaron a caer, no tuvo más remedio que resignarse a recurrir a los métodos de Itadori.

Abrió la ventana de su habitación y colocó al cactus en ese pequeño balcón que daba al amplio patio de la escuela. Se sentó frente a él, lo observó en silencio y tras un par de suspiros resignados, le habló:

—Escucha, he hecho todo lo posible para mantenerte con vida, pero nada de lo que hago parece gustarte... —se detuvo. Por un segundo se cuestionó su cordura y el tono de sus palabras, que parecían más un reproche que halagos y cosas bonitas, como le había dicho Itadori que debía hablarle. Tosió un poco y eligió con cuidado sus siguientes palabras—. No es que te culpe, pero... si no logro mantenerte vivo, entonces dime, ¿cómo podre cultivar un jardín al lado de Itadori si no puedo cuidar ni siquiera de un cactus?

Había levantado la voz y su ceño estaba fruncido, como de costumbre. Estaba por soltar más de sus frustraciones cuando una voz conocida, pero entrecortada por culpa de sollozos, lo sorprendió a su espalda.

—Megumi... —Itadori sorbió por la nariz—, no te preocupes... —Otro sollozo—, podremos cultivar un jardín juntos aunque se te mueran hasta los cactus.

—¡¿Itadori, que...?! —No sabía si limpiar las lágrimas de su novio o golpearlo por señalar su nulo talento en la jardinería, o tal vez huir, porque según Fushiguro, más patético que hablar con un cactus era ser descubierto por la persona que amaba.

—Está bien. —Sonrió, y las lágrimas brillaron en las esquinas de sus ojos, como diamantes—. Déjame ver que tiene, tal vez pueda ayudarte.

Itadori gateó desde el balcón de su habitación hasta el de Fushiguro. Tomó entre sus manos la macetita del cactus y la observó con cuidado: la tierra estaba algo seca y le faltaban un par de espinas, pero no se veía del todo mal.

—¿Y bien? —preguntó Fushiguro, luego de que Itadori inspeccionara el cactus por un rato.

—Solo es cuestión de darle mucho amor y estará bien —dictó su diagnóstico con una sonrisa suave. Luego, con la misma delicadeza con la que había evaluado al pequeño cactus, lo dejó en el piso.

Fushiguro, que observaba en silencio, se sorprendió cuando sintió el cosquilleante calor de un beso fugaz depositado en su mejilla. Parpadeó desconcertado, mientras su corazón latía con fuerza y la razón se le escapaba junto a la dulzura con la que lo contemplaba Itadori. Entonces, dejándose llevar por su egoísta deseo, con premura y suavidad, devolvió el beso a su novio. Esta vez, en los labios.

Fushiguro cerró los ojos e Itadori sonrió entre besos. Uno, dos y tres fueron las veces que sus labios surcaron el contorno de la boca de Fushiguro, robándole suspiros y ternura. En medio del acalorado beso, la brisa sopló suavemente, los pájaros entonaron sus melodías, y tres semanas después, bajo los cuidados amorosos de Itadori y Fushiguro, el cactus floreció. Su primer botón apareció tímidamente. El cactus, que antes parecía frágil y sin esperanza, ahora se abría paso, transformado por la dedicación y el afecto recibido.

 El cactus, que antes parecía frágil y sin esperanza, ahora se abría paso, transformado por la dedicación y el afecto recibido

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Pedacitos de una historia de amor • ItaFushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora