Una triste promesa

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Seraphina

Nos sentamos en un banco bajo la sombra de un roble. El jardín estaba en calma, el aire fresco sobre mi piel y la sensación de haber gritado hacía unos minutos aún reverberaba en mí, como si hubiera soltado una parte de mí que llevaba demasiado tiempo atrapada.

Anthony estaba a mi lado, observándome de una manera que, por primera vez, no parecía llena de juicio o curiosidad morbosa. Pero entonces, rompió el silencio con una pregunta que había temido escuchar desde el primer momento en que nuestras miradas se cruzaron en el baile.

—¿De quién fue la idea? —preguntó en voz baja, señalando con un gesto sutil el velo que cubría mi rostro—. ¿Por qué lo llevas siempre?

Sentí cómo mi cuerpo se tensaba, mi respiración se ralentizaba y el nudo familiar volvía a formarse en mi estómago. No era fácil hablar de esto, y menos con alguien como él. Pero después de lo que habíamos compartido en este jardín, sentí que le debía al menos un fragmento de la verdad.

—Fue idea de mi madre... —comencé, tratando de mantener la voz firme—. Después de que ocurrió... lo de mi rostro. Ella pensaba que sería mejor para mí, para nuestra familia, que cubriera la cicatriz. No por vergüenza, decía, sino para protegerme de las miradas crueles. Pero a veces... me pregunto si fue más para protegerse a sí misma.

Mis palabras flotaron en el aire, mientras Anthony escuchaba en silencio, su mirada fija en mí, sin interrumpirme. Agradecía eso, aunque la conversación me doliera más de lo que esperaba.

—Ahora lo llevo siempre —continué, acariciando el borde del velo, que ya formaba parte de mí como una segunda piel—. Es como un escudo. Me permite mantener una distancia con la gente. Pero también me hace invisible. Es un triste consuelo.

Anthony me observaba de una forma que me hizo sentir vulnerable, pero no de la manera a la que estaba acostumbrada. No era el tipo de vulnerabilidad que me llenaba de vergüenza o temor, sino algo diferente, algo más humano.

—Quiero verte —dijo de repente, rompiendo el silencio con una intensidad que no esperaba—. No el velo, no las sombras. Quiero ver a la verdadera Seraphina.

Le sonreí, pero no con alegría. Era una sonrisa resignada, una que había aprendido a perfeccionar a lo largo de los años.

—Eso es imposible, Bridgerton. No lo entenderías.

—¿Por qué? —insistió, y aunque su voz era suave, podía sentir la frustración en sus palabras.

Suspiré, dejando que la realidad se filtrara en mi respuesta.

—Porque sé que nadie quiere ver lo que hay detrás. —Sentí el peso de la verdad, la aceptada, la impuesta—. Ni siquiera tú podrías. Todos prefieren lo bonito, lo fácil, lo que encaja en sus perfectas vidas. Y yo... no encajo en nada de eso.

Anthony parecía estar procesando lo que le decía, y por un momento, pensé que simplemente dejaría el tema. Pero en lugar de eso, soltó la pregunta que más temía.

—¿Qué pasará cuando te cases? —preguntó, con una mezcla de curiosidad y algo más que no pude descifrar.

Reí amargamente, porque la respuesta era tan obvia para mí que casi me sorprendía que él no la hubiera considerado.

—No me casaré, Anthony. No seré monja, pero tampoco me haré ilusiones. Ningún hombre en su sano juicio se casaría con una mujer como yo.

Su rostro cambió al escucharme decir eso. Podía ver cómo luchaba por encontrar las palabras adecuadas, para decir algo que aliviara la tensión. Pero entonces, con torpeza, soltó una frase que no esperaba.

La dama enmascarada (Anthony Bridgerton)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora