5 años tenía Andromeda cuando se mudaron a una nueva zona de California, Santa Mónica, pasaron de vivir en un pequeño departamento de una zona pesada de California a vivir en un lugar turístico común en Los Ángeles.
Desempacaba sus juguetes de niña cuando el sonido de la puerta abriéndose y los tacones haciéndose presentes en el sueño la lleno de incomodidad
— ¿que haces? —
el tono frío de su madre recorrió toda su columna provocándole escalofríos
— desempaco mis juguetes —
la voz suave levemente se escuchaba, era casi inaudible, algo que su madre odiaba
— ¡¿QUÉ?! habla más fuerte que no te escucho muda —
su tono sarcástico y el sonido de los hielos en el vaso de vidrio la hacia quedarse muda, ninguna palabra salía de su boca aunque quisiera gritar o decir algo, solo asentía y agachaba su mirada
— Maldita muda —
dijo por último tomando un trago de su vaso de whisky y azotando la puerta de la habitación mientras Andromeda solo miraba la caja de sus juguetes sin decir nada.
Era común verle siempre callada, sin amigos y siempre abrazada de un peluche, un peluche llamado Bennyboo, su única compañía desde que tiene memoria, fue un regaló de su papá en su tercer cumpleaños y desde ahí nunca lo soltó.
Nunca entendió el desagrado de su madre hacia ella, siempre evitaba sus pláticas, tiraba sus dibujos, rompía sus cosas y evitaba mirarla a los ojos, su padre decía que era solo por que se sentía mal pero que ella la amaba, se le era difícil comprender pero siempre se intentó convencer que muy en el fondo de su madre una pequeña pizca de cariño sentía.
De nuevo estaba en la cafetería acomodando mi mandil, lista para un nuevo día de trabajo con la gente tan amable que viene.
Eran las 2:39 y ningún cliente llegaba, por milagro de Dios Alfred tampoco ha aparecido durante los siguientes 30 minutos y eso era una bendición suficiente como para ser feliz, Andree miraba su celular aburrido y yo decidí sentarme en el piso mirando mis pies, mis Airforce 1 desgastados y a primera vista muy usados y algo sucios me tenían hipnotizada, supongo que el aburrimiento y el sueño me estaban haciendo prisionera de ver cualquier cosa hasta que sonó la campana de la puerta despertándome de mi sueño con ojos abiertos
me levanté del piso para atender al milagroso (molesto) cliente que había llegado a interrumpir la paz
— Hola Huskyna — aquel rubio del día anterior apareció lo que hizo que frunciera el ceño
— Huskyna? — pregunté dudosa
— Si por tus ojos azules, son como los de un Husky — habló dándome su linda sonrisa