Sin velo

119 10 5
                                    

Seraphina

Anthony no se movió de su sitio, y yo tampoco podía dejar de mirarlo. Había algo en su presencia que me hacía sentir expuesta, incluso bajo el velo. Estaba tan acostumbrada a cubrirme, a ocultarme, que la idea de que él estuviera aquí, en mi habitación, se sentía abrumadora.

Él tomó una pequeña respiración antes de hablar, su voz suave, casi titubeante.

—Sé que no debía venir hoy. Sé que habíamos quedado en vernos en unos días, pero... —bajó la vista por un momento, como si buscara las palabras— no podía esperar. Necesitaba verte, Seraphina.

"Verme", pensé, aunque las palabras resonaban en mi mente con amargura. Verme... cuando ni siquiera podía soportar mirarme a mí misma la mayor parte del tiempo.

—No tenías por qué... —intenté decir, pero mi voz se apagó.

Mis ojos volvieron al regalo que había dejado sobre la mesa. Mis manos temblaban un poco, aunque no sabía por qué. Todo me resultaba extraño, confuso. Y él seguía allí, como si no pudiera notar lo rota que estaba por dentro.

—Lo traje para ti —añadió Anthony, como si eso lo explicara todo. Abrió la caja con cuidado y me mostró el contenido: un velo nuevo, delicado, hecho de la tela más suave y fina que jamás había visto. De inmediato reconocí la mano de Madame Delacroix. Era hermoso, más bonito de lo que me había atrevido a soñar.

Un nudo se formó en mi garganta.

—Anthony... —murmuré, apenas conteniendo las lágrimas—, no tenías que...

—Quería hacerlo —me interrumpió él, su mirada ahora más decidida—. Sé que no puedo arreglar lo que pasó, ni cómo te has sentido, pero quiero que sepas que... pienso en ti. Quiero verte feliz.

Sus palabras me hicieron estremecer. No sabía cómo responderle, porque la verdad era que su presencia me aliviaba y, a la vez, me aterrorizaba. Me hacía sentir cosas que no podía controlar.

Él sostuvo el velo en sus manos, dándome una mirada de consulta.

—Puedo ayudarte... si quieres —dijo, refiriéndose a colocármelo.

Mis labios temblaron, y solo pude asentir con la cabeza. No confiaba en mi voz en ese momento.

Anthony se acercó lentamente, colocándose detrás de mí para no enfrentarme directamente. Yo podía sentir su cercanía, su respiración suave mientras se inclinaba un poco hacia mí. Su delicadeza al levantar el velo nuevo me sorprendió. No había prisa en sus movimientos, como si comprendiera lo importante que era esto para mí, incluso si no lo decía.

—Déjame ayudarte —susurró, como si ese fuera un acto de pura devoción.

El tacto de sus dedos, aunque no me rozaron directamente, me hizo estremecer. Un escalofrío recorrió mi espalda, y tuve que contener el impulso de girarme para verle. Era como si su cercanía prendiera algo en mí, algo que no entendía del todo.

Anthony comenzó a acomodar el velo con una suavidad casi reverente, y aunque yo mantenía los ojos fijos al frente, podía sentir su mirada, su atención concentrada en cada pliegue, en cada detalle.

—Ya está —dijo al final, con un tono de voz bajo, casi como si le costara dejar ir el momento.

Me quedé en silencio unos segundos, tratando de procesar lo que acababa de suceder. Mi cuerpo aún vibraba con la sensación de su cercanía, y al mismo tiempo, me sentía expuesta de una manera que nunca antes había sentido. No podía verlo, pero sabía que me miraba.

Finalmente, me volví hacia él, todavía con el velo cubriéndome el rostro, pero ya no era suficiente para protegerme de lo que estaba sintiendo.

—¿Por qué haces esto, Anthony? —pregunté, mi voz temblorosa, más vulnerable de lo que quería admitir—. ¿Por qué sigues viniendo aquí, regalándome cosas, cuando sabes cómo soy?

La dama enmascarada (Anthony Bridgerton)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora