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El peso de la madrugada aún se siente sobre los hombros de Sunghoon cuando abre los ojos. Sumido en la penumbra matinal, su cuarto protagoniza la primera imagen ante sus ojos.

Apenas puede levantarse; el cansancio se aferra a su cuerpo como si hubiera corrido una maratón el día anterior, pero por supuesto que no sucedió. Simplemente se quedó dormido tarde, mucho más tarde de lo que había planeado. Tal vez fue a las tres de la madrugada, tal vez más. No lo recuerda con exactitud. Los últimos destellos de memoria se resumen en la voz calmada de Sunoo, su mano en su hombro y la bruma pesada de un llanto reprimido que finalmente se soltó. Es tal su desconcierto que apenas puede avergonzarse, al menos hasta que el hecho de haber obligado a su compañero a desvelarse junto a él lo golpea.

De repente, se da cuenta de que Sunoo no está ahí.

Sunghoon parpadea varias veces y trata de sacudirse esa sensación de pesadez que aún lo mantiene somnoliento. El suave murmullo de la casa es un claro indicio de que los demás ya han comenzado su día. Se levanta de la cama y su cuerpo responde con la torpeza de alguien que ha salido de fiesta la noche anterior, excepto que su fiesta consistió en llorar como un niño en los brazos de su amigo. En el reflejo del espejo al pasar, sus ojos le devuelven una mirada más agotada de la que imaginó llevar.

«Me veo como una mierda», aquel pensamiento no es frecuente en él, pero hoy lo tiene.

El pasillo hacia la cocina le parece más largo de lo habitual, y cuando llega, el aroma del café recién hecho le da una bienvenida silenciosa. Ni siquiera necesita alzar la mirada para saber que Jake está allí, sentado frente a la isla con un bol de cereales y su teléfono en mano. Tan rutinario.

—¿Dónde está Sunoo? —pregunta Sunghoon, frotándose los ojos mientras se acerca a la alacena.

Jake levanta la vista—. Tenía una sesión de fotos temprano, se fue cerca de las ocho... ¿O era a las siete?

Una tibia sensación de gratitud le invade el pecho, pero intenta disimularlo al voltear se y comenzar la búsqueda de su taza amarilla en el armario, probablemente la única que utiliza y la más fea de las vajillas según la opinión colectiva de sus compañeros.

El hecho de que Sunoo se hubiera quedado con él hasta altas horas de la noche, incluso teniendo una responsabilidad a primera hora de la mañana, le revuelve el estómago de una manera que no le disgusta. Estuvo allí, le dio un espacio para respirar, no se quejó cuando Sunghoon mojó su camiseta con lágrimas ni dijo nada respecto a que quizás lo estaba abrazando con más fuerza de la debida. Ni siquiera Sunghoon sabe si él mismo se tendría esa paciencia.

—Entonces... ¿estás de mejor humor que ayer o sigues igual de gruñón?

—Terminé con Yebin.

El crujir de los cereales en la boca de Jake se detiene de golpe.

La inexistente anticipación de su noticia es evidente en la pausa que sigue y Sunghoon, que se siente incapaz de lidiar con aquel embrollo emocional una vez más, mueve la cabeza de izquierda a derecha.

—No me hagas preguntas —se adelanta, sin dejar de revolver en la alacena—. No quiero hablar de eso ahora.

Jake asiente despacio, saboreando lo que acaba de escuchar en lugar de su plato. Park sabe que su amigo va a acatar su petición; sin embargo, también comienza a contar mentalmente. Cuando llega hasta diez, la voz del australiano rompe el silencio.

—¿Sólo puedes decirme cómo estás?

Sunghoon suelta un bufido. Justo cuando está por clasificar como absurda la duda ajena, detecta en su campo de visión aquel color chillón tan familiar como desagradable. Una vez que alcanza la taza, su mirada se detiene en algo inesperado; un pequeño papel plegado está en el interior del objeto. Con disimulo, lo desenvuelve y lee el conjunto de letras escritas con tinta azul.

A PLACE TO FALL | 𝙨𝙪𝙣𝙨𝙪𝙣Donde viven las historias. Descúbrelo ahora