8. Cuando Dios te da la espalda.

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La vida es injusta, y no estoy hablando de las diferentes situaciones por las que he tenido que pasar, me estoy refiriendo a la mayor causa de mis problemas e inseguridades. Soy mujer, sé que puede sonar al típico discurso privilegiado feminista, pero no es así.

El problema comenzó después del incidente que paso con el señor Kota, cuando salí del hospital, mi abuelo tuvo que explicarme que era lo que esos tipos intentaron hacerme, y se encargó de hacerme saber que, si iba por la vida sin cuidado, me pasarían cosas parecidas.

Le intenté asegurar que estaría bien, después de todo, era una niña fuerte ¿verdad?

Pero el siguió hablando, y destrozando mis argumentos, me aseguro que por ser una chica, nunca sería igual de fuerte que un hombre.

Pensé que solo eran tonterías, después de todo, yo entrenaba mucho, no podía ser débil si seguía esforzándome de esa manera. Entendí a que se refería el día que, durante un entrenamiento, Maro logro romperme un diente de leche con una patada, mientras que mis golpes parecían ya no afectarle tanto.

Supe que era el momento de rendirme... ja ja ja ja ja, claro que no, si los hombres tenían como ventaja la fuerza física, nosotros deberíamos tener otro tipo de área en la que destacábamos.

En cada entrenamiento, estuve buscando diferencias entre los otros chicos del Dojo y yo. No tarde en notar que yo era la que mayor flexibilidad tenia, por lo que empecé a utilizarlo a mi favor, me costó más trabajo, pero logre volver a empatar en victorias a mi hermano.

No necesitaba ser más fuerte, necesitaba ser más inteligente, y para mi suerte, lo logre a la perfección, mi hermano se especializo en sus patadas, yo, en ser escurridiza, lograba vencer a mis oponentes usando su propio peso, y un montón de otros tipos de estrategias, tengo que admitirlo, las películas ayudaron mucho.

Vi el anochecer desde el refugio de animales, con el gran apoyo económico que se logra recibir, aquel pequeño refugio de animales al que me afilie de pequeña, termino por poner más establecimientos dispersos en muchos lugares. Yo suelo tener turnos de voluntariado pequeños, cuidando uno que otro lugar, durante las tardes después de la escuela, antes del anochecer.

En especial cuando es en lugares alejados para los que tengo que tomar el metro, pero una chica enfermó y la estaba cubriendo, por lo que no cerré el lugar hasta ya algunas horas después de que el sol se fue.

-Y rodeando la montaña, y rodeando la montaña... -Iba cantando por el camino, era un barrio algo peligroso, pero nada de lo que yo me tendría que preocupar.

Pasé por un callejón, donde al parecer estaban golpeando un tipo, solo seguí caminando, ese tipo tenía el uniforme de la Toman, no era mi asunto. Mi canto se vio interrumpido por el sonido de unos gritos desesperados.

-¡No!, ¡No me hagan nada, por favor! ¡Se los ruego! -Me fue imposible no detenerme, eran los gritos desesperados de una chica. -¡Auxilio! ¡Ayúdenme!

-¡Ella no tiene nada que ver con esto! ¡Suéltenla! -Gritó, ahora el chico.

Regrese sobre mis pasos, asomándome de nuevo a aquel rincón oscuro. Tenían al chico arrodillado, obligándolo a ver como... Okey, tal vez si tenga que intervenir, estaban empezando a desnudar a la chica.

-¡Oigan, caras de moco! -Intente ganar un poco de tiempo para pensar en algún plan. - Tal vez si no fueran taaan feos, alguna chica hubiera aceptado por las buenas.

Creo que gritar eso y enseñarles la lengua no fue la mejor idea, pero ya qué. Esos simios descerebrados no tardaron en abalanzarse hacia mí, así que la pelea empezó, solo los golpeaba lo suficiente para abrirme paso, con eso bastaba.

Contigo |Ken Ryuguji|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora