La mañana siguiente llegó demasiado rápido para Kira. Apenas había logrado dormir esa noche, atrapada en sus pensamientos sobre lo que le esperaba al volver a la casa de su padre. Las horas se deslizaron lentamente, cada minuto cargado de ansiedad. Miró el reloj sobre la mesita de noche, y supo que no podía posponerlo más.
Nicholas la estaba esperando en la sala de estar, visiblemente preocupado. Desde el momento en que ella había bajado la escalera, él notó su nerviosismo, pero no dijo nada. Sabía que ese día no era para preguntas, sino para apoyo incondicional.
—¿Lista? —preguntó Nicholas, su voz suave pero firme.
Kira asintió, aunque no estaba segura si lo estaba realmente. Sus piernas se sentían pesadas, y su estómago revuelto por los nervios. Sin embargo, no tenía otra opción. Tenía que enfrentarlo, o seguiría siendo prisionera de esos recuerdos oscuros.
El viaje hacia la casa de su padre fue silencioso. Nicholas la condujo en su coche, con la música de fondo como único sonido, pero ni siquiera eso podía aliviar la tensión que Kira sentía. Cada kilómetro que avanzaban la acercaba más a las sombras de su pasado, y aunque Nicholas estaba a su lado, la idea de volver a ese lugar la hacía temblar por dentro.
Finalmente, llegaron. El barrio parecía congelado en el tiempo, las mismas casas deslucidas, las mismas calles llenas de recuerdos que Kira había intentado enterrar. Su estómago se revolvió al ver la fachada de la casa de su infancia, un lugar que una vez fue su hogar, pero que ahora era una prisión llena de malos momentos.
Nicholas la miró de reojo cuando aparcó el coche, pero no dijo nada. Sabía que esto era algo que ella tenía que hacer por sí misma, aunque él estuviera dispuesto a apoyar.
—No tienes que hacerlo sola, Kira. —Su voz la sorprendió, suave pero firme.
Ella asintió, pero no pudo evitar sentir que, aunque Nicholas estuviera ahí, esto era una batalla interna que tendría que librar por su cuenta. Tomó una profunda bocanada de aire y salió del coche, dirigiéndose hacia la puerta con Nicholas siguiéndola a una distancia prudente.
Tocó el timbre con los dedos temblorosos, su corazón latiendo desbocado en su pecho. Cada segundo que pasaba frente a esa puerta parecía eterno. Finalmente, se abrió, revelando a su padre.
El hombre que se encontraba frente a ella no había cambiado mucho. La misma mirada dura y el rostro envejecido por el alcohol y la amargura. Kira sintió cómo la tensión se apoderaba de su cuerpo. El simple hecho de verlo la hizo retroceder emocionalmente, como si de repente volviera a ser aquella niña asustada que siempre esperaba lo peor.
—Kira —gruñó su padre, con la voz rasposa y el olor a alcohol impregnando el aire—. Ya era hora de que aparecieras.
Nicholas, desde la distancia, observaba atentamente, listo para intervenir si fuera necesario, pero sin querer interferir a menos que Kira lo pidiera.
—Estoy aquí para firmar los documentos del desalojo —respondió ella, tratando de mantener la calma, aunque su voz sonaba tensa.
El padre de Kira la miró con desprecio, como si su simple presencia fuera una molestia. Sin embargo, dejó que ella entrara. Nicholas se quedó fuera, apoyado contra el coche, su mirada fija en la casa. Sabía que este era un momento crucial para Kira, pero no podía dejar de sentirse impotente.
Kira entró en la casa que no había visto en años. Nada había cambiado. El desorden, las botellas vacías esparcidas por la sala, los muebles viejos y desgastados. Todo seguía igual, como si el tiempo se hubiera detenido en ese lugar. El ambiente era sofocante, y los recuerdos comenzaron a invadir su mente. Cada esquina, cada mueble tenía una historia de dolor y sufrimiento que la perseguía.
—Vamos, no tengo todo el día —gruñó su padre, dirigiéndose hacia la mesa donde estaban los papeles.
Kira lo siguió en silencio, intentando no dejarse llevar por el miedo. Se sentó frente a los documentos, su mano temblaba mientras sostenía el bolígrafo. Firmar esos papeles significaba cerrar un capítulo de su vida, pero también significaba enfrentarse al hombre que le había hecho tanto daño.
—Siempre has sido una inútil —dijo su padre de repente, rompiendo el silencio con sus palabras venenosas—. No sé cómo te las arreglas allá afuera, pero aquí no sirves para nada.
Las palabras se clavaron en Kira como puñales, pero esta vez no lloró. Esta vez no se derrumbó. Apretó los dientes, sintiendo cómo la ira y el dolor se mezclaban dentro de ella. Levantó la vista, y por primera vez en años, miró directamente a los ojos de su padre.
—Tú ya no tienes poder sobre mí —dijo, su voz firme y decidida—. Este es el final de todo. Ya no seré tu prisionera.
El silencio que siguió fue ensordecedor. Su padre la miró con desprecio, pero esta vez ella no se dejó intimidar. Se levantó, dejó el bolígrafo sobre la mesa y salió de la casa sin mirar atrás.
Cuando llegó a la puerta, Nicholas ya estaba esperándola. Al verla, se acercó a ella rápidamente, buscando señales de que algo había ido mal, pero la expresión de Kira le dijo todo lo que necesitaba saber.
—¿Estás bien? —preguntó, preocupado.
Kira lo miró a los ojos, respirando hondo.
—Sí —dijo, y aunque su voz aún temblaba, había una firmeza en ella que Nicholas no había escuchado antes—. Por primera vez en mucho tiempo, creo que lo estaré.
Nicholas asintió y, sin decir más, la abrazó. Kira sintió cómo el peso de los años de dolor comenzaba a desvanecerse, lentamente, pero con certeza. Sabía que el camino por delante sería largo, pero también sabía que no lo recorrería sola.
Salieron de aquel barrio, dejando atrás las sombras del pasado, y con cada kilómetro que se alejaban de esa casa, Kira sentía que se acercaba un poco más a su libertad.
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I have to protect her [Nicholas Chavez y tú]
FanfictionKira Mendoza es una joven actriz y cantante que ha conquistado el mundo del entretenimiento. Conocida por su papel en la exitosa serie de Netflix Stranger Things, también ha brillado en producciones como Descendientes y Fear Street. En el ámbito mus...