Ana
Había llegado el momento que tanto había esperado. Después de meses de buscar y de lidiar con el papeleo interminable, finalmente me encontraba en mi propio espacio, en mi nuevo comienzo. Mientras miraba el pequeño apartamento con las paredes aún desnudas y cajas apiladas en cada rincón, no pude evitar sentir una mezcla de alivio y satisfacción. El lugar no era gran cosa: modesto, con apenas lo esencial, pero era mío. O, al menos, lo sería tan pronto como terminara de desempacar y darle un toque de vida. Algo de color y algunos cuadros harían maravillas, pensé.
Caminé hacia la ventana y observé el bullicio de la calle desde mi pequeña altura en el cuarto piso. Los coches y la gente parecían correr en todas direcciones, ignorando por completo que, en ese mismo instante, yo estaba a punto de iniciar una nueva etapa en mi vida. Afuera todo seguía igual, pero para mí, todo había cambiado. Este apartamento representaba la oportunidad de alejarme de los recuerdos que me asfixiaban, de una relación que me había consumido poco a poco. Marcos... Solo pensar en él hacía que mi cuerpo se tensara. Había sido encantador, al principio. Su sonrisa era cálida, sus palabras siempre dulces. Pero, con el tiempo, esas mismas palabras se convirtieron en una trampa de control, y yo, sin darme cuenta, fui cediendo hasta perderme. Al final, logré salir, pero no sin cicatrices. Algunas visibles, otras mucho más profundas.
Suspiré. Aquí, en este pequeño espacio, tenía la oportunidad de reinventarme, de empezar de cero. Esta vez sería diferente. Yo sería diferente.
Sin embargo, justo cuando empezaba a saborear la paz y la tranquilidad que tanto anhelaba, el sonido de la puerta abriéndose de golpe me hizo saltar. Mi corazón se disparó, latiendo desbocado en mi pecho. ¿Había olvidado cerrar? Me giré con rapidez y lo vi: un hombre alto, desgarbado, con el cabello desordenado y una maleta en la mano, entraba como si ese lugar le perteneciera. ¿Qué demonios estaba pasando?
—¿Quién eres tú? —pregunté, intentando que mi voz sonara firme, aunque por dentro estaba temblando.
El hombre, tan sorprendido como yo, se detuvo en seco. Su mirada recorrió la habitación, y luego se fijó en mí. Parecía desconcertado, como si estuviera tratando de procesar lo que veía.—Eso mismo iba a preguntarte yo —respondió él, con una voz grave y algo cansada—. Este es mi apartamento.
Mi cerebro tardó unos segundos en procesar sus palabras. "¿Su apartamento?" Sentí cómo el pánico empezaba a mezclarse con la confusión. Todo estaba en orden, o al menos eso creía. ¿Cómo era posible que este hombre pensara que este lugar era suyo?
—No, este es mi apartamento —le repliqué rápidamente, buscando mi bolso para sacar el contrato de alquiler. Sabía que había firmado los papeles correctamente. Todo había sido revisado. No podía estar pasando esto.
El hombre, aparentemente tan desconcertado como yo, sacó su propio contrato de su chaqueta y me lo extendió. Lo tomé con incredulidad y revisé las fechas. Eran casi idénticos. Ambos habíamos firmado el contrato para mudarnos el mismo día.
—Debe haber algún error —murmuré, más para mí misma que para él.
—No puede ser —respondió él, cruzándose de brazos—. Hablé con la inmobiliaria, me aseguré de todo. No voy a irme ahora.Lo miré, intentando procesar lo que estaba ocurriendo. ¿Qué se suponía que debíamos hacer? Este hombre, un total desconocido, estaba parado frente a mí afirmando que teníamos que compartir el mismo apartamento. Me frustraba, pero no podía culparlo. La situación era surrealista.
—¿Qué sugieres que hagamos entonces? —le pregunté, sin poder ocultar la impaciencia en mi voz.
—Lo resolvemos mañana con la inmobiliaria. Por ahora, solo tenemos una cama. Y parece que ninguno de los dos se irá esta noche —respondió él, encogiéndose de hombros.Parpadeé, completamente atónita por su actitud tan tranquila. No podía creer que estuviera sugiriendo algo así. ¿Dormir bajo el mismo techo que un extraño? Y peor aún, ¿compartir la cama? Sin embargo, antes de que pudiera protestar, él extendió la mano hacia mí.
—Juan Pérez. Un placer, supongo.
Miré su mano, y luego a él, sin saber muy bien qué hacer. Finalmente, apreté su mano con desgana. Era ridículo, pero no tenía otra opción. Al menos no por esa noche.
—Ana García —respondí con una mezcla de resignación y sorpresa.
Esa noche fue tan incómoda como había temido. Juan fue lo suficientemente considerado como para ofrecerme la cama, mientras él se acomodaba en el pequeño sofá del rincón. Pero aun así, no pude conciliar el sueño. Estaba demasiado consciente de su presencia, de la extraña situación en la que me encontraba. Apenas hacía unas horas había soñado con paz, y ahora me encontraba en el centro de un caos inesperado.
A la mañana siguiente, las cosas no mejoraron mucho. Mientras desayunaba en silencio, evitando cualquier interacción con Juan, lo vi pegar una nota en la nevera antes de salir del apartamento sin decir una palabra. Intrigada, me acerqué a leerla. Decía: "Voy a resolver esto con la inmobiliaria. Te aviso".
Sonreí, a pesar de lo surrealista de la situación. Al parecer, Juan prefería comunicarse con notas adhesivas en lugar de hablar.
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Entre Notas y Cicatrices
RomanceAna García nunca imaginó que su vida podría resumirse en pequeños pedazos de papel. Su rutina, cuidadosamente construida entre el trabajo y el silencio de su pequeño apartamento, comenzó a desmoronarse el día que Juan Pérez apareció en su vida. O, m...