Capítulo 2: Post-its y Silencios

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Juan

Despertarme en ese sofá, con la espalda molida, no fue lo más cómodo del mundo, pero supongo que tampoco me sorprendió. Después de todo, la noche anterior había sido bastante surrealista: me encontraba durmiendo en la sala de un apartamento que, hasta hacía unas horas, pensaba que era solo mío. El hecho de compartirlo con Ana, una completa desconocida, no hacía más que añadir una capa extra de incomodidad a la situación. Pero lo peor, en realidad, no fue el sofá; fue el silencio.

El tipo de silencio que parece amplificar cada pequeño sonido: el crujido de las paredes, el ruido lejano de la calle, incluso la respiración de Ana desde la habitación. Dormí poco, atrapado entre la incomodidad física y la necesidad de encontrar una solución rápida a este caos. Lo que más me molestaba no era compartir el apartamento, sino el hecho de estar invadiendo su espacio sin haberlo querido.

A la mañana siguiente, antes de que Ana despertara, decidí salir temprano. Era mejor tratar de arreglar las cosas cuanto antes. Pero antes de irme, dejé una nota. No sabía muy bien cómo manejar la situación, así que opté por lo práctico: preparé un café para ambos y lo acompañé con un post-it pegado a la taza. "Solucionaré esto hoy. Café para ti. No he tocado nada más." Fue mi manera de decirle que no pretendía complicarle más la vida.

Mientras caminaba hacia la inmobiliaria, mi cabeza seguía dándole vueltas a todo. ¿Cómo era posible que dos personas hubieran firmado contratos para el mismo apartamento? Parecía una broma de mal gusto, pero por desgracia, era nuestra realidad. Cuando finalmente hablé con la inmobiliaria, no hicieron más que confirmar lo que ya temía: un error administrativo, uno que no podían corregir de inmediato. Nos dijeron que tendríamos que esperar al menos unos días antes de que alguien pudiera ofrecer una solución. Eso significaba que Ana y yo estábamos atascados juntos en ese apartamento, al menos por el momento.

Volví al apartamento más tarde, con el ánimo bajo. Entré y vi a Ana trabajando en su computadora. Levantó la vista cuando me vio entrar, pero no dijo nada. Yo tampoco tenía ganas de hablar demasiado, así que fui directo al punto.

—Hablé con la inmobiliaria —dije mientras dejaba mis cosas sobre el sofá—. Admiten que cometieron un error, pero no pueden solucionarlo hasta dentro de unos días. Estamos atrapados aquí, al menos por el momento.

Ella asintió en silencio, su expresión era de resignación. No podía culparla, tampoco era la respuesta que yo esperaba.

—Así que, ¿qué sugieres que hagamos? —preguntó Ana, tratando de mantener la calma, aunque se notaba lo frustrada que estaba.

Tomé una botella de agua del refrigerador y, mientras miraba las paredes blancas y vacías del apartamento, pensé en una solución práctica, algo que nos permitiera coexistir sin arrancarnos la cabeza. Después de unos segundos, respondí.

—Podemos hacer un trato: compartimos el espacio con el menor contacto posible. Establecemos algunas reglas básicas, dejamos de lado los problemas y hacemos lo que tengamos que hacer hasta que uno de los dos pueda mudarse.

Ana me miró con detenimiento, como si estuviera evaluando la propuesta. Aunque era evidente que no estaba emocionada con la idea, no parecía haber muchas más opciones.

—Me parece razonable —dijo al final—. ¿Qué tipo de reglas?

—Lo básico —respondí—: cada uno se encarga de sus cosas, dividimos las áreas comunes y, si tenemos que decirnos algo, lo hacemos por escrito. Así evitamos malos entendidos.

La sorpresa en su cara fue evidente.

—¿Por escrito? —preguntó, con una mezcla de incredulidad y curiosidad.

—Post-its —contesté, encogiéndome de hombros—. Son claros, directos y fáciles de ignorar si no te interesa lo que dice el otro.

Para mi sorpresa, una pequeña sonrisa se asomó en sus labios. Me relajó un poco verla sonreír. No era la mejor solución, pero parecía tener sentido en este extraño contexto.

—De acuerdo —aceptó finalmente—. Post-its.

El resto del día transcurrió en un silencio efectivo. Yo trabajé en el sofá, haciendo algunas llamadas, y ella continuó frente a su computadora. Ninguno de los dos cruzó palabras innecesarias, aunque de vez en cuando notaba que Ana me miraba de reojo. No sabía si estaba preocupada, curiosa o simplemente incómoda. Por mi parte, me limité a lo esencial, concentrándome en mantener el espacio lo más neutral posible.

Salí del apartamento por un rato para despejarme. La situación me agobiaba, pero también podía sentir que Ana se mantenía en alerta, y eso no ayudaba. Cuando volví, ella estaba en la cocina, aparentemente preparando algo para cenar. Nos cruzamos una mirada rápida, y aunque no dijimos nada, decidí tomar la iniciativa y pegó otro post-it en la nevera antes de irme a la habitación.

"No te preocupes por la cena. Pedí algo para los dos. —Juan", decía el papel.

Unos minutos después, la comida llegó, y aunque el ambiente seguía siendo un poco tenso, nos sentamos juntos a comer. Apenas hablamos, pero los silencios no se sintieron tan incómodos como esperaba. Quizá porque ya habíamos aceptado la rareza de nuestra situación, o tal vez porque ambos sabíamos que cualquier confrontación no haría más que complicar las cosas.

Antes de irme a dormir, encontré una nota en la nevera. Ana había escrito: "Gracias por la cena. —Ana". Esa pequeña nota me hizo sonreír por dentro. Tal vez, después de todo, los post-its y los silencios serían nuestra manera de entendernos, sin tener que decir demasiado.

Esa noche, mientras intentaba dormir en el sofá otra vez, me di cuenta de que, aunque las cosas estaban lejos de ser ideales, había algo en esta situación que no me resultaba tan insoportable.

Entre Notas y CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora