Capitulo I

32 3 14
                                    

El sonido metálico de la puerta de la celda cerrándose resonó por el corredor. Sherlock Holmes, con su inconfundible aire de desprecio por la autoridad, se dejó caer en el banco de cemento con la elegancia de quien está demasiado por encima de la situación para preocuparse. Greg Lestrade, de pie frente a las rejas, apretó los dientes.

—¿De verdad? —preguntó Greg con una mezcla de frustración y cansancio en la voz—. ¿Tuviste que provocar al Ministro de Defensa?

Sherlock esbozó una sonrisa burlona, esa que a Greg siempre le causaba una mezcla de admiración y fastidio.

—Era necesario. No podía permitir que su incompetencia pasara desapercibida —respondió Sherlock, cruzando los brazos con una indiferencia casi provocadora.

Greg suspiró, echándose hacia atrás contra las frías rejas. Sabía que el detective era brillante, pero ese genio a menudo venía acompañado de una arrogancia que acababa metiéndolo en situaciones como esta.

—¿Sabes que hay límites, verdad? —Greg lo miró fijamente, tratando de contener su frustración—. No puedes desafiar a un hombre con tanto poder y esperar salir ileso.

—¿Límites? —repitió Sherlock con una sonrisa sarcástica—. ¿Dónde está la diversión en eso?

Greg rodó los ojos. Había hablado con varios colegas, tratado de hacer algunos favores, pero esto era mucho más grande que cualquier caso anterior. Esta vez, Sherlock había metido la pata hasta el fondo, y lo sabía.

—Bueno, he hecho todo lo que podía —Greg lo miró fijamente, como si tratara de leer una reacción en ese rostro inquebrantable—. No hay manera de sacarte de aquí... a menos que llamemos a tu hermano.

En ese momento, el cuerpo de Sherlock se tensó, pero trató de mantener la compostura. La sola mención de Mycroft hizo que el ambiente en la celda se volviera aún más frío.

—No —contestó secamente Sherlock—. No lo necesito.

—¿De verdad? —Greg arqueó una ceja—. Porque desde donde estoy parado, parece que lo necesitas más que nunca.

Sherlock se puso de pie bruscamente, acercándose a Greg con un paso desafiante.

—No quiero deberle nada —le dijo con los dientes apretados—. Mycroft no hace favores sin cobrarlos después.

Greg lo observó en silencio por un momento, dándose cuenta de la verdadera razón detrás del rechazo de Sherlock. No era solo orgullo, era miedo. Pero Greg también sabía que, por mucho que Sherlock odiara admitirlo, Mycroft era su única salida.

—Mira —Greg suavizó su tono, acercándose un poco más a las rejas—. No te estoy diciendo que lo disfrutes. Solo que... tienes que elegir tus batallas. Y esta no la vas a ganar solo.

Sherlock lo miró, pero esta vez, el brillo desafiante en sus ojos se apagó un poco. Lo sabía, pero no lo admitiría jamás.

—Dame su número —suspiró Greg finalmente, sabiendo que Sherlock no lo haría por su cuenta.

Sherlock se mantuvo en silencio por unos segundos antes de sacar su móvil y mostrar la información de contacto de Mycroft, como si fuera lo más desagradable que podría hacer en ese momento.

Greg marcó el número y el tono de llamada sonó dos veces antes de que una voz suave y calculada se hiciera presente al otro lado de la línea.

—Lestrade —la voz de Mycroft era inconfundible, calmada, pero con un toque de curiosidad—. No esperaba recibir tu llamada.

—Mycroft —Greg inhaló profundo—. Tenemos un problema... y creo que solo tú puedes ayudar.

Hubo un largo silencio al otro lado de la línea. Greg pudo imaginar perfectamente a Mycroft tomando un sorbo de té, evaluando cada palabra antes de hablar.

—¿Y por qué debería hacerlo? —preguntó Mycroft finalmente, con un tono tan frío que Greg sintió un escalofrío recorrer su espalda—. Sherlock es perfectamente capaz de meterse en estos líos por su cuenta.

Greg apretó la mandíbula, sabiendo que tendría que ser más persuasivo.

—Porque si no lo haces, su orgullo va a hacer que pase mucho más tiempo en esta celda del que debería. Y lo sabes —respondió Greg con firmeza, intentando sonar convincente.

Al otro lado, Mycroft guardó silencio por un momento más largo del necesario.

—Muy bien —respondió Mycroft al fin, su tono apenas más cálido—. Me encargaré de esto. Pero... quiero verte en persona para hablar de los detalles.

Greg no pudo evitar fruncir el ceño ante la solicitud. Era inusual que Mycroft pidiera algo tan directo, y mucho menos en persona.

—De acuerdo. Nos vemos pronto —respondió Greg, colgando antes de que Mycroft pudiera cambiar de opinión.

Cuando guardó el teléfono, Sherlock lo miró desde el otro lado de las rejas con una expresión que decía mucho más que cualquier palabra.

—No me mires así —dijo Greg con una sonrisa apenas perceptible—. No puedes escapar de Mycroft... ni de mí.

Deshielando Al Hombre de Hielo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora