Capitulo IV

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Tal como lo había prometido, Mycroft Holmes movió los hilos adecuados, habló con las personas correctas y, antes del amanecer, Sherlock estaba fuera de la cárcel. No hubo agradecimientos, ni gestos de aprecio, solo un silencio típico entre los hermanos Holmes. Para Sherlock, era como si nada hubiera pasado; para Mycroft, solo otro trámite solucionado.

Pero mientras Sherlock volvía a su caos habitual, Mycroft se encontró de nuevo frente a Greg Lestrade. Ambos habían evitado una interacción extensa en el pasado, pero ahora, con el caso resuelto, parecía que el momento casual de conocerse mejor había llegado.

Greg esperaba a Mycroft fuera del edificio del Ministerio de Defensa, un lugar donde él mismo nunca habría puesto un pie de no ser por esta situación. Se cruzó de brazos mientras observaba a Mycroft acercarse con su típico porte imponente, su asistente Anthea al lado, siempre presente, siempre eficiente.

—Inspector Lestrade —saludó Mycroft, inclinando ligeramente la cabeza en señal de reconocimiento.

Greg asintió, incómodo como siempre ante la formalidad que rodeaba a los hermanos Holmes. Sin embargo, no era alguien que se dejara intimidar fácilmente. Decidió mantener el tono ligero, con la esperanza de relajar la tensión que, aunque no visible, flotaba en el aire.

—Gracias por sacar a Sherlock —dijo Greg, metiendo las manos en los bolsillos de su abrigo—. Aunque dudo que él vaya a decirlo.

Mycroft se permitió una sonrisa leve, un gesto casi imperceptible que desapareció tan rápido como llegó.

—Sherlock rara vez muestra gratitud. No es algo que espere de él.

Anthea, que seguía a unos pasos, se giró y miró a Greg de reojo, una sonrisa juguetona en los labios, como si supiera algo que los demás no. Greg no se dio cuenta de inmediato, pero ella lanzó una mirada a Mycroft, como queriendo señalar algo. El hermano mayor no reaccionó, manteniendo su fachada de hielo.

—Supongo que no —admitió Greg con una risa suave, rascándose la nuca—. A veces uno se olvida de que son hermanos.

—Preferiría que lo olvidaran con más frecuencia —replicó Mycroft, su tono seco pero no hostil.

El silencio entre ambos fue breve, pero no incómodo. Era evidente que no había un tema urgente que discutir, pero ninguno de los dos parecía tener prisa por marcharse. Greg decidió romper el hielo, sin saber exactamente por qué sentía la necesidad de seguir conversando.

—¿Te molesta que Sherlock siempre se meta en problemas de este tipo? —preguntó, inclinándose ligeramente hacia Mycroft, interesado en la respuesta—. Digo, debe ser frustrante tener que estar sacándolo de líos políticos cada dos por tres.

Mycroft lo miró de lado, evaluando su pregunta como si fuera un cálculo complicado.

—Sherlock siempre ha sido... una carga peculiar —admitió Mycroft—. Pero, como ocurre con todas las cargas, uno aprende a soportarlas. No tiene sentido frustrarse por algo que no va a cambiar.

Greg asintió, apreciando la sinceridad detrás de las palabras. Era una visión práctica y fría de la relación entre hermanos, algo que parecía encajar perfectamente con lo que había llegado a conocer de Mycroft. Pero al mismo tiempo, había algo en el tono de Mycroft que sugería que había más de lo que decía.

—Bueno, si te sirve de consuelo, nosotros en el Yard también lo soportamos... de vez en cuando —bromeó Greg, tratando de aligerar la conversación.

Una risa suave escapó de Anthea, que había estado observando desde un lado, como si el comentario de Greg hubiera desviado sus pensamientos en la dirección correcta. Mycroft se limitó a suspirar.

—Una prueba de paciencia para todos, sin duda.

Anthea, que había estado esperando este momento, decidió que era el momento adecuado para retirarse.

—Me retiro por hoy, señor Holmes. Creo que ya todo está bajo control aquí —dijo con un guiño rápido hacia Greg, que no pasó desapercibido.

Mycroft solo asintió, sin dejarse afectar por el gesto de su asistente. Cuando ella se fue, el ambiente se relajó un poco más. Con Anthea fuera del cuadro, la conversación entre Greg y Mycroft tomó un giro más informal, menos empañado por la presencia de terceros.

—¿Qué hay de ti? —preguntó Mycroft, sorprendiéndose a sí mismo con el cambio de dirección en la conversación—. Imagino que lidiar con Sherlock también te causa más dolores de cabeza de los que quisieras.

Greg sonrió, sintiendo que la conversación finalmente fluía con naturalidad.

—Es un reto, sin duda —respondió—. Pero al final del día, sabes que va a resolver el caso, aunque te haga pasar por el infierno antes. Supongo que eso es lo que nos mantiene a todos aguantándolo.

Mycroft asintió, viendo por primera vez que compartía algo con Greg más allá de la mera responsabilidad hacia Sherlock. Había algo en la forma en que el inspector hablaba, una mezcla de paciencia y cansancio, que le resultaba... interesante.

—Una manera pragmática de verlo —comentó Mycroft, casi admirando la perspectiva de Greg.

Greg solo sonrió, encogiéndose de hombros.

—Uno aprende con el tiempo. O te adaptas o te vuelves loco.

Por primera vez en mucho tiempo, Mycroft sintió que la conversación con alguien que no fuera su hermano no requería de máscaras ni de estrategias calculadas. Greg era directo, honesto y, sorprendentemente, no lo hacía sentir incómodo. Quizás, pensó Mycroft, era alguien que valía la pena conocer un poco más.

Deshielando Al Hombre de Hielo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora