CAPÍTULO 1

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1. La masturbación de mamá


Todo es normal, todo; incluso que los gatos parezcan hablar mientras maúllan, que a veces haga frío en el verano o que caigan torrentes en primavera; que tu novia te engañe con tu mejor amigo o que no apruebes las notas de la facultad aunque siempre tengas "excelentes en los exámenes".

Todo es normal, todo, excepto calentarte viendo a tu madre en pelotas mientras se masturba con el mango de un utensilio de cocina.

"Joder."

Sucedió hace rato, apenas dos horas atrás, y no lo he podido digerir. Me siento excitado. Me siento culpable. Me siento bien. Me siento mal. Todo es tan raro. Tan perverso y tan extraño. No puedo dejar de pajearme desde entonces.

No puedo olvidar su carita de viciosa ni lo que hacía con esa cosa que tenía en sus manos.

Mi nombre es Tito, bueno Ernesto, pero me dicen Tito por el diminutivo de "Ernestito". Tengo 19 años, estudio arquitectura en la Universidad de Saltillo —más para satisfacer los deseos frustrados de mi padre, que se tiene que contentar trabajando como constructor, que por mi propio placer—. Por las tardes de los martes y los jueves, cuando me queda tiempo, suelo ir a clases de guitarra a un taller de música que ofrece mi tío Fred, hermano menor de papá, para pasar el rato, pero el día de hoy, sin avisarnos siquiera, al irresponsable de nuestro "profesor" se le hinchó un huevo y no se presentó.

No suelo salir con amigos, pues los pocos que tenía los dejé de frecuentar cuando me ocultaron que mi ex novia Liliana se estaba revolcando con el que se supone era otro de mis amigos, Julián. Todos sabían sobre la relación adúltera que llevaban a mis espaldas, menos yo, que como siempre, el cornudo es el último que se entera.

Lo peor es que fui la burla durante los últimos tres meses en mi círculo de amistades, paseándome con mis cuernos en la cabeza por todo el vecindario, y yo sin saberlo.

No. Yo gente hipócrita y doble cara no quiero en mi vida. Mejor estar solo que mal acompañado. Prefiero refugiarme en la facultad, o leyendo libros de fantasía, mirando porno de asiáticas o milfs, en mis clases de guitarra o incluso ayudando a decorar los postres que hace Sugey, mi hermosísima mamá.

Como digo, hoy mi flamante tío no fue al taller de guitarra, que se lleva a cabo en un pequeño centro comunitario del barrio que tiene usos múltiples. Como está a veinte minutos de mi casa, no hace falta pedirle el coche a papá o trasladarme en mi bicicleta para llegar. De pronto me gusta caminar y mirar las montañas de la sierra Madre occidental que rodea a la Ciudad de Saltillo, aquí donde vivo.

Caminé despacio para evitar llegar pronto a casa, pues llegar significada retomar un proyecto que tenía pendiente con el profesor Moncayo y que había que entregar antes del fin de semestre.

Levanté dos o tres bolsas de frituras que encontré en la acera "Puta gente puerca", y me las guardé en la mochila justo cuando llegué a casa.

Desalentado, tiré la guitarra en el sofá, cerré la puerta de un puntapié y me dirigí a mear al baño que tenemos en el segundo piso y que, para colmo, queda frente a mi cuarto.

Lo que no preví fue que al abrir la puerta me encontraría con una imagen de lo más dantesca.

Lo normal habría sido que al entrar al baño y ver que mi madre estaba en la tina, desnuda, con las piernas abiertas y haciendo no sé qué, yo me diera la media vuelta y largarme de ahí, no quedarme como idiota viendo esa imagen tan procaz.

"¡Mierda!"

Con un aliento seco entrecerré la puerta de inmediato, y me quedé viendo por la rendija lo que pasaba. Es que mamá ni siquiera se enteró que abrí la puerta. De hecho estaba tan concentrada haciendo algo que de primera vista no advertí que tampoco escuchó mi fuerte suspiro.

CORROMPIENDO A MAMÁ LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora