CAPÍTULO 5

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Sus ojos azules nunca brillaron tanto como ahora. Su boca rosada está entreabierta. Pienso que ese mismo color tienen sus pliegues vaginales. Imagino que ese mismo gesto ha formado cuando le han encajado el rabo en su conchita y lo ha disfrutado.

Su piel es brillante, rosácea, y resplandece en la semioscuridad de la sala de estar, sólo iluminada por el canal de MTV del televisor, con música en ingles de los años 90 de fondo que calienta el ambiente.

Mamá sujeta mi dorso suavemente, y a prieta mi mano, que está sobre su abundante pecho desnudo, estrujándolo, apretándolo fuerte. Su pezón duro está hundido en la almohadilla de mi palma, y las carnes inabarcables de su seno se desbordan entre mis dedos.

Mi sola mano no puede abarcarlo todo. Y me pone cachondo saberlo.

—Mamá... —digo nervioso.

Mi corazón está latiéndome muy fuerte, y mi pene palpita impetuoso debajo de la cabeza de mamá, que está mirándome fijamente. Y yo quiero saber lo que está pensando, que me diga lo que opina respecto a lo que estoy haciendo.

Pero ella entrecierra los ojos y respira profundo. Es como si estuviera despierta pero a la vez dormida. Quisiera saber si cuando esté plenamente consciente me reprenderá. Si va a putearme a palabras y se decepcionará de mí. No saber lo que piensa me tiene mal. Por ende, me cuesta tomar decisiones.

Por eso siento taquicardia. Todo es muy fuerte. ¿Qué pensará de que le esté estrujando una de sus tetas? Si es algo bueno, quiero que me lo diga, si es malo, no quiero saberlo.

"Mmmm" jadea.

Su gemido es dulce y angelical. También es lascivo.

Luego remueve sus abultadas nalgas en el sofá y entreabre las piernas. Los plisados de su vagina aparecen, y se abren brillantes, como si estuvieran mojados. Mi pene se pone más erecto que antes. Y la dureza percute en la cabeza de mamá, que la mueve lentamente, masajeándome el cipote no sé si involuntariamente o de forma deliberada.

—Cariño... tengo calor —bosteza con voz ausente.

Es lo primero que dice y yo me aterro. No sé qué decir. Sólo sé que ella está recostada sobre mi polla y que su pezón está clavado en mi mano.

—M---ami...

Mamá abre los ojos. Después los vuelve a entrecerrar.

Ya no sé si está dormida o está despierta.

De hecho no entiendo si cree que sueña o simplemente está impedida. No sé hasta qué punto es consciente de que su cabeza está masajeando mi bulto, que su pelo húmedo acaricia los pelos de mis piernas libres de la bermuda, que mi mano está estrujando una de sus tetas, que se derrama entre mis dedos por su tamaño, y que ella tiene la suya sobre mi dorso como para asegurarse de que la seguiré frotando.

—Des---ca---nsa, m---am---á —le digo temblando—, cier---ra los ojos, yo te cui---do.

Pero no la estoy cuidando. Más bien la estoy acariciando.

Ella cierra los ojos, pero abre un poco más sus piernas y su conchita palpitante y aguosa florea como el botón de una rosa. Y es precisamente así, de color rosa, rosadita, muy rosadita, justo como la imaginaba. Y aunque es la rajita de una mujer madura, la avisto muy fresca, bonita, estrechita. Sus vellos púbicos son claros como sus cejas, muy finos, apenas percudidos. La cicatriz horizontal de su cesárea es muy estética, incluso imperceptible. Y me da morbo saber que su conchita sigue cerrada por ese motivo, que ni a Lucy ni a mí nos tuvo con parto natural, y que eso provoca que esté cerrada "virgen" como le suele decir a su amiga Elvira.

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⏰ Última actualización: Oct 12, 2024 ⏰

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CORROMPIENDO A MAMÁ LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora