CAPÍTULO 4

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Mamá tiene puesto un bonito sostén negro con transparencias y motivos de encaje que resalta entre la blancura de sus pechos. La prenda es tan sexy que no logro entender por qué la usa para una reunión parroquial. ¿A quién pretende seducir?, ¿a San Juan de los Burros?

Estoy como estúpido mirando sus pechos. Quiero levantar los ojos pero estoy hipnotizado. ¡Mierda!

Noto que se transparentan sus rosadas areolas, tan prolongadas como si fuesen salamis. Así de cerca sus pezones lucen más gorditos y abultados cual montículos asalmonados que se marcan en el brassier. Pero sus pechos son tan desmedidos que brotan más de la cuenta, y cuelgan en su pecho, como peras de carne.

En lugar de cubrirse los senos subiéndose la blusa de nuevo, mamá intenta taparse sus redondas partes con sus pequeñas manos. El resultado es que aplasta las mamas y estas se desparraman entre los dedos como si fuesen globos llenos de agua que se escapan entre las rendijas.

No sé cuánto tiempo pasa, pero tatúo la imagen de mamá, casi en pelotas, en mis ojos.

Ella se gira con brusquedad y dice un "lo siento."

Yo retrocedo, respiro, y como si no pasara nada le digo "bye, má, iré por una nieve."

***

Han pasado varios días desde los últimos eventos.

Y han pasado cosas interesantes que ahora les contaré. ¿Progreso? ¿Retroceso? ¿Estupidez?

Ahora verán.

En primera, ya no he vuelto a espiar a mamá, entre otras cosas porque quería intentar lograr sacármela de la cabeza, aunque he fracasado en esa misión. Además el tío Fred informó a mis padres que no había asistido a mis últimas clases de guitarra de los martes y jueves aun si yo les había dicho lo contrario, y ambos se preocuparon por mí, creyendo que me estaba yendo a otros lados, quizá con malas compañías.

No podía decirles que la realidad era que esos días espiaba a mi deliciosa mami. No sabría cómo explicarlo.

El jueves pasado, tras salir de mis clases con el tío Fred, descubrí que mamá tenía de visita a su amiga Elvira. Una buenaza pelirroja que vive a dos cuadras de nuestra casa.

No sé bien cómo comenzaron la charla, ni a cuento de qué apareció esa conversación en la discusión, pero al parecer Elvira le contaba a mamá sobre una reciente aventura sexual que había tenido el fin de semana con un chico menor que ella, una conversación que ya era de por sí escandalosa.

Lo que me sigue sorprendiendo es el interés de mamá por saber más sobre esa experiencia. Le asombraba, pero a la vez quería conocer los detalles. Es cierto que mamá se mostraba, al menos en apariencia, escandalizada, pero no deja de sorprenderme su actitud receptiva ante un hecho que, por sus creencias católicas, deberían de haberse juzgado con severidad.

A mi padre no le gusta que mamá tenga de amiga a la "zorra" del barrio, como la llaman los vecinos, pero mamá siempre se ha excusado diciendo que una de las enseñanzas de Jesucristo es que los sanos no son quienes necesitan de Dios, sino los enfermos.

Y tal parece que mamá se ha empeñado durante toda la vida de ejercer de "doctora del alma" para que Elvira "la enferma" vuelva al redil. Pero cuando el árbol nace torcido, ramera se queda, ¿o cómo era?

Ambas estaban en la cocina, como a las 8:20 de la noche. Lucy en su habitación y papá no había llegado. Ninguna de las dos mujeres me oyeron entrar.

—Pero mira su apariencia, Elvira —le decía mamá, que miraba la pantalla del móvil de su amiga.

—¿Qué tiene su apariencia, Sugey? Si está hermoso este niño, ¿no te lo parece?

—Lo que me parece es que tu víctima tiene cara de niño: es que podría ser tu hijo, Elvira.

CORROMPIENDO A MAMÁ LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora