Entre risas y negaciones

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Desde que Javier había entrado en mi vida, todo parecía tener un matiz más brillante, aunque me negaba a aceptar lo que esto significaba. Él siempre tenía esa sonrisa lista para soltar una broma o hacerme reír en los momentos más inesperados. Nunca me había sentido así, y aunque lo negaba, sabía que algo en mi interior estaba cambiando. Pero yo, Violeta, la chica que juró no volver a caer, me negaba a aceptar lo obvio: Javier me estaba empezando a gustar.

Era una tarde perfecta. Después de clases, habíamos decidido volver al parque. Desde aquel día en que corrimos como dos niños, había algo en el aire entre nosotros, una conexión que no quería nombrar.

—¿Qué crees? —dijo Javier, mientras caminábamos lentamente hacia el centro del parque, donde una fuente brillaba bajo la luz del sol.

—Mmm... ¿Qué pienso de qué? —pregunté, distraída por cómo el sol reflejaba en sus ojos.

—Que te voy a ganar en la próxima carrera. —Sonrió, dándome un codazo juguetón.

—¡Ja! —me burlé, riendo—. En tus sueños, campeón.

—Violeta, estoy entrenando en secreto, no te confíes —dijo él, fingiendo seriedad mientras intentaba estirar sus piernas como si fuera un atleta profesional.

—Ah, claro, seguro te estás preparando para las olimpiadas —dije, rodando los ojos con una sonrisa.

Nos sentamos en un banco frente a la fuente, mientras él continuaba con su teatro de "entrenamiento". Parecía tan concentrado que no pude evitar reír.

—¿Estás bien? ¿Vas a correr una maratón o algo así? —pregunté, secándome una lágrima de risa.

—Lo entenderás cuando te gane, Violeta. Solo espera. —Él sonrió con suficiencia y luego me miró—. Pero, por ahora, me doy un descanso. No quiero hacerte sentir mal ganándote tan rápido.

—¿Ganarme? —arqueé una ceja—. La última vez que lo intentaste, acabaste en el suelo.

—Detalles, detalles —dijo Javier, haciendo un gesto con la mano como si esos “detalles” no fueran importantes.

Nos quedamos en silencio un momento, mirando el agua de la fuente brillar bajo el sol. Era un momento tan simple, pero me sentía increíblemente cómoda. Demasiado cómoda, quizás.

—¿Sabes algo, Violeta? —dijo de repente, rompiendo el silencio.

—¿Qué? —respondí, sin apartar la vista del agua.

—Me encanta cómo me haces sentir —dijo suavemente.

Mi corazón dio un vuelco. Sabía que estaba siendo honesto, pero aún así, no quería interpretar demasiado sus palabras. No quería caer de nuevo en ese error. Además, ¿por qué me afectaba tanto lo que decía?

—Ah, ya sé —respondí, riendo para quitarle peso al momento—. Soy hilarante. Lo entiendo.

—No, no solo eso —dijo, su tono más serio de lo normal—. Me haces sentir bien... de verdad. No tengo que fingir ser alguien más contigo.

Sentí que mi corazón se aceleraba, pero no quería darle importancia. Me negaba a admitir que esas palabras me llegaban al fondo.

—Bueno, es que soy genial —intenté bromear, dándole un ligero golpe en el brazo—. Así que es natural.

Javier soltó una carcajada.

—Eso es cierto, eres genial. Y loca. —Añadió, riendo—. Pero sobre todo, loca.

—¡Eh! —dije, fingiendo estar ofendida—. Tú eres el que se la pasa corriendo y haciendo teatro en el parque.

—Sí, pero eso es parte de mi encanto —dijo, sacando pecho—. Tienes suerte de tenerme como amigo.

Ahí estaba de nuevo esa palabra. "Amigo". Y cada vez que la escuchaba, algo dentro de mí se revolvía. Era una mezcla de alivio y decepción, porque aunque sabía que él me veía como una amiga, parte de mí empezaba a desear algo más. Pero no. No podía permitírmelo. No después de lo que pasó con Lukas.

—Sí, claro, qué suerte la mía —dije, rodando los ojos mientras sonreía.

Javier se acercó un poco más, su mirada llena de esa chispa juguetona que tanto me gustaba.

—Vamos, admítelo. Soy el mejor compañero de parque que has tenido —dijo, guiñándome un ojo.

—No te creas tanto —respondí, tratando de no mostrar lo nerviosa que me ponía cuando me miraba de esa forma.

Pero a pesar de todo, no podía evitarlo. Me estaba gustando Javier, y cada día que pasaba, la negación se volvía más difícil. Intentaba convencerme de que no era así, de que solo estaba disfrutando de su compañía, de su sentido del humor. Pero no podía ignorar cómo mi corazón latía más fuerte cada vez que me hacía reír, o cómo mi piel se erizaba cuando, accidentalmente, rozaba mi mano.

De repente, Javier se levantó del banco y se inclinó hacia mí, extendiéndome la mano.

—Ven, vamos a la fuente —dijo, sonriendo.

—¿Qué? ¿Para qué? —pregunté, confundida.

—Confía en mí, Violeta. Vamos —insistió.

Me levanté y tomé su mano, sintiendo una corriente eléctrica recorrerme al hacerlo. Me llevó hasta el borde de la fuente, y sin previo aviso, comenzó a salpicarme agua.

—¡Javier! —grité, riendo—. ¡Estás loco!

—Eso ya lo sabías —dijo, entre risas, mientras seguía salpicándome.

No pude evitar unirme a su juego. Comencé a salpicarle de vuelta, y en pocos segundos, ambos estábamos empapados. Nos reíamos como si fuéramos niños otra vez, sin preocuparnos por las miradas curiosas de los demás.

—¡Me rindo, me rindo! —gritó Javier, levantando las manos en señal de rendición.

—Eso pensé —respondí, riendo mientras me secaba el agua de la cara.

Nos quedamos allí, de pie junto a la fuente, empapados y riendo como tontos. Javier me miraba de una forma que me hacía sentir mariposas en el estómago, y por un momento, me quedé sin palabras.

—Violeta... —dijo él, acercándose un poco más.

—¿Sí? —respondí, sintiendo mi corazón acelerarse.

—Nada. Solo... me alegra que estés aquí conmigo —dijo, con esa sonrisa que hacía que mi corazón diera un vuelco.

Sentí una punzada en el pecho, pero no era dolorosa. Era algo que no quería admitir. Algo que me daba miedo.

—A mí también me alegra —dije,

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⏰ Última actualización: Oct 31 ⏰

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