Melissa se quedó bajo el chorro de agua caliente, tratando de borrar el dolor y las marcas que cubrían su cuerpo. Las lágrimas se mezclaban con el agua de la ducha, pero no podía detenerlas. No había escapatoria de esa realidad, por mucho que lo intentara. Tras unos minutos, su respiración comenzó a calmarse, y se armó de valor para salir.
Mirándose en el espejo empañado, pudo ver el moretón en su mejilla y la marca en su brazo. Sus dedos temblaban mientras intentaba cubrirlo con maquillaje, pero por mucho que se esforzara, el dolor físico y emocional seguía allí. Respiró hondo, haciendo un esfuerzo por componer su expresión y no parecer tan rota como se sentía.
Tomó su teléfono y envió un mensaje a Margot, avisando de que llegaría tarde. Sabía que su compañera no estaría contenta, pero no tenía fuerzas para darle más explicaciones. Como era de esperar, la respuesta de Margot llegó casi al instante, una mezcla de reproches y resignación:
"Más te vale que no sea frecuente. Aquí no aceptamos excusas, pero llegar tarde una vez no te matará. Date prisa."
Melissa no podía permitir que su vida en la cafetería también se desmoronara, así que rápidamente se vistió y salió de su casa, conteniendo las lágrimas que amenazaban con regresar. El frío aire de la mañana golpeó su rostro, despertándola un poco de la pesadilla en la que había vivido esa noche.
Al llegar al trabajo, Margot la recibió con su habitual ceño fruncido. Aunque Melissa trataba de mantener la cabeza en alto, sabía que su apariencia delataba lo que intentaba ocultar.
—Vaya, sí que te has dado un buen golpe, ¿no? —comentó Margot, con su tono habitual de burla—. Qué torpe eres, Melissa.
A pesar de su actitud antipática, Margot la miró durante unos segundos más de lo normal, notando algo diferente en ella. Melissa nunca llegaba tarde y siempre era puntual, pero hoy tenía una expresión descompuesta, como si hubiera pasado por algo más allá de un simple golpe. Sin decir más, Margot se dio la vuelta y se alejó, dejándola sola en el turno.
Melissa se apoyó en la barra, tratando de calmar su respiración. Estaba agotada, no solo por la falta de sueño, sino por la carga emocional que la consumía. Intentaba concentrarse en su trabajo, pero su mente vagaba, incapaz de sacarse de la cabeza lo sucedido en el sótano.
De pronto, la puerta de la cafetería se abrió y entró Garcia, irradiando la energía y carisma que siempre la acompañaba.
—¡Hola, cielo! —saludó Garcia con una sonrisa amplia—. ¿Qué tal con el buenorro de Morgan?
Melissa, que estaba de espaldas limpiando una mesa, se tensó de inmediato. Cerró los ojos, deseando no tener que lidiar con más preguntas o miradas inquisitivas. Se giró lentamente, y al hacerlo, el rostro de Garcia cambió por completo.
—¿Cielo? —preguntó Garcia, con la voz llena de preocupación—. ¿Estás bien?
El rostro de Melissa, a pesar del maquillaje, mostraba el cansancio, el dolor y el rastro de las lágrimas. El moretón apenas disimulado, junto con la expresión vacía en sus ojos, contaban una historia que no podía ocultar.
Garcia dejó caer su habitual alegría y se acercó rápidamente, tomando la mano de Melissa con suavidad.
—Melissa, ¿qué te ha pasado? —preguntó, en un susurro, como si ya supiera que la respuesta era mucho más dolorosa de lo que esperaba.
Melissa tragó saliva y, por un momento, pensó en decir la verdad, en contarle a alguien lo que estaba viviendo. Pero las palabras se le quedaron atascadas en la garganta. No podía decirle nada... no aún.
—Oh, fue solo una caída... —dijo, intentando sonar casual, repitiendo la excusa que le había dado a Margot—. Me resbalé esta mañana. Ya sabes lo torpe que soy.
Garcia la miró por un momento, claramente no convencida, pero asintió, respetando su espacio.
—Bueno, tienes que tener más cuidado, cielo. —Con su tono cálido habitual, sacó un billete de su cartera y lo dejó sobre la barra como propina—. Para el café de hoy... y, ya sabes, un poquito más... para que te cuides.
—Gracias, Penélope.
Antes de que se diera la vuelta para irse, Melissa sintió la urgencia de detenerla. No podía arriesgarse a que Morgan supiera nada, y aunque mentirle a Garcia no la hacía sentir mejor, era lo único que podía hacer ahora.
—Por favor... ¿puedes no decirle nada a Morgan? —preguntó, su voz temblorosa. El corazón le latía con fuerza al ver la expresión de sorpresa y confusión en el rostro de la analista.
Garcia ladeó la cabeza, visiblemente preocupada.
—¿Por qué, cariño? —preguntó con suavidad, manteniéndose cerca.
Melissa bajó la mirada, jugando nerviosamente con un trapo entre sus manos.
—No estamos pasando por un buen momento —admitió, improvisando una vez más—. Creo que necesito un tiempo sola, para pensar... Solo, por favor, no quiero preocuparle más de la cuenta.
Garcia observó a Melissa en silencio por un momento más, y luego, con una dulzura infinita, sacó un bolígrafo adornado con diamantes rosas y unas pegatinas coloridas de su bolso. Garabateó su número de teléfono en una servilleta y la deslizó hacia ella.
—Escucha, cielo —dijo, sonriendo con esa mezcla de calidez y comprensión tan característica de ella—. Si necesitas hablar de lo que sea, aquí estoy, ¿vale? No le diré nada a Morgan pero prométeme que me llamarás si ocurre algo.
Melissa tomó la servilleta, sintiendo una punzada de culpa por toda la situación, pero al mismo tiempo agradecida por la generosidad de Garcia.
—Gracias, de verdad. Lo haré —murmuró, sosteniendo el trozo de papel con manos temblorosas.
Garcia le guiñó un ojo antes de salir de la cafetería, dejando a Melissa sola, más abrumada por sus mentiras y el peso del secreto que cargaba.
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Mentes Criminales: La chica de la cabaña
FanfictionMelissa, una joven atrapada en un entorno familiar opresivo, encuentra consuelo en Derek Morgan, un agente de la BAU. Mientras su relación se profundiza, la sombra de su familia y la brutalidad del caso que investiga Morgan amenazan con destruirlo t...