Capítulo 25

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Dante

La luz blanca era tan intensa que sentía que me quemaba los ojos. Intento parpadear, pero el dolor punzante de mi cabeza se sentía como el eco del golpe de un martillo y amenazaba con destrozarme el cráneo. No sabía donde estaba, una bruma acompañaba mis recuerdos haciendo difícil poder discernirlos, pero lo que sí recordaba era la voz de mi esposa pidiéndome que no la abandonara. Quise decirle mientras veía el dolor y el miedo desgarrando sus facciones que nunca la dejaría, pero el dolor y la pesadez me hicieron imposible formular más allá de unas pocas palabras.

Creía recordar también una confesión, pero no estaba seguro de si era una ilusión de mi mente, mostrándome una de las cosas que más anhelaba antes de ir al valle de la muerte.

Intento moverme, pero un quejido sale de mis labios en su lugar. No sentía mi cuerpo, solo una sorda molestia en mi costado derecho. Bajo la mirada, encontrándome con una pequeña mujer, echa un ovillo a mi lado. Se veía tan pequeña, tan indefensa, como la primera vez que la vi, pero mi mujer no era y nunca fue nada de eso.

Cara —la palabra me rasga la garganta, pero es suficiente para conseguir que se mueva entre sueños. La observo parpadear, su entrecejo se frunce y sus labios forman un hermoso puchero que en otras circunstancias habría besado. Esta era la expresión que ponía cada vez que despertaba. Demora un par de segundos más en darse cuenta de que estoy despierto, pero cuando lo hace, sonrío. Amaba tener sus ojos sobre mí—. Hola, pajarito.

Esta vez las palabras salen más fácil, pero aún sentía que mi garganta estaba siendo partida en dos. Vittoria se percata y se apresura a acercarme un vaso de agua a los labios, luego toma mi mano entre las suyas y muerde la almohadilla de mi dedo anular, al igual a como yo lo había hecho cuando se portaba mal.

—¿Por qué ha sido eso?

—Por ir a por ese hombre completamente solo.

Besa la almohadilla de mi dedo.

—¿Y eso por qué, cara?

—Por haber regresado a mí.

Sonrío, prometiéndome nunca más hacerle creer que la dejaré.

—Ven aquí, esposa mía —Tiro de su mano para luego sujetarla de la nuca—. Quiero una verdadera bienvenida.

Tomo sus labios entre los míos y la beso, lento al principio, pero cuando el roce de su lengua contra la mía sacude mis nervios, el beso sube de nivel. Estaba vivo, había burlado a la muerte por poco, y estaba de vuelta en casa. Bajo la mano, acariciando su delicado cuello, luego sus pechos y seguidamente, su vientre plano. Dejo la mano ahí, anhelando que las palabras que creí escucharla decir fueran reales.

Con un último beso a sus dulces labios, me alejo.

Necesitaba saber.

—¿Es verdad? ¿Estás embarazada?

Pone su mano sobre la mía y asiente.

—Lo estoy. Tengo un mes y dos semanas.

Las lágrimas inundan sus ojos, pero no caen. Era real. Iba a ser padre. En su vientre estaba creciendo mi hijo.

No tengo tiempo de decir nada de esto, porque entonces su mirada se apaga.

—Tengo que decirte algo más, cariño.

El pánico me oprime las entrañas, imaginando los distintos escenarios de lo que podría haber sucedido en mi ausencia.

—¿Qué ha pasado?

—Pasquele... Él no sobrevivió al ataque, cariño.

Las palabras en un principio no soy capaz de procesarlas, pero entiendo lo que está pasando, la tristeza abruma mi corazón. Pasquele había sido más que un consigliere para mí, fue como un padre todos estos años. Me ayudó tanto después de la muerte de mis padres que le estaría eternamente agradecido. Me había enseñado a ser un Don, un buen líder.

Su perdida me dolía, sentía que había fallado, porque tampoco había podido protegerlo, pero estaba seguro de que me regañaría si pudiera escuchar mis pensamientos. Él conocía los riesgos, todos lo hacíamos.

—¿Cómo murió?

—Dante... —Niego.

—Quiero saber.

—Estaba cubriendo a Renato y a Eloísa cuando le dispararon. Fue un disparo en la cabeza, ni siquiera lo sintió.

Asiento.

—¿Ellos están bien?

—Sí. Eloísa ha estado un triste por Pasquele. Dijo que nunca se permitió conocerlo de verdad y murió protegiéndola —Acaricia mi mejilla—. ¿Estás bien?

¿Lo estaba?

Era una excelente pregunta y no tenía respuesta para ella. En el pasado me habría levantado de esta cama y hubiera perseguido a los hombres que lo mataron, pero a Pasquele nunca le gustó la venganza. No disfrutaba de matar a las personas. Así que regresando a su pregunta, lo estaría. Solo necesitaba tiempo.

—Lo estaré —pongo mi mano sobre su vientre—. ¿Tú estás bien? ¿Nuestro pequeño lo está?

—Lo estamos. Y podría ser una pequeña bebé.

La imagen de una niña con sus ojos pasa por mi mente. Muy bien la muerte podría estar riéndose de mí en este momento, si era una niña habría muchas nuevas almas masculinas en el infierno.

—Tal vez deba comenzar a eliminar la tasa de población masculina.

Se acuesta mi lado y se acurruca contra el costado de mi cuerpo que no estaba herido. Besa mi barbilla y descansa la mano sobre mi pecho, justo donde latía mi corazón.

—Primero debes sanarte. Luego iremos a casa. Giada y los chicos te extrañan. Y nuestra manada perruna también.

—Bien, pero a cambio quiero algo.

—Dime tu precio, señor Santis —Escucho la burla en sus palabras. Oh, mi dulce pajarito, más tarde te arrepentirás de tus palabras.

—Quiero que una doctora te revise de inmediato. Que hagan un ultrasonido también.

—Todo eso lo hicieron hace un par de horas.

—No me importa.

Suspira contra mi cuello.

—¿Si lo hago calmará tu dulce manía de saber siempre que estoy bien? —Asiento—. En ese caso, llamaré a la doctora.

Intenta levantarse de la cama, pero la detengo.

—Todavía no es de «inmediato». Quédate y hazle compañía a un hombre moribundo.

Ríe, pero se presiona contra mi cuerpo.

—Eres imposible, ¿lo sabías?

—Así me amas —Mis palabras eran una certeza, pero quería escuchar salir esas dos palabras de su boca.

Besa mi hombro.

—Así es. Te amo, cariño.

—Te amo, pajarito —Beso su cabello, bañándome en su aroma—. Y gracias.

—¿Por qué?

—Por matar al hombre que asesinó a mis padres.

La había visto hacerlo. Ella, mi brillante luz, le había arrebatado la vida a Daniele. No lo dudó y sin saberlo quitó un peso de mis hombros.

—Somos un equipo, esposo mío, y siempre lo seremos. 

Bailando para un Siciliano © [+18] | [Próximamente en físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora