Capítulo 4: La Sombra del Pasado

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Ethan despertó a la luz del día, pero la calma que solía sentir al amanecer había sido reemplazada por una sensación de ansiedad. La figura de la ciudad de cristal seguía danzando en su mente, envolviéndolo en un mar de incertidumbre. ¿Quién era ese hombre? ¿Qué quería de él? La confusión y el temor se entrelazaban, como las grietas en el cristal de sus sueños.

Mientras se preparaba para la universidad, el espejo le devolvía la imagen de un joven que se sentía atrapado en un laberinto oscuro. Las ojeras marcaban su rostro, y su mirada perdida reflejaba la lucha que llevaba dentro. Se dio cuenta de que su vida se había convertido en un ciclo de desdicha, uno del que no podía escapar. Había un peso en su pecho que lo seguía, una sombra de su pasado que se negaba a desvanecerse.

La clase de Historia era la primera del día, pero Ethan apenas prestó atención a las lecciones sobre civilizaciones antiguas. Su mente seguía volviendo a la figura del hombre en la ciudad de cristal. Había algo en su presencia que lo incomodaba, pero al mismo tiempo lo atraía. Era como si esa sombra fuera un eco de sus propios miedos, sus propias luchas.

A medida que la profesora hablaba sobre las estructuras de las civilizaciones, Ethan no pudo evitar pensar en cómo esas construcciones, alguna vez firmes y hermosas, podían convertirse en ruinas. La imagen resonó en su mente. La ciudad de cristal que había visto no solo era un paisaje; era un reflejo de su propia vida. Las grietas eran sus traumas, sus miedos, todo lo que había acumulado a lo largo de los años.

Después de clase, salió al pasillo y se encontró con un grupo de compañeros riendo y hablando animadamente. La desconexión que sentía era abrumadora. En ese momento, su mente se desvió hacia un recuerdo que no podía olvidar: su infancia. Se vio a sí mismo como un niño pequeño, corriendo por los pasillos de su hogar, riendo con su madre. Recordó esos días felices antes de que todo comenzara a desmoronarse.

Su padre había sido una figura imponente en su vida, alguien que siempre había establecido expectativas altas. Pero la presión que sentía para cumplir con esos estándares se volvió una carga insoportable. Las expectativas comenzaron a transformarse en críticas, y las palabras hirientes se convirtieron en gritos. Con el tiempo, la atmósfera familiar cambió drásticamente. La risa fue reemplazada por discusiones, la calidez se convirtió en frialdad.

Ethan recordó su primer intento de hablar con su padre sobre cómo se sentía, la vez que había revelado sus ansiedades y su lucha interna. El recuerdo de la decepción en los ojos de su padre fue desgarrador. En ese momento, decidió que no podía ser un carga, que debía ser fuerte, que no debía mostrar debilidad. Comenzó a ocultar sus sentimientos, enterrando su tristeza y su ansiedad en lo más profundo de su ser.

Mientras esas memorias lo inundaban, Ethan se sintió atrapado. Las paredes de su mente se cerraban, y el eco de su pasado resonaba en su corazón. Decidió salir del edificio. Necesitaba aire fresco, un momento para aclarar su mente. Caminó hacia el pequeño parque donde había estado dibujando anteriormente, un refugio en su tormenta interna.

Al llegar, se sentó en su banco habitual y sacó el cuaderno de bocetos. Sus manos temblaban mientras comenzaba a dibujar nuevamente la ciudad de cristal, esta vez más detallada que antes. La figura oscura estaba ahí, acechando en las sombras, como un recordatorio constante de sus miedos y de lo que había perdido.

A medida que dibujaba, comenzó a recordar a su madre. Ella había sido su roca, la que siempre intentaba mantener la paz en el hogar. A pesar de las tormentas que se desataban a su alrededor, ella siempre se esforzaba por llenarle el corazón de amor y apoyo. Había momentos en que se sentía completamente protegido en sus brazos, momentos que le parecían tan lejanos ahora.

Ethan se preguntó si alguna vez podría abrirse a su madre sobre lo que sentía. La idea de compartir sus luchas con ella le producía tanto miedo como esperanza. Había pasado tanto tiempo guardando silencio, temiendo decepcionarla y no saber cómo se sentiría al enfrentar su verdad.

Su lápiz se detuvo en el papel cuando una suave brisa acarició su rostro. Miró al cielo, y vio cómo las nubes comenzaban a despejarse, dejando entrever un hermoso atardecer. Esa mezcla de colores, del naranja al púrpura, le recordó por qué amaba los atardeceres. Eran momentos de transición, de transformación. Quizás había una oportunidad de cambio en su vida también.

Fue en ese momento que escuchó una voz. No era el eco de sus recuerdos, sino una voz real. Una mujer mayor se le acercaba, observando su dibujo con curiosidad.

—Es hermoso —dijo ella, sonriendo—. ¿Es tu ciudad?

Ethan sintió una oleada de vergüenza, pero la calidez en la mirada de la mujer lo animó a responder.

—Es una ciudad en mis sueños —admitió—. Una ciudad de cristal.

La mujer asintió, como si comprendiera más de lo que decía.

—A veces, nuestros sueños reflejan lo que llevamos dentro. Es una buena forma de entender lo que sentimos.

Ethan se sorprendió al escuchar esas palabras. ¿Podía ser que alguien comprendiera lo que estaba pasando? La mujer continuó hablando, y él se dio cuenta de que se sentía más ligero, como si la conversación le permitiera compartir un poco de su carga.

—Siempre he pensado que la creación artística puede ayudarnos a sanar —agregó ella—. Puedes contar tu historia a través de tus dibujos.

Las palabras resonaron en Ethan, como un eco de esperanza. Mientras la mujer seguía hablando, Ethan comenzó a darse cuenta de que tal vez tenía que buscar ayuda, de que quizás no estaba solo en esto. Las sombras del pasado todavía lo acechaban, pero no tenía que enfrentarlas solo.

El atardecer se profundizaba en colores vibrantes, y con cada palabra, se sentía un poco más capaz de enfrentar su realidad. Era el primer paso en un viaje que sabía que sería largo, pero que podría llevarlo a un lugar donde finalmente podría empezar a reparar las grietas.

Cuando la mujer se despidió, Ethan se quedó en el banco, sintiendo el peso de sus palabras. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que la ciudad de cristal no solo representaba su dolor, sino también su esperanza.

Con una nueva determinación, Ethan cerró su cuaderno y se levantó del banco. No sabía qué le depararía el futuro, pero estaba listo para enfrentar lo que viniera. Era el momento de buscar ayuda, de abrirse a su madre y compartir su lucha. Quizás, solo quizás, había una forma de sanar las heridas y encontrar su luz entre las sombras.

La Ciudad de Cristal RotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora