05. Nuevas amistades.

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Mi día sigue después de que Tom se va. Atiendo solo a pacientes que la doctora anterior había atendido antes, y es fácil llevarles el paso. Como último paciente del día tengo a una niña que ha perdido a su madre hace poco.

Generalmente, oír a personas tan pequeñas, apenas llegadas al mundo, hablando de como no entienden bien que es lo que ha sucedido y que preguntan llenos de esperanza en si volverán a ver a sus padres, genera un aura muy melancólica en el ambiente de la consulta.

Pero eso es algo que he visto mucho en la universidad. La superación de la muerte de alguien es uno de los primeros temas que vimos.

Y aunque toque una fibra sensible de mi ser, oír historias tan tristes venir de personas tan jóvenes, mi primer instinto es hacer algo por ayudarlos. Es especialmente gratificante ver como poco a poco una persona puede sanar las heridas más profundas: las emocionales. Mi constante deseo porque las personas que me rodean superen sus problemas, me llevó a ser psicóloga.

—¿Tú crees que mi mami está viéndonos y escuchándonos ahora mismo? —pregunta la niña. Sus rizos dorados saltan cuando ladea la cabeza.

Sonrió gentilmente a la pequeña frente a mí.

—Claro, cariño. Ella está por aquí en algún lugar, solo que es invisible. Porque los ángeles son invisibles.

Ella sonríe.

La pequeña se llama Amanda y ha perdido a su madre después de que enfermara. Solo tiene ocho años, así que no comprende del todo por lo que está pasando. Pero estoy aquí para ayudarla a entender y aceptar.

—Supongo que está bien que mi mamá se haya ido a un lugar mejor. —razona. —Porque así está en todos lados y siempre me puede cuidar. Ella me decía que le gustaría cuidarme siempre para que así nada me pasara.

—Y así será, Amanda. —le aseguro, tomando su mano por encima del escritorio. Puedo ver mi reloj de pulsera que sobresale por la manga de mi bata, y noto que la hora ha terminado. —Escucha cariño, la sesión de hoy ha terminado. Tengo que atender a otras personitas como tú que quieren ser escuchadas, ¿vale?

—Está bien. —ella asiente con la cabeza, estando de acuerdo.

—Nos vemos la próxima semana, Mandy.

Me levanto de mi asiento y busco un tarro de cristal que había traído en la mañana. El tarro contiene piruletas para los niños. Cojo una de color rosa y se la doy a Mandy, que la acepta con gusto iluminando su cara.

—¡Muchas gracias! —chilla quitando rápidamente el envoltorio.

Mandy se levanta y la acompaño hasta afuera, donde está su tía esperando, sentada en las sillas de la sala de espera. Se levanta cuando ve a su sobrina salir y rápidamente extiende una mano para presentarse.

—Buenos días, mi nombre es Alissa, soy la tía de Amanda. —estrecho su mano.

—Encantada, soy la doctora Collins.

—¿Cómo le fue a la niña? Estaba muy nerviosa por tener un cambio de doctora, no sabía cómo se iban a llevar... ¿Cómo te fue cariño? —Alissa toma la mano de su sobrina, que está demasiado concentrada en su piruleta como para prestar atención. Alissa se ríe.

—Le he dado una piruleta. —comento lo obvio. —Espero que no le moleste.

—No, para nada. Y veo que a ella tampoco. —ríe bajando la vista hasta Mandy, quién es ajena a nuestra conversación. —Nos vemos pronto, doctora Collins. —dice para despedirse.

—Hasta pronto. —sonrío, y tía y sobrina desaparecen por el pasillo.

Suspiro. Otro paciente atendido. Un paciente satisfecho. El caso de Mandy parece mucho más sencillo que el de Tom.

𝑪𝒉𝒆𝒓𝒚𝒍; 𝑻𝒐𝒎 𝑲𝒂𝒖𝒍𝒊𝒕𝒛 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora