IV Un sentimiento nuevo

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Alexander

You've got this strange effect on me

And I like it

Strange effect

...

Cada mañana, me despertaba con la esperanza de que el día me depararía algo más especial que el anterior, pero a menudo se encontraba atrapado en la monotonía de las clases y los pasillos abarrotados del colegio. Mi relación con Regina, aunque me brindaba un sentido de seguridad, era cada vez más un refugio de conformidad que de amor verdadero. Era la chica con la que siempre me sentía más que cómodo, alguien que había estado allí durante largos años, pero a pesar de las risas compartidas, algo en mi interior sabía que el romance había perdido su chispa.

 Las semanas se deslizaban entre mis dedos como arena, cada día se sentía igual al anterior. La rutina se había vuelto una carga más que una comodidad, especialmente en esos momentos que compartía con Regina, quien, a pesar de ser mi novia, a veces se sentía como un ancla que me arrastraba hacia aguas turbia. Acompañarla a su clase se había convertido en una especie de tregua de mi propia confusión emocional. Sin embargo, la misma rutina hacía que mis ojos inevitablemente se posaran en Gracie cada vez que pasaba por el pasillo, recordándome todo lo que antes despreciaba y ahora, curiosamente, enfrentaba.

Gracie siempre estaba allí: en su rincón habitual, con su dulzura irradiando a su alrededor. En un principio, sus torpezas y su timidez eran una fuente interminable de risas y burlas, pero a medida que mis días con Regina se hacían más grises, la indiferencia se hizo lugar en mi corazón. Ya no era la burla fácil que me sacaba risas; era una chica que enfrentaba sus propios demonios con una valentía que yo no sabía si era capaz de poseer. Las miradas casuales en los pasillos se volvieron más frecuentes, y aunque la incomodidad de nuestro pasado no desapareció, la burla se transformó. A veces, me encontraba atrapado en un ciclo de pensamientos sobre su relación con Edward, quien también me recorrió con sentimientos de nada más que risa, hasta que, sin querer, comencé a cuestionar mi propia actitud. Recordar cómo ella lo había enfrentado, su valentía para mostrarse ante el mundo, incluso sin recibir el amor que necesitaba, dejó una huella en mí.

Al final, era claro que el mundo de Gracie y el mío no eran tan diferentes. Ambos luchando con nuestras propias inseguridades, pero yo atrapado en una relación que no me llenaba del todo, mientras ella aprendía a encontrar su voz en medio del ruido. Esa discrepancia entre nuestros mundos era lo que me mantenía alejado de comprender completamente sus sentimientos, tal como ella lo estaba haciendo. Entonces, cuando la veía en el pasillo, me preguntaba si alguna vez habría un momento en el que podría acercarme y juntar esas dos realidades, pero aún estaba lejos de atreverme a dar ese paso.

A medida que los días transcurrían, mi indiferencia hacia ella se fue afianzando, aprendí a apreciar la distancia que existía entre nosotros.

...

Estábamos por iniciar la etapa mas estresante del instituto si me preguntas, los exámenes parciales, me sentía ansioso ya que el semestre anterior no lo culmine de buena manera, esperaba que este fuera distinto. Sali de mi ultima clase, al terminar de bajar las escalares me di cuenta que de que mis agujetas estaban sueltas ,así que me agache para ajustar las agujetas de mis tenis, escuché el murmullo familiar de los estudiantes que salían de clase. Era un día cualquiera, al menos hasta que vi que ella se acercaba. La conocía, claro, su nombre era un eco persistente en los pasillos y su presencia se había vuelto, de alguna manera, casi habitual. Pero había algo en su andar que me llamó la atención, una especie de distracción en su mirada, como si estuviera sumida en sus pensamientos.

De repente, vi cómo su pie se torcía al bajar el último escalón. Fue como ver una escena en cámara lenta. Su figura perdió el equilibrio, y un instante después, estaba cayendo directamente sobre mí. La sorpresa no me permitió reaccionar de inmediato, solo pude extender los brazos en un intento de estabilizarla. En ese breve lapso, se rompió la barrera entre nosotros.

El contacto fue inesperado. El roce de su cuerpo contra el mío y el hecho de que nos encontramos en una especie de abrazo improvisado me provocó una mezcla de confusión y algo que no había sentido antes. Las conversaciones de pasillo, las bromas, los murmullos sobre su "caída" me parecieron irrelevantes en ese momento. Estábamos ahí, juntos, atrapados en una fracción de segundo que parecía estirarse hasta el infinito. Su rostro estaba tan cerca del mío que podía ver cómo sus mejillas se sonrojaban.

—¿Estás bien? —pregunté, sorprendiendo incluso a mí mismo con el tono suave y preocupado de mi voz. Era un reflejo de algo que nunca había mostrado en nuestras interacciones previas.

Ella se levantó rápidamente, intentando recomponerse y evitar mi mirada. La incomodidad era palpable, y no pude evitar sentir que, de alguna manera, estaba siendo parte de algo más grande, una especie de cambio en la dinámica que había estado establecido hasta ahora.

—Lo siento mucho —dijo, intentando sonreír a pesar de la evidente vergüenza—. No sé lo que pasa conmigo, estaba muy distraída, lo siento de verdad.

En ese momento, quería que supiera que estaba bien. Que en ese instante, lo más importante era ella y que la caída no era un final, sino solo un momento.

—No te preocupes. Estás bien, eso es lo que importa —respondí, aunque en mi mente luchaba con las palabras. Todo lo que solía pensar sobre ella parecía difuminarse. Había visto su vulnerabilidad y, por primera vez, entendía que había más de lo que parecían las superficies.

—Bien, gracias Alexander. Adiós, ten cuidado de regreso a casa —dijo, y con eso, comenzó a alejarse. No tuve tiempo de responder, pero sentí cómo se iba, llevándose consigo un eco de la incomodidad y el rechazo del pasado.

Mientras la observaba alejarse, el murmullo del instituto se desvaneció y me quedé pensando en la extraña conexión que acababa de experimentar. Era anticlimático pensar que un momento que había comenzado con una caída podría llevar a un cambio en mi perspectiva. Mientras caminaba hacia la salida, reflexioné sobre lo que había sucedido.

Había estado tan seguro de mis interacciones con los demás. Era el chico que siempre hacía bromas, que disfrutaba de la diversión casual. Pero en este instante, con ella, algo había cambiado. A lo largo de los días, había sido testigo de su transformación, de cómo ella había lidiado tan valientemente con el rechazo.  Mientras regresaba a casa, el peso de la conversación y el encuentro con ella seguían resonando en mi cabeza. 

Odio amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora