Después de la caída, no había tenido ningún encuentro con Gracie. Había notado su ausencia, y aunque me rondaba la sospecha de que me estaba evitando, en realidad, no me importaba tanto como pensé que lo haría. Lo que realmente me preocupaba era pasar el tiempo en actividades que disfrutara; así que decidí unirme al club de lectura, algo que siempre había disfrutado.El día de la primera reunión, llegué temprano al salón, emocionado por encontrar a otros que compartieran mi amor por los libros. Me senté cerca del profesor John, que siempre lograba hacer que la literatura se sintiera emocionante. La sala lentamente se fue llenando de estudiantes que conversaban y reían, y yo aproveché para sumergirme en mi primera lectura de la semana.
El profesor John comenzó la sesión con una dinámica interesante. Nos pidió que escribiéramos, en una hoja, nuestro nombre, nuestro libro favorito, un libro que recomendaríamos y otro que detestáramos. La actividad parecía divertida y, mientras escribía, me dejé llevar por mis pensamientos sobre las lecturas que más me habían impactado.
Cuando terminé, me acerqué a entregar la hoja al profesor, sintiendo como cada paso hacia su escritorio me llenaba de una extraña mezcla de ansiedad y alivio. Una vez que todos habían entregado sus hojas, el profesor comenzó a leer los nombres en voz alta, emparejando a los estudiantes.
"¡Alexander Bustamante!" dijo, y en el instante en que escuché mi nombre, levanté la vista, mirando a mi alrededor. Cuando el profesor agregó "con Gracie Cooper", mi corazón se detuvo por un breve momento. ¿Gracie? No había notado su presencia hasta ese momento, y me sorprendí al darme cuenta de que me había emparejado con ella. Era surrealista. La idea de que tuviéramos que compartir algo juntos me pareció casi cómica.
Gracie se acercó a mí, y aunque en mis pensamientos había un montón de cosas que quería decirle, me quedé callado, incapaz de articular ninguna de esas palabras. Su expresión era neutral, y eso me frustraba. Podría haberme preguntado por qué estaba evitando el contacto, por qué no habíamos hablado desde aquel día, pero en lugar de eso, nos quedamos en un incómodo silencio.
La miré con confusión y algo de molestia. ¿Qué se suponía que podíamos tener en común, nosotros dos? En cualquier otro contexto, tendríamos más diferencias que similitudes. No sabía si era mejor romper el hielo o dejar que las cosas siguieran su curso. La dinámica del grupo, la actividad que habíamos estado esperando, ahora parecía un desafío personal más que una simple reunión de un club de lectura.
Mientras el profesor seguía hablando, mi mente estaba atrapada en un torbellino de incertidumbres y recuerdos. ¿Por qué había dejado que las cosas llegaran a este punto? Había tantas dudas flotando en mi interior, y Gracie, con su actitud indiferente, no parecía ayudar.
Al observar que todos estaban en sus lugares, el profesor John decidió dar otro paso en la dinámica del aula. Propuso que le preguntáramos a alguien al azar sobre su autor favorito. Mis ojos se dirigieron rápidamente hacia Gracie al notar cómo el profesor su mirada se posaba en ella, aunque la vi negar suavemente con la cabeza en un intento tímido de evitar ser elegida. Sin embargo, eso no detuvo al profesor.
"Gracie, compartenos tu autor favorito" preguntó, con una sonrisa que implicaba que realmente disfrutaba el momento.
Ella comenzó a hablar sobre Oscar Wilde, y de inmediato sentí la necesidad de intervenir. No pude contenerme y levanté la mano. Cuando el profesor me dio la palabra, supe que tenía que dejar claro mi punto de vista.
"Oscar Wilde es sobrevalorado," comencé, sintiendo el desafío en el aire. Mis ojos se fijaron en Gracie. "Su estilo es más pretencioso que auténtico. Está lleno de aforismos ingeniosos, pero al final, ¿qué nos dice realmente sobre la vida?"
Noté cómo el color se le subía a la cabeza cuando respondía. "¿Pretencioso?" Su voz sonaba controlada, pero podía ver la chispa de la frustración. "Wilde utilizó su humor y agudeza para desafiar las normas de su tiempo. Es más que solo aforismos; trata temas profundos sobre el amor y la identidad."
La tensión en el aula se incrementaba. Era claro que mis palabras resonaban entre nuestros compañeros, que comenzaban a murmurar. "Sí, pero eso no lo hace un buen escritor," le repliqué con una sonrisa sarcástica, disfrutando de la reacción que provocaba. "Es una especie de ególatra que escondía su propia inseguridad detrás de palabras ingeniosas."
La atmósfera se volvía cada vez más eléctrica. "No entiendo cómo puedes decir eso," dijo ella, con el tono de quien intenta no perder la compostura. "Wilde fue un pionero que expuso las hipocresías de la sociedad. Debemos reconocerlo por ello, no criticarlo con tanta facilidad."
Decidí presionar un poco más. "¿Acaso sólo lo admiras por su estilo y no por su contenido?" insistí, cruzando los brazos, sintiendo que tenía la delantera en esta discusión. "Todo el mundo puede escribir algo ingenioso, Gracie. ¿Pero puede realmente tocar a las personas? A veces creo que eres demasiado idealista."
"¿Idealista? ¿Y tú qué eres, un realista cínico?" me devolvió con fuerza, y vi cómo su mirada se encendía. Las palabras flotaron en el aire, y la tensión era palpable. Era como si cada uno de nosotros estuviera defendiendo no solo una opinión, sino también una parte de nuestro ser.
El profesor, sintiendo que la tensión había alcanzado un pico, nos interrumpió por un momento. "Chicos, paren un momento. ¿Por qué no se estrechan la mano?" Su tono intentaba relajarnos, pero yo aún estaba lleno de algo que era a la vez irritante y estimulante.
Me quedé mirando a Gracie, sintiendo que mi ego se resistía a dar el paso. Pero, al final, le extendí la mano. Ella la tomó, y en ese momento, la conexión era extraña; era un contacto firme, pero incómodo.
Al terminar la sesión, vi a Gracie apresurarse a guardar sus cosas y salir del aula. Su enfado era palpable, al igual que el mío. Esa chica realmente me sacaba de quicio; no importaba lo amable, bonita o dulce que fuera, había algo en ella que desataba mi frustración. Caminé por el mismo pasillo que Gracie, manteniendo una distancia notable, perdido en mis propios pensamientos, ahogado por la rabia.
Fue entonces cuando la vi correr hacia un chico. "¡Joselo!" gritó, y al instante se abalanzó hacia él con una alegría desbordante. Al llegar a su lado, se fundieron en un abrazo que me dejó completamente paralizado. La irritación creció en mí, como un volcán a punto de estallar. La misma chica que me llamaba el realista cínico, ahora estaba actuando como una ilusa, entregándose sin reservas a algo que, desde mi perspectiva, parecía una frivolidad total.
No pude evitar observarlos, a pesar de que la rabia me consumía. Ver cómo se alejaban, riendo y hablando con esos gestos íntimos, me dolía más de lo que estaba dispuesto a reconocer. Me sentía atrapado en un torbellino de emociones, incapaz de despegar la vista de la escena. Con cada paso que daban, el nudo en mi pecho se hacía más apretado.
En ese instante de envidia y resentimiento, ni siquiera noté que Regina se acercaba a mí. Cuando finalmente la vi, me había sumido tanto en mi propia ira que no tuve en cuenta sus sentimientos. "¿Que es lo que quieres ahora?" le lancé, siendo despectivo, sin preocuparme de cómo mis palabras la afectarían.
El universo de Regina se detuvo por un momento. Su mirada se ensombreció, y pude ver la confusión y el dolor en sus ojos. Pero ni siquiera eso me detuvo. La molestia que Gracie me había provocado era más fuerte que cualquier otra cosa. Sin pensarlo, seguí vertiendo mi frustración. "¿Por qué eres tan persistente? ¡No te necesito!"
No supe cómo había escalado a ese punto, pero ahí estaba, desahogando la tormenta dentro de mí, incluso a costa de dejar a Regina confundida y a punto de llorar. Ella, que no tenía nada que ver con esto, era solo un blanco conveniente para mi enojo. La vi quedarse allí, con los ojos aguados, incapaz de comprender qué había hecho para merecer eso.
En mi mente, la imagen de Gracie y Joselo seguía flotando, y aunque sabía que había cruzado una línea con Regina, no me importaba en ese momento. La frustración era abrumadora, y al final, la única cosa que realmente importaba era esa sensación de impotencia que la presencia de Gracie había desatado en mí.
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Odio amarte
RomanceGracie y Alex se detestan o eso aseguran, pero una caída inesperada y un abrazo podra cambiarlo todo.