Capítulo cuatro | El reencuentro más esperado•••
Pánico.
Esa era la única sensación que recorría mi cuerpo en aquel momento. Mi mente estaba en blanco y las puntas de mis dedos hormigueaban contra la gruesa capa de hielo sobre la que todavía estaba sentada. Frente a mí, la chica que me había mantenido alerta durante semanas seguía de pie, observándome desde arriba con una ceja arqueada.
Antes de que pudiera reaccionar, ella se inclinó y me miró de cerca con esos vibrantes ojos dorados, que sobre su rostro inmaculado parecían piedras preciosas. Sentí que mis pulmones se cerraban ante la presión del momento, recordando dónde y con quién estaba, y lo que esto podría significar para mí a partir de ahora.
Segundos después, la rubia estiró uno de sus brazos y me ofreció su mano para ayudar a levantarme, dejándome incluso más perpleja.
—Siempre es bueno verte, Keals —dijo, con esa voz medio áspera que la caracterizaba. Alterné la vista entre su rostro y su mano, todavía procesando lo que estaba pasando.
Me deslicé hacia atrás por reflejo, sintiendo que las piernas se me helaban al rozar contra el hielo. Como pude, apoyé ambas manos sobre la superficie y me obligué a levantarme, sosteniendo mis protectores bajo un brazo y buscando equilibrio con el otro.
De fondo escuché risas y murmullos, sin embargo, cuando por fin logré estar de pie en lo único que pude concentrarme fue en encarar a la última persona que esperaba ver aquel día...
La Princesa de Hielo.
—¿Por qué tan callada? ¿El gato te comió la lengua? —insistió al ver que yo seguía sin soltar una palabra—. Puedes saludarme, ¿sabes? La mayor parte del tiempo no muerdo.
Tragué saliva mientras la observaba, percatándome de su semblante gélido y esa pequeña pero perceptible sonrisa que me sorprendió encontrar en su rostro.
—E-eh, uh... Y-yo... Hol... Agh... —balbuceé y apreté nuevamente mis labios, deteniendo los sonidos absurdos que seguían formándose en mi cabeza. Ahora que ambas estábamos frente a frente, podía observarla mejor y detallar completamente su apariencia.
Estaba más alta, sin dudas, con una figura mucho más esbelta y atlética que la última vez que la vi. Su cabello iba atado en una cola de caballo que caía como una cascada dorada hasta su cintura y llevaba un conjunto deportivo negro que cubría casi todo su cuerpo, excepto por una franja de su abdomen. Sus guantes rojos eran unas de las pocas prendas coloridas que resaltaban sobre su atuendo, junto con la fina cadena de oro que portaba alrededor del cuello.
Cuando regresé la vista de nuevo a su rostro, noté que sus ojos marrones otra vez parecían dorados bajo los reflectores de la pista. La intensidad de su mirada era otra muestra de lo mucho que ella había cambiado durante todo este tiempo, pues ahora estaba más madura, con facciones más marcadas, pómulos afilados y el semblante más serio. Me sorprendió, además, lo extremadamente suave que lucía su piel y sus labios de un color rosado oscuro que justo en ese momento se entreabieron para decir algo, aunque alguien se le adelantó.
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El inesperado problema de Mackenna Keals ©
RomanceMackenna sólo quiere una cosa: Convertirse en campeona olímpica. ¿Obstáculo? El título le pertenece a una rusa. ¿Problema? Se está enamorando de ella. ••• Las metas de Mackenna están supuestamente claras: Sobrevivir a su último año de secundaria, de...