Capítulo tres | Caigo rendida a sus pies

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Capítulo tres | Caigo rendida a sus pies

Capítulo tres | Caigo rendida a sus pies

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04 de diciembre de 2020.

—¡Apúrate, Kenna! ¡O te dejo! —gritó mi hermana mayor desde las escaleras.

Refunfuñé mientras me cepillaba los dientes, tratando de hacer mil cosas a la vez para estar lista a tiempo. Odiaba las mañanas de este estilo, cuando tenía que ir a la escuela y mi rutina se convertía en un caos desde temprano.

—¡Voy, voy! —chillé en respuesta, corriendo con un zapato a medio poner y la barbilla llena de crema dental.

Como pude, sujeté rápidamente mi cabello y tomé el bolso que estaba sobre mi cama, el cual tenía un montón de papeles regados saliendo de su interior. Lo cerré a la fuerza y luego prácticamente volé por las escaleras, aterrizando en la planta baja, donde mamá sentaba a mis sobrinos en sus sillitas de comer.

—¿Y Mai? —le pregunté.

—Está afuera encendiendo el auto. Andá antes de que te quedes —respondió.

Planté un besito en la mejilla de cada bebé y me apresuré para ir al exterior. Una vez allí, troté hasta el sedán negro de mi hermana, quien ya estaba calentando el motor.

—¡Sube, pulga! Vamos tarde —habló Maisie cuando abrí la puerta del auto.

Me dejé caer en el puesto del copiloto y solté el bolso a mis pies, exhausta aunque el día apenas comenzaba. Detrás de mí, Mikaela iba con unos audífonos casi más grandes que su cabeza, metida en su propio mundo, ordenando sus cosas en el asiento trasero.

—¿Están seguras de que no se les queda nada? Porque hoy estaré en una reunión hasta tarde y solo pasaré luego a recoger a Maxi y Diego.

—S-sí, yo lo llevo todo. Ya vámonos —apremié a Mai. Ella entrecerró sus ojos hacia mí antes de comenzar a manejar.

Un aspecto interesante de mi vida era que casi nunca tenía una rutina fija. Al ser atleta profesional, el patinaje consumía la mayor parte de mi tiempo, mientras que el resto de cosas se adaptaban en torno a eso. Dependiendo de la exigencia de la temporada, en ocasiones debía entrenar dos o hasta tres veces por día, así que tenía un horario de clases especial donde me permitían asistir en la mañana o en la tarde, e incluso a veces saltarme materias en las que entregaba asignaciones a distancia.

Muchos otros atletas, incluyendo a Dylan, iban a institutos que ofrecían programas personalizados o buscaban a tutores particulares para cumplir con sus estudios, sin embargo, mis padres siempre quisieron que lejos del mundo del deporte mi vida fuera lo más normal posible, así que me inscribieron en una escuela regular donde pudiera tener experiencias cotidianas y estar en contacto con gente de mi edad.

El inesperado problema de Mackenna Keals ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora