Capítulo cinco | Un paso del odio al amor

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Capítulo cinco | Un paso del odio al amor

Capítulo cinco | Un paso del odio al amor

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09 de diciembre de 2020.

Como gran parte de los problemas en el mundo moderno, nuestro segundo escándalo juntas comenzó por culpa de una fotografía.

Estábamos entrando a mediados de diciembre y el frío en la ciudad iba cada día peor. Entre los kilos de nieve que se amontonaban en medio de las calles y las fuertes ventiscas a cualquier hora, Mikaela y yo solo logramos acudir a dos días de nuestra última semana de clases.

Perderme sesiones de entrenamiento, sin embargo, nunca había sido una opción, por lo que empecé a usar capas de ropa más gruesa y chaquetas que me mantuviesen lo suficientemente abrigada como para trasladarme hasta el club, donde debido a la humedad del exterior, las bajas temperaturas solían intensificarse.

El lado positivo era que, tras varias semanas de inestabilidad, bajones y caos durante mis entrenamientos, parecía que en los últimos días por fin había recuperado la concentración necesaria para demostrar por qué era la campeona nacional sobre el hielo; algo que tal vez se debía a que en ese tiempo yo había estado entrenando sola, en sesiones privadas diseñadas exclusivamente para mí, sin interrupciones de público ni compañeras que pudieran distraerme con sus movimientos... Especialmente cierta rubia de la que todos seguían hablando.

Ya había pasado casi una semana desde aquella primera tarde en la que Ekaterina llegó para entrenar con nosotras, y desde entonces ninguna de las dos había vuelto a coincidir con la otra. No sabía si esa era una decisión que Rebecca había tomado adrede tras ver la desastrosa interacción inicial entre ambas, pero de cualquier forma se lo agradecía, pues era obvio que yo necesitaba tiempo a solas para volver a enfocarme.

—Te percibo demasiado rígida, necesito ver más extensión en esa pierna izquierda, Keals —indicó la autoritaria voz de Scott, mi coreógrafo.

Limpié el sudor de mi frente y me detuve un momento para recobrar el aire en mis pulmones, alzando la cabeza hacia el frente, donde tanto Scott como Rebecca permanecían estudiando cada uno de mis movimientos.

Aunque muchos no lo supieran, el entrenamiento fuera del hielo era una parte indispensable de mi preparación, pues como patinadora profesional, mis resultados dependían estrictamente de un gran grupo de personas cuyas instrucciones debía seguir.

Rebecca era mi entrenadora principal, por supuesto; la encargada de enseñarme a dominar los elementos competitivos más importantes y perfeccionar mi técnica. Pero el patinaje no se trataba solo de saltos y giros, sino también de la parte artística, el saber acoplarse con la música y contar una historia al deslizarse sobre el hielo. Para cumplir con esa tarea, tenía a mis tres coreógrafos: Adelina Winchester, Marceline Sanders y Scott Chastain. Este último era el principal y el más experimentado de los tres, aunque también el que peor me caía.

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El inesperado problema de Mackenna Keals ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora