capitulo 8

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Ilenko.

Desde el momento en que la vi, supe que era ella. La mujer de mis sueños. No era otra que la reina de Egipto. Neferes Osiris Hotep.

Me encontraba frente a su retrato, uno que mandé a pintar inmediatamente después de soñar con ella por primera vez. El marco de oro envolvía esa imagen de poder y arrogancia que solo ella podría irradiar.

Neferes. El sonido de su nombre en mis labios me producía una sensación que casi rozaba lo místico. Cabello negro como el alquitrán, ojos dorados que brillaban como el mismísimo sol, un cuerpo tan curvilíneo que parecía esculpido para tentar a los dioses. Pero era su belleza caótica lo que realmente me atrapaba, esa mezcla de perfección y peligro que nadie, excepto yo, podría manejar.

Recordé la manera descortés en la que me había ignorado aquella noche en la galería. Esa falta de interés, esa indiferencia tan calculada. Una hembra como esa... No, mis sueños no le hacían justicia. Ninguna fantasía podría capturar el impacto de su presencia en la realidad.

Su rechazo no era más que un desafío, uno que estaba más que dispuesto a aceptar. No había sido el primero en intentar conquistarla, y seguramente no sería el último. Pero yo no soy como los demás. Neferes aprenderá a someterse. Porque en mi mundo, no existen reinas invencibles.

Mientras observaba su retrato, una sonrisa torcida se dibujó en mi rostro. La reina de Egipto... será mía, ya sea por voluntad o por fuerza.

Boris, entró a la sala sin hacer mucho ruido. Siempre sabía cuándo hablar y cuándo permanecer en silencio. Un buen perro fiel.

-Boss, las flores ya fueron entregadas -dijo con respeto, manteniendo la mirada baja.

Asentí sin apartar los ojos del retrato Flores. Un gesto tan simple, casi insignificante para alguien como ella. Mientras Boris se retiraba, pensé en lo que haría la reina con ese "regalo". No necesitaba ser un genio para saber que ni siquiera levantaría una ceja de sorpresa. Probablemente tiraría la tarjeta sin leerla. Y las flores, bueno... esas acabarían en la basura o quizá las daría a sus sirvientes para que se encargaran.

Una sonrisa burlona se formó en mis labios. La imagen mirando esas flores con desdén me resultaba fascinante. Esa arrogancia, ese aire de grandeza que creía tener sobre todos los demás... Era una pieza esencial de su encanto.

-Déjalas en la basura- la oí decir en mi mente, con esa voz fría y firme que ya había aprendido a admirar. Pero yo sabía la verdad. Ella podía ignorarme hoy, reírse de mis gestos, despreciar las flores... pero eso solo la hacía más interesante. Cada rechazo, cada mirada desdeñosa, me acercaba más a mi objetivo.

Neferes puede creer que es intocable, pero al final todas caen. Y cuando lo haga, yo seré quien decida su destino.

Neferes.

La sala de reuniones estaba impregnada del aroma a café fresco y cigarrillos, un ambiente que normalmente consideraría opresivo, pero que en este momento solo servía para darme una ventaja psicológica. El presidente ruso se acomodó en su silla, con una sonrisa en su rostro que apenas ocultaba su intención manipuladora.

-Su majestad -comenzó, su tono lleno de una falsa amabilidad-, he estado considerando tu propuesta. Sin embargo, creo que podríamos llegar a un acuerdo que beneficie a ambos.

Lo miré directamente a los ojos, sin perder la compostura. Sabía que lo que me ofrecía no era más que un espejismo.

-Presidente -respondí, con mi voz serena y firme-, entiendo que Rusia tiene intereses, pero debo ser clara: Egipto no puede permitirse un acuerdo que no lo beneficie. No me voy a comprometer en algo que no asegure el bienestar de mi país.

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