Capítulo 7

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Decir que había sido fácil era una mentira. Los últimos días habían sido un verdadero tormento para Jimin, desde que comenzó a recibir esos inquietantes mensajes. No había momento del día en que pudiera sentirse tranquilo. Cada vez que salía de su departamento, sentía que había ojos siguiéndolo, como si el mundo entero se hubiera vuelto una amenaza. En la calle, las sombras parecían alargarse más de lo normal, y las miradas de los transeúntes le parecían inquisitivas, como si supieran algo que él no.

Su único refugio era su departamento. Allí, al menos, las paredes lo protegían, alejándolo de la sensación constante de que alguien lo estaba observando. Pero incluso en ese espacio seguro, la ansiedad lo consumía. La seguridad que alguna vez le proporcionaba su hogar ya no era suficiente. Sentía que en cualquier momento, alguien podría romper esa burbuja y entrar en su vida de forma aún más violenta.

Había intentado rastrear los mensajes, pero quienquiera que estuviera detrás de ellos era mucho más habilidoso que él. Esto no era obra del gobernador Kim. No, alguien más poderoso y con mejores recursos lo estaba persiguiendo, y la incertidumbre lo carcomía por dentro. Jimin no sabía cómo actuar, ni hacia dónde moverse, lo que lo hacía sentir completamente impotente.

El miedo lo paralizaba. No solo el miedo por lo que ya había sucedido, sino por lo que podría estar por venir. Su mente estaba en un constante estado de alerta, atrapada en una espiral de pensamientos que no podía detener.Se quedaba horas en su cama, dando vueltas, sintiendo el peso de su situación presionando sobre su pecho, una y otra vez. No podía dejar de pensar en todo lo que estaba fuera de su control. Este juego era demasiado grande para él, y no tenía a nadie en quien confiar.

Se revolvía bajo las sábanas, frustrado. Sabía que necesitaba ayuda, pero no tenía a quién recurrir. La anciana Kim, la bibliotecaria, era la única persona que le ofrecía consuelo, pero no podía involucrarla en esto. No podía ponerla en peligro. Esto era algo que debía resolver solo, o al menos eso pensaba.

Pero había una persona. Alguien a quien podía llamar. Aunque no estaba seguro de querer hacerlo. Sus pensamientos giraban en torno a esa opción mientras miraba fijamente el techo, el vacío de la habitación amplificaba su desesperación.

Finalmente, con un suspiro cargado de resignación, se levantó de la cama. Caminó hacia el mueble de entretenimiento donde había dejado la tarjeta. No tenía otra opción.

Tomó la tarjeta y marcó los números con manos temblorosas, escuchando cada pitido con creciente ansiedad. ¿Y si no contestaba? ¿Y si decidía no ayudarlo? Al tercer pitido, la voz grave y familiar de Jungkook respondió al otro lado de la línea.

— ¿Bueno? ¿Quién habla? — Jungkook sonaba agitado, como si lo hubieran interrumpido en medio de algo importante.

El alivio fue inmediato. Solo escuchar su voz hizo que Jimin sintiera que, por un momento, las cosas podrían mejorar. Pero entonces la duda volvió a asaltarlo. ¿Debería realmente involucrar a Jungkook en todo esto? Su mente se debatía entre el miedo y la necesidad de ayuda, pero ya era tarde para dar marcha atrás.

— ¿Jimin? — La voz de Jungkook lo sacó de sus pensamientos, clara y directa.

Jimin tragó saliva, sintiendo el nudo en su garganta. Era ahora o nunca.

— Sí, s-soy yo... — tartamudeó, su voz más débil de lo que había esperado.

— ¿Estás bien? No te escucho muy bien — Jungkook se movía del otro lado de la línea, su tono mostraba una mezcla de preocupación y urgencia.

Jimin cerró los ojos y se hundió en el sillón, su respiración errática mientras apretaba los puños en su cabello. El peso de la situación lo abrumaba.

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