capítulo 10

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Solo cuando el sol comenzaba a salir, el príncipe se detuvo finalmente. Exhausto, dejó caer su pesado cuerpo junto a su hermano mayor, que yacía inconsciente desde hacía varios minutos. No fue sino hasta un par de horas después que Aemond se levantó de la cama para cumplir con sus obligaciones. Sentado al borde, observó con orgullo cómo, aun acostado, del trasero del rey se escapaban chorros de su semen, habiéndolo llenado durante toda la noche. No pretendía que todo el castillo supiera lo ocurrido, Aemond decidió vestirse sin llamar a las sirvientas para que le trajeran agua tibia para un baño.

Sintiendo la ausencia del calor de su hermano, el adolorido rey entreabrió los ojos, parpadeando varias veces para acostumbrarse a la luz que entraba por las ventanas. Aegon vio a Aemond de espaldas, ajustando el carcaj para su espada.

-¿A dónde pretendes ir tan temprano, hermanito? -preguntó Aegon con una calma excesiva, como si despidiera a un marido. Su tono relajado era producto de las feromonas protectoras de su hermano, que aún lo envolvían.

Aemond se dió la vuelta un poco sorprendido por las repentinas palabras, sonrió de medio lado y se acercó a su hermano que estaba envuelto en sábanas. Plantó un beso en su frente aprovechando la cerenidad de este.

-¿Acaso no lo recuerdas? -respondió Aemond, con un toque de ironía en la voz-. En los últimos días, no has hecho más que encontrar excusas para enviarme lejos de la corte. Hoy parto con algunos de nuestros hombres.

-¿Irte? -repitió Aegon, dejando entrever una chispa de alarma que rápidamente trató de disimular, adoptando un tono más sereno-. Ah, claro... Tienes razón, es esencial asegurar el apoyo de otras casas. -Hizo una pausa, desviando la mirada y tomando una respiración profunda, como si sus palabras tuvieran que atravesar un nudo en la garganta-. Por suerte, Rhaenyra sigue en duelo por su hijo y no ha tomado medidas... -suspiró, pero la angustia en su voz traicionaba su aparente calma.

Aemond se levantó de la cama con la misma calma que su hermano había mostrado al despertar.

-Volveré lo antes posible para encargarme de tu situación -dijo con serenidad.

Aegon lo miró, indignado ante esas palabras.

-No vuelvas a hablarme así...

-¿Así? -replicó Aemond, incrédulo.

-Como si fuera una maldita virgen a la que acabas de desflorar...

-Pero lo eres -dijo Aemond, acercándose nuevamente-. Por si no lo recuerdas, hace apenas unas horas rogabas por mí. -Aegon sintió el calor subir a sus mejillas, el rubor traicionando su intento de mantener la compostura-. Por suerte para ti, hice un buen trabajo. Mi aroma está impregnado en tu cuerpo; cualquier alfa que se cruce contigo sabrá que eres mío y no se atreverá a acercarse. Volveré antes de tu próximo celo, y entonces volverás a ser solo mío, hermano.

Aegon se apartó, tratando de ignorar el ardor en su rostro y las palabras de su hermano.

-Deja de decir tonterías. Puedo cuidarme solo -respondió, intentando levantarse, pero apenas lo hizo, sus piernas flaquearon, casi derribándolo al suelo. Se recuperó rápidamente, sin querer darle a Aemond la satisfacción de su aparente vulnerabilidad-. Además, si llego a necesitar de un alfa en tu ausencia, me encargaré de encontrar uno.

La respuesta fue un desafío más que una promesa, aunque ambos sabían que las palabras de Aegon eran, en parte, un intento de conservar su orgullo y mostrar que no dependía completamente de su hermano menor.

-No vuelvas a decir ni a pensar en algo como eso otra vez -advirtió Aemond con firmeza, su tono amenazante haciendo estremecer al rey-. Volveré lo antes posible. Hasta entonces, ten cuidado. No me perdonaría que algo te pasara en mi ausencia. ¿Quién sabe? Tal vez ya lleves mi hijo en tu vientre -agregó en tono de broma, disfrutando de la expresión desconcertada que se dibujaba en el rostro de Aegon.

-¿Qué quieres decir con eso? -preguntó Aegon, alarmado, tratando de comprender las palabras de su hermano.

Pero Aemond lo ignoró y salió de la habitación. Sin resignarse, Aegon lo siguió con pasos rápidos, exigiendo una respuesta clara. Sin embargo, al cruzar el umbral de la puerta, se detuvo, dándose cuenta de su estado: envuelto solo en sábanas, desnudo, y con marcas en la piel que contaban todo lo que había pasado esa noche. Avergonzado y temeroso de ser visto en semejante estado, se apresuró a regresar a sus aposentos, sintiendo el calor subir a sus mejillas. Desde la distancia, Aemond le dirigió una última mirada cómplice antes de marcharse, una despedida silenciosa que dejó a Aegon inquieto. Que un hombre pudiera dar a luz era ridículo, seguramente su hermano solo quería molestarlo.


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Criston se encontraba en la penumbra de los aposentos de la reina madre, donde el aire estaba denso y embriagador por el aroma floral que impregnaba el ambiente. La luz de las velas iluminaba sus cuerpos, proyectando sombras inquietantes en las paredes, mientras su mano recorría con precisión la piel suave de Alicent, arrancando suspiros suaves y controlados. Ella lo observaba, sus ojos llenos de necesidad y control, recordándole su lugar, el de un leal confidente y ejecutor, uno que sabía cómo complacerla en cada aspecto.
Mientras sus manos trazaban caminos sobre la reina, Criston mantenía la expresión de devoción impasible que ella esperaba de él, pero su mente estaba lejos. El recuerdo de la noche anterior lo atormentaba. Podía aún sentir la fragancia embriagadora que había emanado de Aegon, una esencia profunda, almizclada, que no tenía nada que ver con lo que se esperaría de un alfa. Ese aroma lo había envuelto y llamado, confundiéndolo, llenándolo de deseos y pensamientos oscuros que no podía comprender del todo.

Aemond, por otro lado, había estado allí, su actitud posesiva y arrogante mostrando que se sentía dueño de ese lado oculto del rey. Criston recordaba cómo lo había mirado, desafiante, como si con un solo movimiento reclamara a Aegon como suyo, como si su lazo fuera inquebrantable y exclusivo. La escena de los dos hermanos enredados en ese deseo prohibido lo había dejado abrumado, perturbado.

Los dedos de Criston recorrieron el muslo de Alicent, mientras su mente, en una lucha interna, condenaba esa abominación. Dos alfas machos entregándose el uno al otro de una manera tan descarada era una perversión de la naturaleza, un acto que rompía todas las normas y los principios que había jurado proteger. Para él, la realeza siempre se había sentido por encima de todos, como si sus deseos estuvieran destinados a desafiar las reglas que gobernaban a los demás. Eran poderosos y presuntuosos, confiando en que su linaje y estatus los volvía inmunes a la moral y a la decencia.

Alicent arqueó el cuerpo bajo sus atenciones, y Criston mantuvo el ritmo, aparentando un compromiso total, aunque en el fondo, algo oscuro se gestaba dentro de él. A pesar del desagrado que le provocaban las acciones de Aemond, una chispa de ambición se encendió en su mente. ¿Por qué él, un simple caballero, no podía tomar ese lugar? ¿Por qué no podía ser él el alfa que reclamara a Aegon, que calmara esas necesidades que parecían devorarlo desde adentro?

La mano de Alicent se hundió en el cabello de Criston, atrayéndolo hacia su piel con una mezcla de ternura y poder. Él, sin embargo, sentía que un nuevo deseo se abría paso entre sus pensamientos. La ambición de ocupar un lugar más allá de la reina misma, de ser quien dominara al rey y obtuviera el poder que ese puesto le ofrecería. Satisfacer al rey no sería solo una traición al juramento de protegerlo; sería también una conquista que elevaría su estatus y lo pondría por encima de todos los demás.

Criston bajó su mirada al rostro de Alicent, manteniendo la apariencia de devoción mientras en su interior comenzaba a florecer una nueva obsesión. Uno que lo llenaba de fuerza y propósito.

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Un capítulo más y nada que aparece jacaerys pa' cobrar venganza.

No puedo juzgar a criston porque si tuviera la oportunidad de deducir a un rey también la aprovecho.

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⏰ Última actualización: Nov 02 ⏰

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Llama Prohibida - Aegond (aegon x aemond)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora