Capítulo 1.

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Tan pronto como llegó el final del día escolar en la primaria, todos siguieron las instrucciones de sus profesores para salir hacia el patio y esperar a sus padres ahí. La pequeña Sigewinne fue la última en poner sus pies en el exterior del edificio, quedándose en una solitaria esquina mientras observaba con timidez a unas de sus compañeras de clase, intentando encontrar el valor que le hacía falta para caminar hacia su círculo y preguntarles si podían jugar juntas, aunque fuera hasta que alguien viniera por ellas.

Su bonito cabello de un suave azul pastel que se desvanecía a púrpura estaba recogido en dos cortas coletas que su hermano mayor había hecho con mucho esfuerzo esa mañana, pero sabía que no se veía tan arreglado como el de las demás niñas. Del mismo modo era consciente de todas las cosas poco agradables que se decían acerca de ella, por ser huérfana o por la apariencia física de su hermano, cuyo pasado también la terminaba afectando de manera inevitable. Era como si no pudiera ser Sigewinne, sino sólo "la rara hermanita de un chico que debería estar en prisión".

Pasaron varios minutos antes de que se diera por vencida y sus compañeras de clase se fueran, sujetando la mano de alguno de sus padres y prácticamente saltando con alegría hacia la salida. Tendría que esperar hasta otro día para tratar de hacer al menos a una amiga.

A sólo un par de calles de distancia, un joven de veinticuatro años corría hacia la escuela tan rápidamente como sus piernas se lo permitían. Era bastante alto, medía 180 centímetros, su cabello era corto, negro y no tenía mucho orden, con unos cuantos mechones grisáceos que de algún modo parecían combinar con el tono gris de sus ojos. Llevaba piercings en ambas orejas y una gran parte de su cuerpo estaba cubierta de cicatrices, pero las únicas que se podían apreciar a simple vista eran una que estaba debajo de su ojo derecho y otras tres, más impactantes, en la parte superior de su cuello, aunque nadie sabía que éstas se extendían hasta la mitad de su pecho. Aun así había muchas más sobre su pálida piel.

—¡Winne! —Le gritó a su hermana cuando por fin entró a su campo de visión.

La pequeña peliazul reconoció la voz de su hermano, alzó la mirada y pocos segundos después una sonrisa tierna se formó en sus labios. Abandonó la esquina en la cual había estado esperando la llegada del mayor y empezó a correr hacia él. Se veía emocionada, incluso aliviada por no tener que pasar ni un momento más en ese lugar.

—¡Wriothesley! —Exclamó antes de llegar a sus fuertes brazos y ser estrechada cariñosamente entre éstos.

—Tengo el tiempo exacto para llevarte con Lumine y regresar a mi trabajo —le explicó a la niña a la vez que dejaba una caricia suave en su cabeza—, así que hay que apresurarnos.

—Está bien.

—Cuéntame. ¿Tuviste un buen día?

—Sí —mintió la menor—, ¡me divertí mucho!

El pelinegro quiso creer en las palabras de su hermana, pero no era necesario ser un genio para saber que no estaba siendo del todo honesta. Los comentarios poco amistosos que siempre salían de las bocas de los padres de familia, a pesar de que eran susurros, no eran nada discretos... y eventualmente habían llegado hasta sus oídos también. Lamentaba tanto causarle problemas y dificultades a la dulce Sigewinne.

Con una mirada que intentó transmitirle calma, Wriothesley sujetó la mano de la pequeña y juntos caminaron hacia el edificio de apartamentos en el que vivían. El camino a recorrer no era muy largo, mas no se detuvieron para nada, pues sabían que tenían que aprovechar cada segundo. Lumine, su vecina, ya estaba esperándolos en la entrada principal cuando llegaron a su destino.

Ella era una chica rubia de tez clara y ojos casi dorados, cuatro años menor que Wriothesley, bastante linda, simpática y, lo más importante de todo, de confianza. Se sabía que Sigewinne estaba a salvo cuando se quedaba bajo su cuidado.

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