capítulo 3

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Corre. Corre. Corre.

Era lo único que repetía en mi mente una y otra vez en un intento de no pensar en el leve latido en el lado derecho de mi abdomen.

¿Cómo fui tan estúpida?

Sentía como mis mejillas se calentaba se solo pensar en lo de anoche. En la vergüenza que me recorrió al entrar a mi habitación y darme cuenta que el idiota del parque no solo me hizo agitarme a mitad de la noche, lo hizo yo estando en solo un pullover y bragas.

¡Un pullover y bragas!

Y no solo eso. Ah no. Cuando me di la vuelta le di una vista panorámica del infinito y más allá.

¿Cómo no me acordé que andaba en ropa interior?

¿Y si hubiera sido un robador de órganos? ¡Tendría el acceso más que directo para sacarme los órganos!

Sentía como la vergüenza me recorría otra vez al imaginarlo.

Me quiero desaparecer.

Esta mañana después de salir lo más temprano posible para ni encontrarlo, llamé a Camille para que me cambiara de cabaña. Ella se negó rotundamente por más que le insistí. Aunque también hablé con los encargados del lugar y su única respuesta era que no habían cabañas disponibles, que cualquier novedad se comunicarían conmigo.

El latido en mi abdomen crecer rogando por un descanso. Mi pecho subía y bajaba con fuerza al punto de querer explotar. Mechones de mi pelo se pegaban a mi rostro por las gotas de sudor que me recorrían. El dolor en el abdomen aumenta por cada paso. Mis piernas dolían, pero no tanto como para detenerme.

¡No tanto como mi dignidad!

Corre, muérete de dolor, eso no es nada con la vergüenza de ayer.

Tú no sientes el dolor.

Claro que no. Peor, yo perdí la dignidad.

Perfecto, hablando conmigo misma en busca de consuelo y lo que encuentro es reproche.

Ya ni confiar en uno mismo se puede.

Solo te informo que no me gusta hablar con locas.

Bien, ya perdí la cabeza. Tengo una conciencia que no habla con locas, pero yo muy cuerda no estoy.

Me detengo en busca de aire al sentir como mis pulmones amenazan por fallar. Mis pies se sienten cada vez más pesados. Mis fuerzas más mínimas. El choque de las olas y personas riendo suena a mi alrededor como una melodía. La brisa marina choca contra mi cuerpo moviendo parte de mi pelo consigo.

Suelto un jadeo cuando el latido en el abdomen aumenta. Respiro con fuerza antes de empezar a caminar. Algunas familia estaban jugando en la arena y en el agua. Otras jugaban voleibol o tenis mientras los demás hacían castillos o se enterraban haciendo figuritas extrañas.

Lo último me daba más que miedo ya que pensaba que un cangrejo me iba a pellizcar.

Me sentía sin fuerzas, tenía ganas de darme una ducha, pero no quería llegar a la cabaña y ver a Rubiales.

Pero no sabía donde quedaba la de Daniel.

El destino no te quiere.

¿Por qué soy tan mala recordando caminos?

Suelto un suspiro mirando al cielo antes de caminar directo a la cabaña. Donde por alguna casualidad, no me perdí.

No tenía ánimos de ir, mucho menos de ver a Rubiales.

Tenía que entrar por cualquier lado menos por la puerta principal. Eso era más que seguro.

Una sonrisa se forma en mi rostro al encontrar la ventana de mi habitación entreabierta, bueno, creo que mi habitación, si mal no recuerdo era la que tenía vista al mar.

Un Mes a tu LadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora