MEMORIAS DISTANTES

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Quédate aquí. Y encariñémonos una vez más.


Una niña con el cabello rosado y corto se retorcía en sueños, atrapada en una pesadilla que parecía no tener fin. El colchón bajo ella era delgado y duro, pero no era eso lo que la inquietaba; su pequeño cuerpo se encogía, como si tratara de protegerse de algo que no podía ver.

Era su sueño, ella estaba en los brazos de un hombre alto, cuya apariencia se le hacía familiar y ajena al mismo tiempo. Él tenía el cabello rubio, su mirada era cálida pero teñida de una melancolía inexplicable. La niña sintió que sus manos intentaban aferrarse a su camisa, pero algo la obligó a soltarse. Cayó suavemente al suelo, sus pies descalzos tocaron una superficie fría.

Alzó la vista, buscando a las personas que la rodeaban. Ellos permanecían a la distancia, como figuras envueltas en niebla, sus rostros borrosos e irreconocibles. La niña entrecerró los ojos y trató de identificarlos. ¿Quiénes eran? ¿Por qué parecían tan familiares y, al mismo tiempo, tan inalcanzables?

—¿Hola? —susurró, con voz temblorosa.

Las figuras no respondieron. Solo la miraban en silencio, como si aguardaran algo. El hombre rubio retrocedía poco a poco, su figura desvaneciéndose en la niebla ¿Por qué siempre se iban todos? Extendió la mano hacia él, desesperada.

—¡Espera! ¡No te vayas! —gritó, pero su voz se quebró en el vacío.

De repente, todo a su alrededor se fragmentó. La niebla se disipó en un parpadeo, y Anya abrió los ojos.

Se encontraba en una habitación iluminada por la tenue luz del sol que entraba por su ventana opaca, ella estaba acostada en una camilla áspera con sábanas demasiado finas, que no daban calor. El aire olía a desinfectante y metal. Parpadeó varias veces, tratando de sacudirse los restos de la pesadilla que aún pesaban sobre su mente.

Lentamente, se incorporó y recorrió con la mirada la pequeña habitación. Sus manos estaban frías y sudorosas; su corazón latía con fuerza.

—Es verdad desde siempre estuve aquí... ¿Cuándo van a parar estas pesadillas?—Se dijo a si misma intentando dormir una vez más, hasta que los mismos hombres de siempre la necesitaran una vez más para sus crueles experimentos. Ella tenia miedo pero no podia hacer nada mas que solo esperar a que esos momentos, y el dolor en su cabeza solo acabaran. 

De pronto, la puerta se abrió de golpe con un estruendo que la hizo sobresaltarse. La débil luz del pasillo invadió la habitación, y la figura de un hombre entraba a la habitación, sus ojos, al principio llenos de ansiedad, se iluminaron al ver a la pequeña sentada en la cama.

—¡Yor! —exclamó el hombre con un tono urgente, girándose hacia el pasillo—. ¡La encontré! Aquí está... ¡Aquí está Anya!

—¿Anya? // ¿Quien es ella?. Yo soy 007 \\—Algo en él le resultaba inquietantemente familiar, era como si viviera su sueño. Sin embargo, sus palabras la desconcertaron más que nada. ¿Por qué estaba tan desesperado por encontrarla? ¿Quién era ese hombre?

Antes de que pudiera formular alguna pregunta, escuchó pasos rápidos acercándose por el pasillo. Una figura femenina irrumpió en la habitación.

—Anya... —susurró Yor con voz temblorosa, cruzando la habitación, se arrodilló junto a la cama y envolvió a la niña en un abrazo firme, como si temiera que se desvaneciera de nuevo entre sus brazos—Jamás te volveré a perder.

El calor de aquel abrazo derritió una parte del frío que Anya había sentido hasta entonces. Algo se quebró en su interior, y sin darse cuenta, sus pequeñas manos se aferraron a la ropa de Yor, temblando.

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⏰ Última actualización: 7 days ago ⏰

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