|¦ PRÓLOGO ¦|

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|¦ PRÓLOGO ¦|
|¦ Antes del comienzo ¦|

Después de la caída de Revil, la ruleta del destino volvió a manos de los héroes, quienes, con la ayuda de Eon, pusieron fin al reinado de terror. Sin embargo, esa victoria llegó a un precio alto. De los cincuenta héroes que se embarcaron en la travesía inicial, solo unos cuantos lograron llegar hasta el final. Muchos quedaron atrás en el camino, algunos consumidos por los largos dos años y medio de lucha, otros sacrificados en la mazmorra final: el palacio del mismísimo Revil. Y unos tantos más fueron fulminados durante la última batalla, cuando el tirano, desesperado, desató los rayos de la muerte que casi lo coronan vencedor, de no haber sido por Eon.

El final fue un trago agridulce. La paz volvió, sí, pero las cicatrices quedaron. Los espíritus de los héroes caídos celebraron junto a los supervivientes, compartiendo risas y despedidas en la montaña donde Eon y sus inseparables nutrias se despidieron por última vez. Allí acabó la historia para la mayoría, volviendo al mundo de cuales fueron convocados… pero en el palacio derrumbado, las cosas no terminaron del todo.

[— ✫★✫—]

Entre las ruinas, Revil agonizaba, desplomado en el suelo. Jadeaba, ahogándose con su propia sangre, incapaz de levantar el vuelo que antes dominaba con gracia. Su cráneo, con esa sonrisa de payaso eterno, ahora estaba cubierto de polvo y totalmente agrietado.

—¡Maldita sea! —bufó, escupiendo sangre entre dientes—. Hice todo… todo lo que pude con ese estúpido poder de la ruleta. ¡Todo! Y aun así perdí. ¡Maldita suerte de mierda! 

Se retorcía, impotente, maldiciendo el destino que había torcido cada uno de sus planes. Pero entonces, entre la neblina de su visión nublada, algo o alguien apareció. Era una figura alta que parecía haberse materializado de la nada. 

Revil entrecerró los ojos, tratando de enfocar.

—¿Qué...? ¿Quién eres? —preguntó entre tosidos, arrastrando las palabras como quien sabe que le queda poco aliento. 

La figura era imponente. No tanto como él en sus días de gloria, pero sí lo suficiente como para eclipsar a cualquier héroe mortal por tres cabezas. Estaba envuelta en una túnica azul oscura, adornada con bordados dorados y púrpuras que destellaban con un brillo extraño bajo la penumbra. Un collar con un reloj de arena colgaba sobre su pecho, balanceándose levemente con cada movimiento.

Su rostro permanecía oculto bajo una enorme capucha, dejando ver solo dos ojos brillando desde la negrura. No respondió de inmediato. En lugar de hablar, frente a Revil apareció un cartel flotante que se deslizó en el aire con suavidad, como si fuera una hoja arrastrada por el viento. 

«Nunca tuve nombre, pero quienes me conocieron me llamaron Pe 23, aun que para ti, soy Guardián 23.» 

Un segundo cartel apareció al lado del primero, como si el extraño tuviera ganas de rematar: 

«Vaya, sí que te dieron una paliza

Revil bufó con desprecio, pero terminó tosiendo de nuevo, sintiendo el sabor metálico de la sangre en la boca. 

—Tch… ¡Malditos carteles! —gruñó, apretando los dientes—. Tú también eres como esas malditas nutrias y ese imbécil de Eon… 

El Guardián 23 no respondió con palabras. Solo inclinó ligeramente la cabeza, lo justo para que el brillo de sus ojos pareciera burla. Otro cartel se desplegó. 

«¿Te molesta la forma en que hablo? Pues te aguantas.»

Revil gruñó con furia contenida, pero no tenía fuerza ni para levantar la cabeza del suelo. 

"Esto no es un equipo, es un orfanato"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora