El Güero que Venía del Frío

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Por los días el sol es un culero, y por las noches la luna no hace ningún paro. Mientras miro al cielo pintarse de naranja por la contaminación de mi México chingón, pienso que, en ocasiones, me gustaría trabajar todo encuerado y majestuoso, resaltando mi masculino cuerpo con cada músculo ganado a base de trabajo duro—y mala vida— pero sé que mi tío no toleraría mi acto seminudista, mucho menos en su territorio: su taller.

El taller de mi tío era un caos organizado: llantas viejas apiladas en una esquina, motores abiertos como cuerpos esperando cirugía por nuestras manos expertas, herramientas dispersas sobre una mesa de trabajo que, sin importar cuánto me esfuerce porque esté bien acomodadita y chingona, al final del día terminaba hecha mierda y desmadrada. El olor a aceite y metal quemado lo llenaba todo, un perfume al que orgullosamente me he habituado, como si lo hubiera llevado en la piel desde que tenía memoria. Era aquí donde había aprendido a reparar mi primera bicicleta y donde ahora desarmaba motores como si fueran rompecabezas para niños. Nótese mi humildad.

Jo, como siempre, estaba en la parte de atrás, inclinado sobre una caja de cambios con la mandíbula apretada. Era un hombre grande, alfa viejo, con el rostro curtido por el sol y las manos ásperas de tanto trabajar. No era de los que daban muchos consejos ni felicitaciones; lo suyo eran órdenes y críticas rápidas. Yo lo respeto mucho, y por lo mismo jamás osaría articular improperio alguno en su santa presencia, aunque a veces me cuesta no tomarme sus palabras demasiado en serio. Yo quiero ser como él, no en lo jodido pero sí en ser un chingón con las manos.

Nada más llegar, aventé mi chingadera de bicicleta a sepa Dios dónde, dejé mis mochilas en la entrada y me quité la playera del uniforme nomás pa' no llenarla de aceite y manchas negras, es un pedo lavar esas madres. Saludé con un «¡Buenas tardees!» que no tardó en recibir respuesta, mientras yo buscaba en un armario alguna de las camisas con las que suelo trabajar.

—¿Ya acabaste con la Honda?—Me respondió, con su profundo e infinito amor.

—Yo también lo extrañé, tío—Como siento buenas vibras y que definitivamente no está al borde de lanzarme una llave inglesa a la cabeza, contesto su pregunta.
—Casi, tío. Me falta ajustar el carburador.

—'Casi' no sirve pa' nada. A ver si aprendes eso de una vez -gruñó él, dando un golpe seco con una llave para soltar una pieza.

Entorné los ojos y mejor me centré en mi chamba, ya estoy acostumbrado a ese tipo de comentarios. Yo sé que mi viejo me quiere; simplemente tiene una forma de ser que no deja espacio para los errores. Así había sido toda la vida: o le chingas o te chingas. Sin términos medios ni andar de tibios.

—Me crucé con un compañero nuevo del Cona—dije, más para romper el silencio que por otra cosa.

—¿Y?—Aunque mi santo tío no parecía interesado.

—Traía una moto vieja... Se le quedó botada en la tierra. La arreglé rápido, pero quién sabe cuánto le dure.

Por un momento, Jo no dijo nada, solo siguió ajustando la caja de cambios con precisión mecánica. Luego levantó la cabeza y me lanzó una mirada rápida, como si tuviera un moco en la cara o algo.

—Si vas a ayudar, hazlo bien. No hagas trabajos a medias.

Ah, mi tío es un hombre sensible y de sentimientos profundos.
Es de lo más cercano que he tenido de un "bien hecho", pero lo conozco mejor que a mí mismo, y por eso sé que mi tío confía profundamente en mí. Si no lo hiciera, no me habría dejado tocar ni una sola tuerca de su taller, es un lugar demasiado importante para él. Creo que tiene que ver con su predestinado o algo así, la neta estábamos muy pedos para recordar.

El sonido del teléfono viejo del taller rompió el silencio. Jo lo contestó con un gruñido y, mientras hablaba con un cliente, yo me incliné sobre la Honda, ajustando las últimas piezas con la paciencia que había aprendido con los años. No puedo esperar para terminar esto y ganarme mi dinero, quiero ahorrarlo y comprarme algo chulo, algo que de verdad necesite ¡Estoy tan emocionado!

Ya habían pasado tres días desde que me había gastado mi feria en unos tacos de muerte lenta con mis amigos, y en este momento de soledad me acompaña el arrepentimiento

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Ya habían pasado tres días desde que me había gastado mi feria en unos tacos de muerte lenta con mis amigos, y en este momento de soledad me acompaña el arrepentimiento. Sabes, a veces me gustaría administrar mejor mi dinero, pensar antes de actuar y eso. Ahora el último recuerdo que tengo de mis ajolotitos es el Boing de mango que traigo en la mano, ya todo exprimido y vacío.

Por puro ocio saco mi celular y con horror me entero que estoy en una zona sin red. Me dueles, Conalep. Apago mi cel porque no ando para estar desperdiciando pila a lo baboso cuando mis ojazos captan a un güero ojos color charco en día soleado, sentándose a la sombra de un edificio. Bueno, yo estoy aburrido, y él... aburrido también, supongo.

Como no estoy para hacerla de emoción, recojo mis chivas y me levanto rápidamente para alcanzarlo, dejando SIN QUERER la basura de mi jugo ahí tirada. No se da cuenta de mi presencia hasta que me siento junto a él, y aún así solo levanta la cabeza y para mirarme de reojo.

—Ah, entonces también te brincas las clases.

Intento hacerle plática, y por respuesta recibo silencio. Nomás se hace la difícil, cosa de rubias. Sonrío y me acomodo mejor, dejando mis dos mochilas a mi lado pa' que estén a la mano.

—Sé que me entiendes ¿Cómo te llamas, güero?

Pregunto nuevamente, aunque él parece más interesado en una paloma mascando pan que en mí. La audacia.

—Mi nombre es Iván Zamorano.

Yo bromeo, pero él, de nuevo, no contesta.

—Supondré que tu nombre es James.

No contesta.

—...

—...

—¿Eres de los tímidos?

Sé que está al borde de meterme un chingadazo, porque en ese momento levanta la cabeza y... ayjijo.

Normalmente su cabello no me deja verlo bien, pero en el instante mismo que el sol alumbró sus ojos puedo jurar haber visto el cielo y el mar reflejados en una armonía suave y poderosa. Algo magnífico e hipnótico que parece imposible en un solo ser humano. Después de unos segundos, siento que mis manos empezaron a sudar ¡Y cómo culparlas! Hace calor.

—Que bonitos ojos tiene, compadre.

"Conalepo" || ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora