Ava

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Ava asomó la cabeza por la ventanilla mientras que el aire le acariciaba la cara con suavidad. Le resultaba agradable el traqueteo del tren en movimiento, y el cosquilleo de emoción que se había asentado en su estómago hacía ya varias horas no empeoraba su estado de ánimo en absoluto.
Y es que se dirigía al aeropuerto de Madrid, para coger aquel vuelo que la llevaría a su destino soñado: Nueva York. La ciudad que tocaba el cielo, pensó Ava. Miró hacia arriba. Un manto azul en el que se hacinaban algunos trozos de algodón lo cubría todo con su usual luminosidad. Todo era perfecto aquel día.
Los chirridos de los frenos se escuchaban por toda la estación cuando el tren se paró frente a la multitud que esperaba impacientemente a montarse en él.
Ava atravesó el mar de personas con dificultad. Maleta en mano, se dirigió a la puerta del aeropuerto, el cual se encontraba a escasos metros de la estación.
Tras pasar el control de seguridad, cogió un asiento en la sala de espera y aguardó hasta que llamaran el nombre de su vuelo.
Estaba a punto de levantarse cuando notó que algo iba mal. Las piernas le flaquearon, y antes de que se diera cuenta se encontraba en el suelo. Cuando trató de levantarse, las cosas solo empeoraron: se le puso la vista negra y se mareó. Cerró los ojos y se llevó la mano a la cabeza. Le ardía. Oyó un grito, una persona corriendo y ya está. Eso fue lo último que escuchó. No volvió a despertar.

SE ACABA EL TIEMPO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora