Martha

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Un nuevo trabajo y un nuevo peluche. La semana no empezaba mal en absoluto, pensó el chaval. No le gustaban las multitudes, pero la del día anterior había merecido la pena. Al menos ya tenía un regalo para Martha, aunque no fuera exactamente comprado.

Su cumpleaños era el 15 de noviembre, y aunque hubiera preferido conseguir un obsequio de mejor calidad, seguro que con eso le bastaba a la niña.
Además, seguro que sus padres le regalaban algo remarcable, caro y único; mientras que él, su tío, sólo le podría dar un peluche que ni siquiera había pagado porque en su nuevo trabajo (con un sueldo demasiado pobre) aún no habían querido pagarle por su primer mes. En el otro oficio que encontró, le ofrecieron cobrar en negro, por lo que terminó demandando al pagador y renunciando a su puesto.
Estuvo en paro hasta que finalmente encontró el trabajo que poseía en el momento del cumpleaños de su sobrina.

Aunque sus padres eran ricos, famosos y exitosos en sus carreras, no era difícil percibir que la chavala sentía un afecto especial por su tío. Sus progenitores eran distantes, estirados y de vez en cuando se olvidaban de ella, se olvidaban de que Martha también vivía en esa mansión, que aunque estuviera llena de criados, el mayordomo, y los propietarios, su madre y su padre, ella veía vacía.

Cuando caminaba por los pasillos con suelo de mármol y lámparas inmensas, por muchas mujeres que pasaran por su lado, ella se sentía sola. Cuando le dolía la cabeza y todo lo que recibía era a una criada para darle la medicina, echaba de menos a sus padres. Cuando le había ido mal el día y necesitaba un poco de consuelo, todo el que encontraba era el de sus peluches. Y solo cuando él venía a verla, solo cuando su tío la visitaba, una sonrisa se dibujaba en su cara, y hasta que no terminaba el fin de semana, la niña no se separaba de él.

Durante el resto del mes, sólo tenía de compañía a sus juguetes y peluches, de los cuales, tenía una cantidad infinita. Joyas sin precio con las que todos los niños de su edad soñaban, con diamantes incrustados en los ojos y marca cara, y es por esta razón que el que le regalaría su tío sería muy especial para ella, porque sería diferente al resto y provendría de una persona que no solo le daba obsequios por educación, sino porque le quería y anhelaba que la niña pudiera apreciar el sentimiento en aquel pequeño detalle, y porque Martha sabía muy bien que no hace falta ser el más rico o famoso para ser, simplemente, el mejor.
Porque eso es lo que su tío era: una persona sencilla, sin demasiados recursos económicos y con suficiente orgullo como para no aceptar dinero prestado (prefería vivir de una manera simple y sin cosas innecesarias), y aunque para algunas personas era sólo alguien pobre, para Martha era el mejor.

Todos los años esperaba con ilusión su cumpleaños para recibir un regalo de él, diferente al resto, especial, distinto a lo que ella estaba acostumbrada.
Y eran los pequeños detalles los que la niña apreciaba muchísimo más que las personas normales, las que los recibían todos los días (la atención de su familia, alguien con quien jugar fuera en las tardes de lluvia y, sobre todo, amigos y amigas que no fueran interesados, porque incluso a su temprana edad los niños de su escuela ya eran manipulados por sus padres para juntarse con los alumnos de mejor clase).

Porque Martha lo tenía todo, pero no tenía a nadie. Y ella habría dado todo su dinero, ropa de marca y perfumes de lujo para conseguir, al menos, la atención de sus padres.

Eran innumerables las veces que sus compañeros de clase le habían elegido para los proyectos en grupo sin siquiera preguntarle si quería trabajar con ellos y peleado para que estuviera con ellos (solo para pasar por su mansión de lujo), tratándola como si fuera un simple objeto, tratándola como si fuera, simplemente, dinero, o una posibilidad de conseguirlo.
Y eran aún más las veces que la niña había vuelto llorando a casa, obteniendo como único consuelo un pedazo de tarta de chocolate y un obsequio caro, lo que le hacía aún más triste.
¿Es que sus padres simplemente no entendían que el dinero no lo consigue todo?

Ellos se conocieron en el año 1982, en la boda del primo de Beatrix, su madre. Marcus, su padre, era un amigo cercano de él, y fue invitado a la celebración. Marcus y ella se casaron cuando tenían unos treinta años. Marcus, un famoso y adinerado empresario, se enamoró de Beatrix en el momento en que la vio, y ella, una simple chica de veintitantos años solo lo vio como una posibilidad de conseguir dinero.
Estuvieron saliendo un tiempo, y ella, poco a poco, se fue enamorando de él.
A los dos años decidieron casarse, y Beatrix con 29 y Marcus con 32, celebraron su boda el 25 de mayo de 1985. Esta terminó en una borrachera y la consecuencia acabó con las locuras del joven matrimonio: Martha.
Desde entonces, la pareja dejó de mostrarse afecto creyendo que así le darían un buen ejemplo a su hija para que se comportara como una señorita.
Ambos se acabaron acostumbrando a estas condiciones, pero Martha, una niña risueña, amable y sociable no fue capaz.

La conducta en su hogar cambiaron su forma de ser y la convirtieron en una chiquilla introvertida, callada y triste.
Todos los días en la escuela solía encontrarse con papelitos en su pupitre diciéndole que la querían, y se solían oír elogios fortuitos en medio de las lecciones. Lo peor de esto era que los profesores solían regañarla a ella en lugar de a sus compañeros causantes del estrago.

Todo esto se lo guardaba para ella, y la única persona que lo sabía ajena a Martha era él, su tío, el único que la quería como a un ser humano y no como a un objeto.

De hecho ahora mismo, Martha se encontraba en su habitación, una sala enorme llena de estanterías con todo tipo de lujos, esperando con emoción el día de la llegada de su tío. Este mes había sido aplazada por el cumpleaños de la chavala, y en vez de estar un simple fin de semana estaría cuatro días. ¡Cuatro días! Sabía que no era mucho, porque era pequeña pero no tonta, pero pensaba en aprovechar aquella pequeña brecha en su soledad al máximo.
El hombre la llevaría, como siempre, a su casa, le daría comida normal y dormiría en una cama normal, en una habitación pequeña, con un tocador blanco como único lujo que el chaval había comprado con sus ahorros. A Martha no le hacía falta, puesto que era muy joven y cuando creciera se le iba a quedar pequeño, pero apreciaba mucho el detalle.
La chica soñaba con que, algún día, pudiera llevarse a su tío de viaje  e ir juntos a visitar monumentos, a hablar… Soñaba con mudarse a un lugar en el que nadie supiera que tenía dinero, en el que sus amigos se juntaran con ella por quién era, y no por lo que tenía.
Y algún día cumpliría aquel sueño; eso lo sabía. Solo tenía que descubrir cuándo.

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