Capítulo 50

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El sonido de los pasos resonaba suavemente en los pasillos del sótano, amortiguados por las gruesas paredes de piedra que conformaban el antiguo edificio. La tenue luz de las antorchas oscilaba, creando sombras que danzaban de manera inquietante en los muros. Fuera de las mazmorras, todo parecía tranquilo, como si el mundo allá arriba seguía en su curso normal, sin sospechar la tensión que se respiraba aquí abajo.

Cerca de la celda, un guardia estaba de pie, apoyado casualmente contra la pared. Era un hombre robusto, con el rostro curtido por años de servicio, pero en ese momento, parecía más relajado de lo que debería estar en una situación tan delicada. Vigilaba a un joven capturado, el lobo que habían encontrado intentando robar la mercancía destinada a Italia. El muchacho estaba encerrado en la celda, y su desesperación era palpable; lo único que lo mantenía en pie era una delgada esperanza de que lo vayan a liberar, aunque era todo lo contrario.

Los ojos del guardia se desviaron cuando escuchó acercarse unos pasos más ligeros y, en cuestión de segundos, una figura delgada apareció en el umbral del pasillo. El guardia lo reconoció al instante, y en lugar de mantener su postura firme, le dedicó una inclinación de cabeza.

—¿Qué lo trae por aquí?

El chico lo miró y sin más respondió

—Tengo que hablar con el chico de la celda, necesito que te retires, esta conversación debe de ser a solas.

El guardia no dudó. Con una simple mirada, se apartó y le hizo un gesto con la mano, como si estuviera acostumbrado a permitirle el paso sin necesidad.

—No tardes demasiado —mencionó el guardia para luego retirarse por los pasillos.

El chico con una sonrisa tenue caminó hacia la celda, sus pasos resonando cada vez más lejos hasta que solo quedaron el silencio y el.

—¿Me dejarás libre? —preguntó aquel chico aprisionado con voz temblorosa, sus manos sujetándose a los barrotes como si su vida dependiera de ello. La súplica en su tono era evidente y llena de desesperación.

El chico fuera de la celda lo miró fijamente, en silencio por un momento. El ambiente en el sótano era sofocante, cargado de una tensión que parecía aumentar con cada segundo que pasaba. Finalmente, el recién llegado habló, pero no era con las palabras que el prisionero esperaba.

—No, no serás libre —dijo con frialdad, su mirada penetrante clavándose en los ojos del capturado. —Vas a morir.

El prisionero retrocedió, su espalda chocando contra la pared de la celda. El miedo se apoderó de él de inmediato.

—¿Qué? —jadeó, su voz apenas un susurro. Los ojos se le llenaron de lágrimas y el terror se dibujaba claramente en sus facciones—. No... no, no puedes hacer esto. Yo... yo tengo una familia. Mi madre está enferma... ¡Necesito el dinero para pagar su tratamiento! Tú me prometiste que todo esto valdría la pena. ¡Dijiste que lo único que tenía que hacer era robar esa mercancía y me darías el dinero.

El joven fuera de la celda esbozó una sonrisa fría, un destello de desprecio en sus ojos.

—¿De verdad creíste eso? —preguntó con su tono burlón—. ¿De verdad pensaste que te dejaría vivir después?

El prisionero sacudió la cabeza, la desesperación era evidente en su mirada. Intentó aferrarse a cualquier cosa, pero los nervios le ganaban.

—¡Por favor, no me hagas esto! —suplicó—. Yo... ¡haré cualquier cosa! ¡No tienes que matarme! Te lo ruego, mi madre... ella no tiene a nadie más. Si muero, ella también morirá. Yo solo... solo quería ayudarla, pensé que tendría suficiente dinero para hacerlo. ¡Confié en ti!

Mi mundo antes de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora