Capítulo 52

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Me quedé allí, en silencio, mirando la puerta que Nicolás acababa de cerrar tras de sí. Mi cuerpo aún temblaba, no solo por la intensidad del momento, sino también por la abrupta interrupción. Mi piel ardía, y en mi mente, las palabras de la diosa Luna continuaban resonando: "Deja que las cosas fluyan".

Suspiré y me dejé caer sobre la cama, abrazando una almohada, intentando calmar los latidos desbocados de mi corazón. Nicolás... había algo en él que me atraía de una manera tan poderosa, pero también me aterraba. No era solo el deseo que él despertaba en mí, era la conexión intensa que sentía cuando él estaba cerca. Una conexión que parecía superar cualquier razonamiento lógico, y eso me asustaba.

Volví a cerrar los ojos, grabando el calor de sus manos sobre mi piel, la intensidad de su mirada, la forma en que parecía tomar control. Pero también recordé cómo él se había detenido, cómo había respondido a la llamada. Algo importante había sucedido, algo que no podía ignorar, y eso solo alimentaba mi curiosidad.

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El suave roce de unos labios cálidos sobre mi frente me despertó lentamente. Abrí los ojos despacio, sintiendo los rayos del sol colándose por las cortinas. Nicolás estaba inclinado sobre mí, con una expresión tan serena, tan llena de calma. Sin quererlo, sonreí.

—Buenos días, —murmuró él, con la voz ronca.

Un nudo en mi pecho se deshizo al escucharlo. No era solo un saludo matutino; Era un recordatorio de que él estaba aquí. Conmigo. Me quedé en silencio, disfrutando del calor que sus labios habían dejado en mi piel, el susurro de su respiración tan cerca.

—Debería irme ya, pero... —dijo, y noté la duda en su voz, como si hubiera algo más que quisiera decir, algo atrapado en su mirada. Lo miré a los ojos, y por un instante todo se detuvo. En esos silencios con él, sentí una conexión tan intensa que me dejaba sin aliento, como si las palabras fueran innecesarias.

Sin pensarlo, susurré: —Quédate un poco más...

Él asiente suavemente, y me dio otro beso en la frente, esta vez más lento, como si quisiera grabar ese momento en mí. Me quedé ahí, bajo su mirada, sintiendo la yema de sus dedos acariciar mi cabello, con una ternura que me desarmaba. Cerré los ojos, dejándome llevar por esa paz que no solía sentir. La voz de la diosa Luna seguía resonando en mi mente: "Deja que las cosas fluyan". Y por primera vez, me permití creer que tal vez podría hacerlo.

Sentí cómo las preocupaciones de la noche anterior comenzaban a desvanecerse. Algo en la calidez de esa mañana, de la manera en que Nicolás me miraba, me hacía pensar que, quizás, las barreras que creía entre nosotros no eran tan infranqueables. Podríamos encontrar un lugar donde todo tuviera sentido.

—Siempre estoy aquí, Jasmin. No lo olvides.

Y en ese momento, mientras la luz del amanecer llenaba la habitación, algo en mí cambió. Supe que esas palabras eran más que una promesa; eran el inicio de algo nuevo, algo que no podía dejar escapar.

Cuando bajé a la cocina, el olor a café recién hecho y tostadas llenaba el aire. Nicolás ya estaba allí, junto a la mesa, sirviendo el desayuno con una tranquilidad que me hacía olvidar lo revuelto que estaba mi interior. Me saludó con una sonrisa cómplice, y sin decir una palabra, me senté junto a él. Mis amigos ya estaban sentados, conversando animadamente sobre el día que nos esperaba, pero yo apenas podía concentrarme. Todavía sentía el calor de sus besos en mi piel, la sensación de su cercanía que aún persistía como un eco en mi cuerpo.

Todo parecía transcurrir con normalidad hasta que, en medio de la charla, sentí un leve roce en mi mano. Al principio pensé que era accidental, pero cuando sus dedos se entrelazaron los míos bajo la mesa, mi corazón dio un vuelco. Levanté la vista lentamente, intentando no parecer demasiado obvia, pero estaba segura de que mis mejillas ya estaban ardiendo.

Mi mundo antes de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora