Rebecca
—Alexander, ¿a dónde me llevas? —pregunté, aún confusa.
Él no respondió, solo me dedicó una sonrisa ladeada, mientras su vista seguía fija en la carretera. Me estaba desesperando, no sabía que idea tan macabra se estaba formando en su cabeza, pero de algo bueno no se trataba. Ninguna de las ideas de Alexander eran buenas, siempre había algún propósito detrás.
—¡Alexander! —exclamé, con desesperación.
Su expresión era relajada, como si supiera exactamente lo que estaba haciendo.
—¿Por qué siempre tienes que ser tan impaciente? —preguntó, con total tranquilidad.
—¡No lo sé!. Tal vez porque no confío en que un maniático como tú esté apto para conducir o quizás porque no sé a dónde carajos me llevas —respondí, con una pizca de sarcasmo en mi tono de voz.
Alexander soltó una risa burlona. Como si le encantara verme así de asustada y desesperada.
—Cálmate, no te voy a matar, aún —confesó con una sonrisa maliciosa en sus labios.
El miedo comenzaba a invadirme. ¿Y si en realidad iba a matarme?.
—Alexander...
—Shh. Silencio —me interrumpió.
Me acomodé lo más que pude en el asiento y recosté mi cabeza contra la ventana. Pequeñas gotas de agua comenzaban a caer del cielo, se acercaba una gran tormenta. La neblina obstruía el camino, pero Alexander parecía conocerlo a la perfección. Dirigí mi vista hacia él y me quedé observándolo como boba durante unos segundos. Sus ojos se habían oscurecido más de lo normal, mientras que sus labios se curveaban en una pequeña sonrisa que no llegaba a ver bien desde mi posición. El cabello mojado en las puntas le caía por la frente desordenado. Realmente sus facciones eran perfectas, él era la versión jóven del señor Davies.
—Te gusta observarme ¿no? —vaciló, con aquella sonrisita pícara que me volvía loca.
Rodeé los ojos con desgana.
—¿A dónde vamos? —pregunté, intentanto cambiar de tema.
—A un lugar —respondió obvio.
Bufé con molestia.
—¿Tú padre no te comentó que tienes prohibido acercarte a mí? —pregunté, con cierto en interés.
—Tengo entendido que tú no debes acercarte a mí. Nadie dijo que yo no a ti. —replicó
Nunca se quedaba callado, y lo mejor era que sabía como responder. Aunque su respuesta era coherente, nuestros padres no dijeron nada de que él no se me acercara. Con todo este lío de que yo estaba en peligro, Alexander no era una de las personas a las que debía recurrir. Sin embargo aquí estaba, en un auto, con él conduciendo a mi lado, llevándonos a un lugar desconocido. Pero lo peor de todo esto, era que confiaba en él, confiaba a donde sea que me llevase, confiaba en que no me haría daño y confiaba en todo lo que saliera de su seductora boca.
—Me vas a decir de una vez por todas donde estamos, Alexander —insistí
—Ya llegamos —anunció, aparcando el auto al frente de una mansión gigante de tres pisos.
Formé una pequeña o con mis labios en señal de asombro. Me esperaba cualquier cosa, quizás una cabaña adentrada en el bosque, el lugar perfecto para que me tortura hasta morir, pero para mi sorpresa fue algo mucho más...reconfortante.
—Por qué estamos... aquí —pregunté, observando la lujosa casa ante mis ojos.
—Eres irritante —respondió, ignorando mi pregunta.
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Atracción Mortal
Любовные романыTodo en él gritaba peligro, su mirada fría, sus movimientos calculados, el oscuro pasado que parecía envolverlo. Ella lo sabía, pero el peligro nunca la había detenido antes. Para él, ella era intocable. Para ella, él era irresistible. Dos mundos de...