Capítulo 10

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Rebecca

Las advertencias de Alexander y su forma tan tranquila de hablar de la muerte, me hacían temblar de miedo. Él no era de los que les temblaba el pulso para matar a alguien, de echo, estaba segura que en cuanto encontrara a aquel hombre tan misterioso, que de alguna manera tenía que ver con mi padre, se iba a encargar de descuartizarlo.

Sin embargo, no podía dejar de pensar en aquella carta dirigida a mi madre, aquel papel donde citaban a mi padre y lo amenzaban con pagar las consecuencias si no cumplía con lo acordado, en sus sucios negocios, en el atentado contra Amaya, en que mi padre me había mentido todo este tiempo.

¿Por qué lo había echo? ¿Por qué me mantuvo alejada de la verdad? ¿Por qué no me dijo que a mi madre la habían matado? ¿Por qué no me habló nunca de sus negocios?.

Tenía que confrontarlo, tenía que buscar respuestas, y lo haría, ahora.

Abrí bruscamente la puerta de su oficina, allí estaba él, sentado en su escritorio con el semblante serio y a su derecha, en uno de los sofás, Antonio Davies. Al parecer había interrumpido una conversación importante, pero no me importaba. Estaba aquí para que mi padre me dijera toda la verdad que tanto me había ocultado.


—Hija este no es momento pa...

—Lo sé todo —lo interrumpí de golpe.

—¿De qué hablas? —preguntó, su expresión era confusa, como si realmente no supiera de que hablaba.

—¡Que eres un maldito mentiroso! ¡Como pudiste ocultarme la verdad durante años! —grité, dando un golpe en la mesa que resonó por toda la habitación.

Su expresión volvió a cambiar, parecía desesperado, sin saber que decir. El rostro del señor Davies me era suficiente para saber, que él lo sabía todo. Mi paciencia se agotaba y mi rabia aumentaba cada vez más. Quería saber la verdad, la puta verdad de una vez.

—Hija es... complicado... no es como tu piensas. —balbuceó.

—¿A no? Y... ¿qué es lo que debo pensar?. —pregunté con sarcasmo —¿Qué toda mi vida viví una mentira?.

—Rebecca, cálmate y déjame explicarte. —insistió con voz débil.

—¡Solo quiero que me digas la verdad de una buena vez! —volví a gritar, el calor del enojo subía por mis mejillas.

Mi padre me miraba con nerviosismo, no tenía nada que decir ante aquello, no le quedaba más remedio que decirme toda la verdad. Aquel hombre, que siempre parecía mantener el control de todo, hoy se encontraba perdido. Se pasó una mano temblorosa por el rostro y respiro profundamente antes de empezar.

—Todo comenzó hace muchos años, antes de que nacieras. Matteo, Antonio y yo éramos amigos desde pequeños. Nuestros padres siempre habían estado en ese mundo oscuro de la mafia, y nosotros simplemente heredamos esos negocios con el fin de continuarlos. Parecía fácil, sin consecuencias...hasta que conocí a Marina.

Al mencionar su nombre, vi como sus ojos se llenaban de una mezcla de amor y dolor. Era como si hablar de ella, fuera una tortura para él. Sentí una punzada en el corazón.

—Tu madre...era diferente a todo lo que había conocido —continuó—. La conocí en una fiesta en Italia. Ella era española, estaba allí por trabajo y en cuanto la ví supe que la quería en mi vida para siempre. Comenzamos a salir y fue como si todo el caos a mi alrededor desapareciera. Me enamoré de inmediato.

Hizo una pausa, apretando los labios, como si lo que venía fuera aún más difícil de decir.

—Pero no fui el único. Matteo también la conoció, y aunque en un principio pareciera una amistad, empezó a obsesionarse con ella. No era amor lo que sentía, sino una necesidad enfermiza de controlarla, de tenerla, como si fuera una posesión más en su colección. Pero Marina me amaba a mí y eso lo volvía loco.

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