CAPITULO 8

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Teniendo en cuenta que esperaba ocupar un lugar discreto en un rincón, algo propio de un esclavo, Kook se sorprendió al encontrarse sentado junto a Jimin, pese a que una fría distancia de unos veinte centímetros se interpusiera entre ellos. No como Ancel, que estaba medio sentado en el regazo de su amo en la otra punta de la sala.

Jimin se portaba bien a conciencia. Siguiendo su costumbre, vestía ropas sobrias pero elegantes, tal y como correspondía a alguien de su rango. No llevaba joyas, excepto un fino aro de oro en la ceja, en su mayoría oculto por la caída de su cabello dorado. Una vez se que sé sentaron, desató la correa a Kook, la enrolló alrededor de la vara del tratante y se la lanzó a un criado, que logró atraparla después de que casi se le escapara.

La mesa se extendía a lo largo de la estancia. Al otro lado de Jimin se sentaba Jay, prueba del pequeño triunfo del vereciano. Junto a Kook estaba Nicaise. Probablemente otro tanto para Jimin. Habían separado a Nicaise del consejero Audin, que se sentaba en otro sitio, cerca del regente; no parecía que Nicaise tuviese a ningún amo cerca.

Teniendo en cuenta lo sensibles que eran los patrenses, cualquiera diría que se había cometido un grave error de protocolo al colocar a Nicaise en la mesa alta. Pero vestía de forma respetable y llevaba muy poca pintura. El único destello de ostentación era un pendiente largo en su oreja izquierda; dos zafiros colgaban de él hasta casi rozarle el hombro, demasiado pesados para su juvenil rostro. Por lo demás, podría haber pasado por un miembro de la aristocracia. Nadie de Patras se imaginaría a un niño catamito sentado a la mesa de la realeza; Jay probablemente se haría la misma suposición incorrecta que Kook y pensaría que Nicaise era el hijo o el sobrino de alguien. A pesar del pendiente.

Nicaise también se comportaba bien. En las distancias cortas, su belleza era abrumadora. Tal era su juventud. Su voz, cuando hablaba, era límpida. Tenía el tono claro y aflautado de un cuchillo que golpea el cristal, sin fisuras.

—No quiero sentarme a tu lado —espetó Nicaise—. Que te follen.

Instintivamente, Kook miró a su alrededor para ver si alguien de la delegación patrense lo había oído, pero no. Habían servido el primer plato de carne y la comida acaparaba la atención de todos los presentes. Nicaise agarró un tenedor dorado de tres puntas, pero hizo una pausa para hablar antes de probar el plato. El miedo que le había mostrado a Kook en la arena parecía seguir allí. Los nudillos con los que apretaba el tenedor estaban blancos.

—No pasa nada —le dijo Kook con toda la amabilidad que fue capaz—. No voy a hacerte daño.

Nicaise le devolvió la mirada. Tenía sus enormes ojos azules pintados como los de una puta o los de una cierva. A su alrededor, la mesa era un muro variado de voces y risas, cortesanos que, atrapados en sus propias diversiones, no les prestaban atención.

—Bien —contestó Nicaise, y le clavó el tenedor con saña en el muslo debajo de la mesa.

Aunque tuvo que atravesar una capa de tela, ese acto bastó para provocar a Kook, que, en un acto reflejo, agarró el tenedor; le brotaron tres gotas de sangre.

—Discúlpame un momento —dijo Jimin suavemente mientras daba la espalda a Jay para dirigirse a Nicaise.

—He sobresaltado a su mascota —se jactó Nicaise.

—Ya lo he visto.

No sonaba en absoluto disgustado.

THE CAPTIVE PRINCEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora