CAPITULO 20

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Kook se sentó con la espalda en la pared sobre la ropa de cama que había reunido junto a la chimenea. Los sonidos del fuego eran ocasionales; hacía tiempo que se había consumido y se había reducido a las últimas brasas brillantes. El cuarto estaba calurosamente adormilado y silencioso. Kook estaba despierto.

El príncipe dormía en la cama.

Kook veía su figura, incluso en la oscuridad de la habitación. La luz de la luna que entraba por las rendijas de las ventanas del balcón revelaba el cabello claro de Jimin sobre la almohada. Dormía como si la presencia de Kook en el cuarto no importara, como si no fuera una amenaza mayor que un mueble.

No era confianza. Era un juicio tranquilo de las intenciones de Kook combinado con una arrogancia insolente en su propia evaluación: había más razones para que Kook mantuviera a Jimin con vida que para hacerle daño. Por ahora. Fue como cuando Jimin le entregó un cuchillo. Como cuando lo invitó a los baños de palacio y, con calma, se desnudó. Todo estaba calculado. Jimin no confiaba en nadie.

Kook no lo entendía. No entendía por qué había hablado así y no entendía el efecto de sus palabras en él. El pasado pesaba sobre él. Por la noche, en el silencio del cuarto, no había distracciones, nada que hacer aparte de pensar, sentir y recordar.

Su hermano Yikyung, el hijo ilegítimo de la amante del rey, Hypermenestra, fue criado durante los primeros nueve años de su vida para heredar el trono. Después de incontables abortos, la gente empezó a creer que la reina Egeria no conseguiría tener ningún hijo. Pero entonces vino el embarazo que le arrebató la vida a la reina, quien, en sus horas finales, dio a luz a un heredero legítimo.

Creció admirando a Yikyung, esforzándose por superarlo porque lo admiraba y porque era consciente del orgullo que sentía su padre en los momentos que conseguía superar a su hermano.

Nikandros lo había sacado del cuarto donde estaba su padre enfermo y le había dicho en voz baja: «Yikyung siempre ha asegurado que merece el trono. Que tú se lo arrebataste. No asume la culpa por la derrota en ninguna arena; en su lugar, lo atribuye todo al hecho de que nunca tuvo su “oportunidad”. Lo único que necesitaba era a alguien que le susurrase al oído que debía tomar el trono».

Se negó a creerlo. No escucharía palabras dichas contra su hermano. Su padre, que estaba al borde de la muerte, llamó a Yikyung y le habló del amor que sentía por él y por Hypermenestra. Las emociones de Yikyung al lado del lecho de muerte de su padre parecían tan verdaderas como la promesa de servir al heredero, Jungkook.

Torveld le había dicho: «Vi la tristeza de Yikyung. Era verdadera». En su momento, él también lo creyó.

Recordó la primera vez que soltó el cabello rubio de Hayoon y la sensación al caer sobre sus dedos. El recuerdo se enmarañó con un latido de excitación que a continuación mudó en un sobresalto cuando confundió su largo cabello rubio con uno más corto. Se acordó de lo que había ocurrido esa misma noche en el piso de abajo, cuando Jimin casi se había sentado en su regazo.

La imagen desapareció al escuchar un golpe en la puerta del piso de abajo, amortiguado por las paredes y la distancia.

El peligro lo hizo levantarse; la urgencia del momento empujó a un lado sus pensamientos anteriores. Se puso la camisa y la chaqueta y se sentó en el borde de la cama. Llevó la mano al hombro de Jimin con delicadeza.

Tenía la piel cálida, pues estaba cubierto con la colcha. Despertó de inmediato bajo la mano de Kook, aunque no mostró ninguna expresión de pánico o sorpresa.

—Tenemos que irnos —dijo Kook.

Una multitud de sonidos nuevos llegaban del piso de abajo; el mesonero, despierto, quitaba el cerrojo de la puerta de la posada.

THE CAPTIVE PRINCEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora