Parte 7

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Jungkook

¡Estaba molido! Estar horas bajo el sol era una pesadilla y tener que aguantar toda esa tierra en mis manos, el sudor y el olor de los animales. No, definitivamente eso no era para mí, lo odiaba. Al menos había valido la pena, ya estaba dentro de Crystal Lake y ahora entendía por qué mi abuelo estaba obsesionado con ese lugar, era simplemente como sacado de un cuento de hadas y por supuesto una mina de oro.

No podía creer que ese tonto omega y su abuelo no vieran lo que tenían frente a ellos, dinero, mucho dinero y lo estaban desperdiciando. Era obvio que Jimin no tenía idea de cuánto valía incluso todo lo que estaba produciendo ahí. Cuando me contó que el dueño de la empacadora regateaba el precio de las fresas y otras cosechas, tuve que aguantarme las ganas de decirle que lo estaba timando. El bastardo de la empacadora estaba obteniendo un producto de primera calidad por menos de la mitad de su valor, pero no era mi maldito problema, yo había venido a casarme con él y después sería pan comido convencerlo de que debía vender, era lo mejor. De todas formas no parecían obtener jugosas ganancias por lo que hacían y a juzgar por el estado de la casa, se notaba que hacía mucho que no hacían renovaciones en ella. Un chiquillo como ese no podría negociar y ser tomado en serio y el tosco alfa que lo acaparaba, Darren, era claramente ignorante para la administración del lugar.

Me agradecería dentro de un año cuando obtuviera el dinero por la venta del lugar y pudiera irse a vivir cómodamente a donde quisiera.

Ahora comenzaba la siguiente parte, conquistar a Jimin. No me tomaría mucho tiempo, era demasiado inocente y se sonrojaba apenas con mi cercanía. El cuento de amor a primera vista era el ideal para alguien como él.

Durante la siguiente semana fui todos los días a Crystal Lake, ayudé o mejor dicho, estorbé pero Jimin era paciente y empático, además no era nada fácil el trabajo ahí, había demasiadas cosas por hacer y era un caos. 

No podía decidirme cuál había sido el peor día, si  fue cuando una ternera decidió nacer y Jimin nos llevó ahí, pensé que me desmayaría no sin antes devolver el estómago, tuve que sostenerme de su hombro al ver como el pequeño animal empapado de sangre salía poco a poco del trasero de su madre. O tal vez cuando limpiamos el estiércoles de caballo, los ojos me lloraban, fue un martirio, ese día si devolví todo el desayuno y el idiota de Darren se echó a reír.

Paciencia, me tuve que armar de mucha paciencia para no mandarlo todo a la mierda, estaba enfocado en mi objetivo y ni el estúpido Darren y sus burlas podrían conmigo.

Después de cinco semanas ya podía lidiar con algunas cosas, el estiércol no me causaba tantas náuseas, ver nacer a diez cerdos de una misma madre tampoco, incluso acaricié a las alpacas que Jimin tanto amaba, todo por congraciarme con él.

Al final del día terminábamos viendo el atardecer con un té frente a la casa. A veces Darren, el entrometido, nos hacía compañía, otras veces tenía aún cosas que hacer y gracias a la luna nos dejaba solos. Ahí aprovechaba a coquetear un poco con el omega, se seguía sonrojando si me acercaba mucho o le hablaba bajo, platicábamos de cualquier cosa, le gustaba hablar de su vida en ese lugar, de las novelas que veía con su abuelo o las que leía por las noches y por supuesto chismear de lo que había acontecido el fin de semana en la plaza.

Esa tarde, mirábamos el y yo solos el atardecer. No pensaba aún dar un paso, apenas había pasado un mes y quería estar un poco más seguro de acercarme, pero nuestra conversación me obligó a tomar un camino rápido.

—Este fin de semana vendrá una banda nueva, será divertido—musitó Jimin columpiándose lentamente.

—La semana pasada no paraste de bailar, así que esta vez será igual si dices que es tan buena.

Los días que dormí a tu ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora